Tratamos esta vez de un soneto anónimo atribuido a Quevedo en ciertas ediciones antológicas, como en la recomendable Cancionero de obras alegres. El pintor (quiero decir el escritor) nos describe una jocosa a la par que morbosa escena robada. Un exhibicionismo quizá no premeditado, una mirada lasciva que encuentra el objetivo idóneo, una consecuencia inmediata de resultados eréctiles o esparraguiles, y una conversación chusca, de sainete de elevado tono, de un costumbrismo agradecido por ofrecérnoslo en crudo sin el frecuente retoque rosáceo y con el afeite de moralina. La dama se pretende refinada al menos en las formas, pero el labrador se muestra burdo y grosero en su expresión, más aún en ese acto final de... Leedlo.
De cierta dama que a un balcón estaba
De cierta dama que a un balcón estaba
pudo la media y zapatillo estrecho
poner el lacio espárrago a provecho
de un tosco labrador que la acechaba.
Y ella, cuando advirtió que la miraba,
la causa preguntó del tal acecho;
el labrador la descubrió su pecho,
diciendo lo que vía y contemplaba.
Mas ella, con alzar el sobrecejo,
le dijo con melindre: -«Aquesto, hermano,
no es más de ver y desear la fruta».
El labrador, sacando el aparejo,
le respondió, tomándolo en la mano:
-"¡Pues ver y desear, señora puta!".
©Ángel Carrasco Sotos
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