Cigarro del otro lado
A medida que Beatriz iba internándose en la lectura de aquella apasionada novela, las personas a su alrededor iban como diluyéndose, como quedándose difuminadas de la misma manera que si viajara en un tren y aquellas se quedasen atrás, como puntitos que al final se borran solos. Su madre bordaba junto a la ventana, como en un cuadro impresionista, y tanto ella como su hermano, que sentado junto a la mesa camilla repasaba temas de oposición, terminaron por desaparecer para ella.
Ella, Beatriz, que ya acompañaba a la protagonista por el pasillo oscuro que conducía a su habitación de hotel. Primero desaparecieron las personas; luego, las cosas. Sus ojos avanzaban por las líneas del libro atrapados por las imágenes que iban descubriendo las palabras. En ese momento entraba con la protagonista a su habituación. Después de ser abandonada por su amante, Lula, engañada, se tumbó sobre la cama sin deshacer e iniciaba un leve llanto. Tomó un pañuelo de la mesita para enjugar sus lágrimas, después de lo cual sacó un cigarrillo del estuche plateado para llevárselo a la boca, mientras decía: Dame fuego, Beatriz. Ésta dejó el libro sobre la cama y le acercó el mechero encendido.
©Ángel Carrasco Sotos
Una novela que atrapa, ¿me dices el título?
ResponderEliminarQué potito, Ángel.
Unos abrazos de una admiradora y de su retoña que no hace más que darle disgustos.
Ojalá y supiera de alguna en la que pudiésemos vivir felizmente para siempre (wau lo que me ha salido).
EliminarUn abrazo muy grande (y ten paciencia con esa retoña; sí, más).