PASEABA el triste Juan una mañana de invierno por una playa cercana al hotel donde sus huesos y su decrépita voluntad lo habían conducido o arrojado. Fue entonces cuando se encontró sobre la arena aquella caracola que vino arrastrada por el agua hasta tocar sus pies. Le pareció hermosa; la tomó y se la guardó en el bolsillo. Por la noche, ya en el hotel, el triste Juan se acordó de ella y, de una manera casi mecánica, la cogió en su mano y la acercó a su oído para escuchar de nuevo el mar. De su interior surgió una voz que parecía lejana, como llegada del más allá, que le susurró con respeto: “Mesón El Escudero. Especialidad en chuletas a la brasa. Junto al Ayuntamiento, en pleno casco histórico”.
©Ángel Carrasco Sotos
Jajajaja, que no sé ni qué decir... No me esperaba para nada ese final.
ResponderEliminarEstupendo, Angelín, me pareció que el triste Juan, al menos, pudo echarse unas risitas.
Abrazos.
Hay que impresionar, jajaja. Abrazos, Tow.
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