ZEPPELIN ROCK: Crítica de "Jasón y los argonautas" (Don Chaffey, 1963)

martes, 21 de agosto de 2018

Crítica de "Jasón y los argonautas" (Don Chaffey, 1963)


por Möbius el Crononauta



"Get that ship out of here. You're in the wrong century!" (El productor Charles Schneer tirándose de los pelos cuando un barco de otra producción entra en el plano).

Sí, vale, cierto. No es lo mismo ver esta película siendo un criajo que siendo un adulto que se afeita y lleva corbata, o siendo un adolescente de hormonas calientes, y más un adolescente del siglo XXI donde los efectos especiales son hechos por ordenador, pudiendo crear mundos alienígenas con bichos volantes, naves espaciales increíbles y personajes de color azul. Sí, ahora, es fácil reírse, y bien, es comprensible, claro. Pero por otro lado la ignorancia es atrevida. Sí, un día cogeré mi máquina del tiempo, me llevaré mi silla desmontable del IKEA fabricada en serie, y me plantaré delante de los carpinteros que le hacían butacones a Luis XIV. "¡Ja, ja, ja! ¡Idiotas! Mientras vosotros estáis semanas con una sola silla, en el futuro los suecos las harán como rosquillas". Sí, sé perfectamente que la comparación tiene sus fallos. Pero para quien admire la desfasada técnica de Ray Harryhausen, resulta doloroso pensar en el hecho de que ahora muchos se ríen viendo películas como Furia de titanes o la que hoy nos ocupa. Sobretodo sabiendo que la dedicación de Harryhausen a superarse le llevaba a dedicar, por ejemplo, cuatro meses de su vida a completar una escena de unos pocos minutos. Pero así es la vida.



Evidentemente no soy objetivo hablando de una película como Jasón y los Argonautas. Sí, sé perfectamente que hoy en día tiene su chufa, y, como verán, yo también puedo hacer alguna bromilla que otra. Pero siempre desde el respeto. Al fin y al cabo, hace ya muchos años, fui al cine por primera vez. O, al menos, es mi recuerdo más lejano. Obviamente era un reestreno. En los años 60 yo no era ni un anteproyecto. Pero cuando se encendieron las luces, yo salí de allí flotando en una nube. Sí, yo no creé el cine, pero vi que era bueno. Y hasta hoy. Evidentemente objetividad aquí, poca. Lo cual no quita para añadir algo de humor... y unos cuantos datos.

En 1958 la Columbia se había topado con un inesperado éxito gracias a Simbad y la princesa, una nueva colaboración entre el productor Charles H. Schneer y el mago de los efectos Ray Harryhausen. La sociedad entre Schneer y Harryhausen ya había dado varios (pero fugaces) éxitos de ciencia ficción, pero la novedad con Simbad y la princesa fue el uso del color y un trabajo más refinado de Harryhausen, que presentaba varias bestias distintas e impactantes, en vez del habitual único monstruo gigante. Para entonces Schneer se había montado su propia productora, y el presupuesto se había elevado. Con la Columbia como distribuidora, se abría un nuevo mundo de posibilidades para Harryhausen. Para él Simbad y la princesa fue un viejo sueño cumplido. Ahora se trataba de buscar el más difícil todavía. Mientras se buscaba el proyecto idóneo, Harryhausen podía refinar sus técnicas en color y sus creaciones en títulos rápidos como Los viajes de Gulliver o La isla misteriosa, rodados paraaprovechar el éxito del marino Simbad. Con La isla misteriosa Harryhausen descubrió además las ventajas de rodar en Inglaterra, lejos de las enojosas reglamentaciones de los sindicatos. Y, además, allí conoció el amor. Sí, ¡la Pérfida Albión lo tenía todo!

Para el que había de ser el proyecto definitivo de Schneer y Harryhausen, éste último se decantó por un tema que siempre le había fascinado: la mitología griega. En aquellas viejas historias de dioses y monstruos Harryhausen tendría la oportunidad de crear fascinantes criaturas, dándoles un toque de los grabados de Gustave Doré, una de las, por decirlo así, influencias del creador de efectos. Aquella iba a ser, más que nunca, su película, y por ello pidió figurar como productor asociado. Schneer no puso pegas.




Harryhausen se decidió por el mito de Jasón y el Vellocino de Oro, una historia trepidante, un viaje por diversos escenarios que le permitiría introducir a varias de sus creaciones. Mientras el guionista Jan Reed creaba un tratamiento a partir de La Argonáutica de Apolonio de Rodas, Harryhausen trabajaba en sus figura con un par de escultores (no de ellos era, además, paleontólogo). El director asignado al proyecto fue Dan Chaffey, un realizador de cierta experiencia que había rodado para Disney que estaba acostumbrado a usar storyboards, algo esencial para trabajar con Harryhausen. En el verano de 1961 Harryhausen, Chaffey y otros miembros del equipo se embarcaron en un crucero de trabajo por el Mediterráneo para buscar localizaciones. Finalmente la producción se llevaría acabo en Yugoslavia. Pero a un mes de comenzar el rodaje, cuando ya se habían empezado a levantar decorados, surgió un problema presupuestario y el rodaje tuvo que trasladarse a pequeñas islas, escondidas ruinas italianas y estudios en Roma. No era fácil encontrar ruinas que no estuvieran plagadas de turistas.

El guión también dio problemas. Schneer quedó desilusionado con el trabajo de Reed y contrató a Beverley Cross, un escritor y latinista licenciado en Oxford que ya había colaborado en Lawrence de Arabia, y que sabría retocar los diálogos con más conocimiento de causa. Mientras tanto ya se estaba levantando en los astilleros de Ancio la mayor parte del presupuesto, el barco a escala natural, el Argo.

En las películas de Harry Hausen los verdaderos protagonistas no suelen ser los actores ni las actrices sino sus creaciones, y por tanto en la Columbia no se molestaron en reunir a un reparto consistente, para desesperación de Dan Chaffey. Salvo unos pocos casos (entre los escasos personajes carismáticos tenemos al shakesperiano Jack Gwillim como el Rey Eetes y a al atlético Nigel Green como un jovial Hércules), la mayoría de papeles fueron a parar a actores, jóvenes aspirantes a estrella y actrices de segunda fila. Chaffey se volvió loco sobre todo por su protagonista, Todd Armstrong, un tipo que no tenía las dotes de Montgomery Clift precisamente, ni el físico de John Wayne. La pequeña amapola que era Armstrong sacó de sus casillas al director cuando el actor, antes de rodar una escena de lucha, fue llorándole a Chaffey quejándose de que su espada pesaba mucho y le hacía daño. Quien quiera que fuese el instructor de lucha o el coreógrafo de las peleas seguro que se ganó con creces su sueldo.




Aparte de las quejas de Armstrong la mayor parte de anécdotas durante el rodaje en exteriores vinieron de parte de los extras, formados por italianos de tres pueblos de la región. Con el rodaje de la megalómana Cleopatra en marcha, era difícil encontrar extras en Italia. El problema fue cuando se presentó un abogado de la región afirmando que debían equitativamente el uso de los extras entre los tres pueblos, o de lo contrario habría tumultos y matanzas entre pueblerinos. Es divertido imaginar al director y al productor planificando cuidadosamente por las noches el número de extras a usar para que aquellos locos italianos del Sur no se mataran entre sí. En otra ocasión apareció en medio del rodaje un cura que se dedicó a bendecir a todos los extras. Chaffey, cual jugador de béisbol, hacía señas con las manos para indicar a los cámaras cambios de lente y demás. Una de esas señas la realizaba con el puño cerrado, salvo el índice y el meñique. El cura le preguntó si estaba echando un mal de ojo a sus feligreses. En la unidad de producción también tuvieron sus encuentros con la fauna local. Cuando pagaron a un granjero para poder rodar en sus olivos, aquella noche aparecieron cuatro fornidos granjeros más (o eso decían ser), para hacer una oferta que no podrían rechazar: si contrataban a uno, los contrataban a todos, o habría problemas. ¿Quién podía negarse?

Tras acabar el rodaje en exteriores y lidiar con lugareños singulares (barqueros que llevaban al equipo a una isla y para volver les pedían el doble de dinero, etcétera), el rodaje se completó en estudios londinenses para las escenas con croma. Durante la post-producción Harryhausen se enteró del fallecimiento de su mentor y maestro, Willis O'Brien. Fiel a su memoria Harryhausen no dudó en ocuparse de la viuda, Darlyne, dándole un sitio donde vivir y visitándola de tanto en tanto. Tras el golpe de perder a O'Brien, Harryhausen finalizó la producción dando vida a la clave del film.

Y ahora, repasemos la historia. Si no la queréis saber, parad de leer. Pero, ¿acaso no conocéis ya las aventuras del buen Jasón? Si es que esto promete. Ya veréis. Rock, sexo, drogas, dientes de dragón... ¡esta historia lo tiene todo! Vamos allá, con la excelente partitura de Bernard Herrman de fondo.

Jasón: Podría matar a Pelias, pero el pueblo necesita algo más. Debe volver a confiar en los dioses. Necesita un milagro.
Pelias: ¿Y dónde piensas encontrar ese milagro?
Jasón: He oído que en el confín del mundo existe un árbol, de cuyas ramas cuelga un vellocino de oro.
Pelias: (...) Se dice que es un regalo de los dioses.
Jasón: Tiene la virtud de sanar. De traer la paz y de librar a la Tierra de hambre y epidemias. Si yo consiguiese traer a Tesalia el vellocino las gentes volverían a creer, y olvidarían los años de desgobierno, sabrían que los dioses no han abandonado al pueblo y mi país volvería a ser rico y poderoso. Como véis, el programa electoral de Jasón es más actual que nunca.




Jasón es el superviviente de una masacre real mitológica. Es decir, que era hijo de reyes tesalios. Reyes tesalios muertos, más concretamente. Muertos a manos del nuevo rey, Pelias, a quien una sacerdotisa previene acerca de un hombre con una sola sandalia. Cuando ese hombre llegue, su reinado acabará. Por si las moscas, Pelias se carga a una hermanita de Jasón, un bebé. Como véis, ¡la cosa empieza fuerte!

Allá, en el Olimpo, los dioses juegan con el destino de los hombres. En este caso Zeus y su rubicunda esposa Hera, poseedora de unos atributos que hacen de su peplo una bomba de relojería, a punto de estallar. Pero "digreso." El caso es que marido y mujer juegan una partida de ajedrez donde Jasón es el protagonista. Así es como Zeus hace caer al rey Pelias de su caballo, cayendo a un río donde casi se ahoga... de no ser por Jasón. Quien, obviamente, pierde una sandalia. Pero el rey Pelias será usurpador pero es sabio, y sabe que si se carga a Jasón así sin más ni más, su popularidad bajará, y además ya no habrá película. Así que tras mantener la conversación de antes, Pelias le aconseja que en vez de ir a ver al rey, construya un barco y se vaya a buscar el vellocino. Para hacerle fracasar Pelias hace que Acasto, su hijo, se enrole con Jasón a modo de quintacolumnista.

Seguidamente un adivino de barbas postizas le dice a Jasón que consulte a los dioses. Jasón dice que los dioses no escuchan, y el adivino se convierte en Hermes, el dios mensajero, quien lleva a Jasón al Olimpo. Allí Hera, la rubicunda, le informa de que podrá invocar su ayuda cinco veces.

De regreso a Grecia, Jasón se monta unos juegos (en plan olímpico) para reclutar a su tripulación. Aquí no hay sitio para Brad Pitts ni Orlandos Blooms, esto es una peli de aventuras sin romances que molesten ni niños guapos. ¡Jasón sólo tiene sitio para tipos hirsutos y malcarados! Lo más parecido a un tipo apuesto es el astuto Hylas, quien muy pronto hace buenas migas con Hércules, quien obviamente nada más llegar es reclutado por Jasón. Y sabiendo como eran los griegos, quién sabe que más habrá entre el fornido Hércules y el efebo Hylas. Con una tripulación de tipos recios ya montada, Jasón se hace con el mejor barco de Grecia, el Argo, y con su constructor, Argos, un Chanquete de la época metido a Henry Ford.




Cuasi nada más partir, o días después, quién sabe, el caso es que el sol abrasa y Jasón y sus Argonautas pasan sed. Nuestro héroe pide ayuda al busto de Hera (es decir a su efigie en el mascarón de popa, que el otro busto es poderoso pero no está a disposición de mortales, ya sabéis), y ésta le guía a la Isla de Bronce (creo que en el mito era Creta), una fragua abandonada por Vulcano. Allí podrán reabastecerse, pero ¡ojo!, quien coja algo más que agua y comida lo pagará. Jasón da la orden, pero como era de esperar, siempre hay un tonto que la jode. En este caso el tonto es Hércules, que para ser semidivino, debería saber más de estas prohibiciones de los dioses. El caso es que el artista antes conocido como Heracles decide llevarse un alfiler de oro de la Cámara del Tesoro de los dioses para usarlo de jabalina. Vamos, que la lía parda.

Porque entonces, amigos, se desata la ira divina, y salta la alarma de Hefesto, la primera creación de Harryhausen que entra en juego, una de las más fascinantes de su carrera: ¡Talos! El imponente gigante de bronce que custodia la isla. Imposible describir, casi recordar, lo que sentí a ver al coloso despierto y lleno de ira y herrumbre, siendo un criajo. Amigos, ¡gallina en piel! El caso es que Talos obviamente trata de hacer una chanfaina con todos, así que Jasón no tiene más remedio que acudir a Hera, quien le revela el punto débil del segurata de Hefesto. Tras acabar con algunos argonautas terciarios que a nadie importan, Talos será derribado, para caer sobre el pobre Hylas que trata de rescatar el alfiler gigante de Hércules. Tras reparar el barco, el hijo de Zeus se niega a abandonar la isla hasta no dar con su amiguito, así que se queda en la isla. Era su destino.


Para encontrar el camino a la Cólquida, la tierra del vellocino, Hera envía a Jasón (¿ves el primer bancal? ¡pues ése no, el segundo!) a otra isla para que hable con Fileo, el vidente ciego (fina ironía, ¿verdad?), quien le pondrá en camino. Fileo no sólo quedó ciego por venganza de arriba, cual Papa del Palmar de Troya, sino que además Zeus le endiñó a dos arpías aladas, otrora, según la leyenda, dos de las peores suegras de Grecia, a las que el todopoderoso dios tan sólo hubo de añadir unas alas. Como todas las suegras desde tiempos inmemoriales, las arpías se dedican a martirizar al pobre Fileo mientras trata de comer algo sentado a la mesa, habiéndose de conformarse al final con las sobras, mientras se le oye murmurar: "¡mecagonlalecheMerche! ¡Dile a tu madre que se calle!"

Cuando llega Jasón, Fileo promete responder a sus preguntas a cambio de que le libre de las suegr... digo, las arpías. Jasón traza un astuto plan y captura a las dos arpías. Fileo le indica el camino hacia la Cólquida, advirtiéndole de que habrá de cruzar el peligroso paso de las rocas chocantes, las Simplégades. Como a Jasón ya no le quedan champiñones verdes del SuperMario Bros, el agradecido Fileo le da una figurita de Poseidón a modo de talismán, mientras le lanza sobras a las enjauladas suegr... este, arpías.

Nada más llegar al terrible paso (mucho más terrible que UPA Dance), Jasón y sus argonautas ven a un barco irse a pique. Eso es comenzar con buen pie. Pero Jasón tiene un programa electoral que cumplir y sigue adelante. Las rocas del estrecho empiezan a agitarse y parece que todo vaya a irse al garete. Pero entonces aparece Tritón, hijo de Poseidón, desde las aguas y contiene a las paredes del estrecho para que pueda pasar el Argos sano y salvo. Sí, vale, es una escena con superposiciones y Tritón es un tío barbudo que sale de una bañera o algo así. ¿Pero acaso en El señor de los anillos no usaban el mismo principio? Una rueda es una rueda, sea de madera o neumático último modelo. Hombre ya.




Tras pasar por los restos del naufragio del otro barco y rescatar a una tal Medea, sacerdotisa del templo de Hécate. La sacerdotisa tendrá un papel en todo esto, o de lo contrario, no la habrían rescatado ni sería tan curvilínea. Al día siguiente Jasón arriba a las costas de la Cólquide, dispuesto a llevarse un vellocino que no es suyo. Es como si nuestro querido Cejitas decidiera cruzar el charco para traerse el oro de Fort Knox y sacarnos de la crisis. ¡Pedazo plan!

Después de que Medea se despida con una excusa, Jasón y sus hombres llegan al palacio del temible rey Eetes. Como solía ocurrir por aquella época en Hollywood, cuando alguien llegaba al palacio de un poderoso había una orgía en marcha con bailarinas danzando envueltas en fina seda y panderetas sonando. En este caso la estrella principal resulta ser Medea, que no es que sea Cyd Charisse bailando pero me da que no eligieron a Nancy Kovack (la actriz que hace de Medea) por sus dotes de bailarina precisamente. De hecho imaginando qué dotes tendrían en cuenta se me ocurrió que sería gracioso que hicieran un especial La que se avecina con el Recio en el papel de Jasón y el concejal Enrique Pastor haciendo de Argos, y los otros haciendo de otros personajes. Sería curioso. En fin, que a la mayor gloria de los mayoristas de pescado, Medea será referida de ahora en adelante como La Pechotes.

Acabado el baile, el rey Eetes recibe a Jasón y y sus chicos ofreciéndoles un pequeño ágape. Eetespregunta a Jasón la razón de su viaje en plan Aduanas (¿trabajo o placer?), mientras Jasón, obviamente, se hace el longuis. Como Jasón no suelta prenda, al rey Eetes se le hinchan los pendientes reales y le dice que sabe a qué has venido, bribón, y que vas a ver lo que es bueno. Como tipo refinado que gusta de la compañía de hombres, Jasón lanza miraditas a Medea, creyendo que ha sido ella quien ha largado. Pero no, ¡ha sido Acasto, ese traidor, hijo de la gran... corona de Tesalia! Eetes llama a la Guardia Real, pero como ya hemos dicho, los argonautas son tipos recios que van con sus gruesas espadas a todas partes, así que logran salir pitando de allí,. Bueno, en realidad son encarcelados pero Medea... es decir, La Pechotes les ayuda a escapar. Todo esto mientras Acasto sonríe como un Sheldon Cooper malvado. Muy bien elegido el actor que hace de Acasto, tiene el típico rostro de empollón chivato de la clase al que todos odian.

Al tiempo que los argonautas se van al barco, Jasón y sus dos guardianes más fieles van a buscar el vellocino. Al llegar al árbol famoso, encuentran al malvado Acasto que ha perecido mientras trataba de quedarse él con el vellocino, el muy bellaco. Y es que la piel del cabrón, quiero decir, del carnero, está guardada por otra de las fantásticas figuras de Harryhausen: ¡el dragón de siete cabezas! Fue una de sus creaciones más díficiles hasta la fecha, porque cada cabeza era independiente y eso daba mucho trabajo. Quizás por ello la coreografía de la lucha contra la Hidra no es demasiado espectacular, pero el bicho en sí está muy conseguido. Por supuesto, Jasón logra acabar con el feroz guardián y se va con La Pechotes, Argos y sus dos chulazos y el vellocino, claro.

Pero al rey Eetes, que tenía cierto ascendiente vasco, le queda un último as en la manga y unos trucos de Bricomanía. Manda a sus soldados que le cojan los dientes del dragón, y parte con su guardia en pos de Jasón el ladrón.

Cuando se ve perseguido, Jasón envía a La Pechotes, Argos y el vellocino al barco, mientras se enfrenta a la guardia de Eetes. ¡Pero ah, amigo! No es la guardia lo que le espera. Eetes realiza unos conjuros mágicos, oyes, y tira unos cuantos colmillos por tierra. Pronuncia unas palabras mágicas y... ¡voilà! ¡Atento, Harry Popotter!

Amigos, aquella vez en el cine salí como si me hubieran ametrallado con LSD. ¡Dientes que se transformaban en esqueletos guerreros! Hay gente predestinada a buscar vellocinos, y otros estábamos predestinados al heavy y el rock and roll. Cuando vi aquello sabía que la estética de los cráneos era para mí. No hay palabras, querido lectores. La batalla entre hombres y esqueletos, a la que Harryhausen dedicó meses, debiera ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, o algo así. Para muchos de nosotros esa escena es el epítome de toda la obra del maestro de los efectos. En fin, luego llega la conclusión del film, y tras la increíble escena de los esqueletos guerreros ya no hay humor que valga. Ray Harryhausen lo iba a tener difícil para superar eso.

Interpretaciones acartonadas, presupuestos de Serie B, efectos especiales defasados... sí, Jasón y los Argonautas es eso y más, mucho más. Peor para vosotros si no sabéis verlo. Es más, me enteraré de quiénes sois, iconoclastas, ¡y os lanzaré los dientes de dragón que se convertirán en temibles esqueletos!

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