ZEPPELIN ROCK: Crítica de "El prisionero de la Segunda Avenida" (Melvin Frank, 1975): Review

martes, 16 de julio de 2019

Crítica de "El prisionero de la Segunda Avenida" (Melvin Frank, 1975): Review


por Möbius el Crononauta



Estaréis conmigo de acuerdo en que hay películas que uno ama u odia sin saber por qué. Creo que, sencillamente, unas te llegan más, se quedan en tu cerebro, y otras pasan. No necesariamente tienen que ser obras maestras, hasta pueden ser rematadamente malas. Poco importa, te plantan el gusanillo como si uno fuera una vulgar manzana. La primera (y que yo recuerde la única) vez que vi El prisionero de la Segunda Avenida fue cuando los VHS empezaron a llegar a las casa, es decir, hace un porrón de años. Un amigo de mis padres les dejó algunas pelis y entre ésas estaba esta cinta. Lo pasé genial, y son curiosos los recuerdos, la recordaba con simpatía, retuve esos momentos cómicos que inevitablemente se van perdiendo tras tanto tiempo, aunque la historia encerraba mucho más, pero era demasiado crío para acabarlo de captar me temo. Con el tiempo ya no la pude volver a ver. Parecía que no existiera en ninguna parte. La llegada del DVD tampoco parece que cambiara la cosa. No sé si estará en las tiendas, pero al final el otro día di con ella de contrabando, y por fin la recuperé. Y tras esta preliminar, me pongo las gafas de crítico sesudo.





Estados Unidos, años 70. Un largo camino hacia la cima, cien años después de su disputa interna. Y sin embargo, en el camino hacia la hegemonía de Occidente, parece como si América se hubiera perdido de vista a sí misma. La era del Baby Boom, la casa y el coche y la bonanza económica parecen haber quedado atrás. Los caballeros ya no se descubren antes las damas, ya no hay trato familiar en las empresas, los domingos no se va a la iglesia, y el presidente es un mentiroso. Los divorcios crecen, los hijos llevan pelo largo y protestan contra Vietnam, las hijas llevan minifalda y desdeñan el matrimonio. La amenaza roja sigue allí, los árabes recortan el petróleo, y los periódicos inundan sus titulares con la palabra "recesión". La bonanza económica ya no es tal, justo cuando los jefes ya no son como un respetable hermano mayor, sino como un tipo con gran despacho que habla con cifras y no con empleados. A cualquier persona de mediana edad que creciera en tiempos pasados, le debía parecer que el mundo se había vuelto loco. Ya nadie se preocupa de nadie. Y verse repleto de esa sensación no podía ser más dañino que en la moderna Babilonia del siglo XX, Nueva York.




Ese es el trasfondo de El prisionero de la Segunda Avenida. El cautivo es Mel Edison, un hombre de clase media, trabajador y honesto, casado y con dos hijas que ya han dejado el nido para estudiar fuera. Su mujer, Edna, trabajó en el pasado, pero seguramente lo dejara todo por su marido y sus hijas. Alguien debió decir en algún momento que un hombre es su trabajo. Otro par de tipos que en realidad eran uno tal vez hablaran de circunstancias. La pregunta sería, hablando de un hombre que ya pinta canas y que está más cerca de jubilarse que de su graduación, ¿qué le queda a un hombre cuando pierde su trabajo?

Quedarse en paro en la Gran Manzana puede ser terrible. Aquella Nueva York de los veranos sofocantes, los apagones, el Bronx que ardía, el Times Square sodomita, el crimen creciente... las malas noticias nunca vienen solas. Y en la capital del mundo nadie se preocupa de nadie. Hasta parece que cueste comunicarse con ese rostro que siempre ha estado a nuestro lado. Ya lo dijo aquel viejo alcaide: a failure to communicate. ¿Existe una salida? Bueno, todo esto es solo el punto de partida. Para saber el resto tendréis que ver la película.




Decía más arriba que recordaba El prisionero de la Segunda Avenida como una comedia, pero a pesar de lo que os he contado, la película no es un drama, aunque tiene sus momentos duros. Se trata más bien de una tragicomedia, aunque tras la comedia se vislumbre también la feroz reflexión que el genial Neil Simon (ya sabéis, el dramaturgo cuyas obras dieron lugar a adaptaciones como La extraña pareja, Descalzos en el parque, Los encantos de la gran ciudad o esa gran comedia horriblemente traducida como La pareja chiflada) introdujo en la obra de Broadway original. Simon, a través del derribo paulatino de su personaje Mel, pone sobre la mesa unos interrogantes acerca de la situación de una parte de América que parecía estar cada vez más perdida. Simon escribía, al fin y al cabo, sobre la crisis de identidad del Tío Sam.

Hubo una época en que si América quería al ciudadano medio honrado y luchador, y con algo de vis cómica, Hollywood le brindaba a James Stewart. Cuando América quiso reflejarse en un ciudadano medio serio y honrado con un punto de mártir, Hollywood le dio a Henry Fonda. Y si se trataba de un ciudadano medio honrado superado por las circunstancias y con un ataque de nervios constante, no había mejor hombre que Jack Lemmon para ese papel.




Es curioso, pero cuando queremos sacar a colación el prototipo del buen actor (como en la frase "en el Hollywood de plenilunios ya no hay sitio para los Brando") siempre hablaremos del querido Marlon, de De Niro o alguien así, pero siempre que veo a Jack Lemmon en la pantalla me pregunto cómo no le dieron un Oscar por año. Seamos sinceros; mejor aún, seamos justos: Lemmon fue uno de los mejores actores del siglo pasado. Muchas veces ejerció de secundario de lujo, y no siempre gozó de papeles que le permitieran desencasillarse de sus roles habituales, pero la cantidad de matices que su actuación podía dejar en cada película era inmensa. No, desde luego que Lemmon nunca estuvo por debajo de los Brandos y De Niros de este mundo.

Y su interpretación en esta película es escalofriante. El personaje de Mel tiene mucho en común con el inolvidable frenético de Los encantos..., es ese tipo de personaje que Lemmon siempre encarnó tan bien, el del tipo quisquilloso que se ahoga en un vaso de agua. La vuelta de tuerca aquí es que ese estereotipo cómico se ve envuelto en situaciones realmente tensas y dramáticas. Te puedes haber estado riendo hace cinco minutos, para luego quedarte pasmado con las cuitas del pobre hombre medio engullido por la sociedad. El inteligente texto de Neil Simon (adoptado por él mismo para el cine) es una buena base sobre la que trabajar, pero es Lemmon quien nos lleva por todos los altibajos de montaña rusa que se dan a lo largo del film.




Y su esposa en la ficción, Anne Bancroft, no se queda atrás. Muchas otras actrices se habrían apagado ante un Lemmon en estado de gracia, pero la Bancroft, otra actriz estupenda, no sólo resiste los envites sino que también da sus toques, con lo que ambos ganan de las mutuas interpretaciones del otro. Al fin y al cabo el peso de la película recae sobre ellos, pero por suerte dos intérpretes de su talla hacen que el film avance como un reloj suizo.

El resto de secundarios funcionan bien, y estén atentos a los pequeños papeles de F. Murray Abraham y un jovencito Stallone.

El prisionero de la Segunda Avenida, gran película, de esas que nadie parece conocer, pero que es inteligente, algo severa, que hace sonreír y que hace reflexionar. Sobre todo en estos tiempos que corren tan extraños.



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