Espectáculo
APENAS algunos murmullos perturbaban el silencio plomizo que su número había impuesto en la sala. El público, aún atónito después de varias horas, lo observaba sobre el escenario. Él estaba de pie, muy quieto, con los ojos vendados, la boca cerrada y dos dedos de su mano derecha apretando con fuerza su propia nariz. Ya había conseguido elevarse unos 30 centímetros. La cosa marchaba bien aquella noche, que se preveía larga.
Ángel Carrasco Sotos
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