ZEPPELIN ROCK: Crítica de "Ben-Hur" (Timur Bekmambetov, 2016): Film review

domingo, 11 de diciembre de 2016

Crítica de "Ben-Hur" (Timur Bekmambetov, 2016): Film review


por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC

La historia de Judá Ben-Hur que publicara Lewis Wallace en 1880 es tan buena que resulta imposible destrozarla o hacerla perder interés, por lo que esta nueva adaptación jugaba sobre seguro en ese sentido.

Lo que sí podía ocurrir, y por supuesto ocurrió, es que no estuviera a la altura de su referente literario ni de sus antecedentes cinematográficos, especialmente la versión muda que Fred Niblo dirigió en 1925 (excelente), y la de William Wyler de 1959 (que pasa por ser una de las grandes obras de la historia del cine).



Esta versión tecno-Pop del clásico pretende de inicio indagar en la psicología de la relación de los dos hermanos, Mesala (Toby Kebbell), adoptivo y romano, Judá (Jack Huston, nieto del legendario director John Huston y sobrino de Angelica), un príncipe judío; así como en las familiares.

Y lo hace con gran esfuerzo, reduciendo a una escena los complejos sentimientos de Messala, que parece el protagonista (de hecho no sé porqué no se le incluye en el título), su amor por su familia, su atracción por Tirsa (Sofia Black-D’Elia) y su repentina decisión de abandonarlos en medio de una fiesta donde parecía pasarlo bien para unirse a las legiones romanas. Un pronto que le dio… Una mala borrachera… El caso es que se nos deprimió y se largó.

Todo el trabajo de Timur Bekmambetov es de una tosquedad palpable, pero para matizarla hace filtrar luces exteriores en los interiores en muchos planos, sobre todo al inicio, porque queda bonito.




Messala es soñador y viajero, algo necesario que nos cuenten en esa escena inicial para que comprendamos su repentina decisión de largarse de buenas a primeras. Judá es un acomodado príncipe descreído, que se mantiene ajeno y al margen de políticas y conflictos, pero enamoradizo y transgresor, lo que le llevará a casarse con una sirvienta. A ambos le gustan las carreras y son competitivos.

Como son polos opuestos, aunque según dicen se quieren mucho, Messala se unirá a los ejércitos romanos para desfogar su furia y regodearse en la violencia, mientras que Judá condenará todo acto vandálico, porque a él eso de la violencia le parece una vulgaridad.

Se comenta que el abuelo de Messala fue uno de los traidores a César, pero he preferido no indagar.

La película pega saltos temporales y utiliza el flashback en alguna ocasión, con cierto abuso de la voz over para rellenar los huecos. Una depurada narración…




Bekmambetov pretende reducir el metraje de la película con respecto a la de Wyler, pero se eterniza con la fase de exposición para dar cierto empaque (aunque ya vimos que con un rigor dramático como mínimo cuestionable), antes de meterse en la odisea del bueno de Judá Ben-Hur.

El estilo de la película es infame, con esos acercamientos a los rostros con una titubeante cámara, esos zooms bruscos, esos efectos especiales e infografía que son la pura vulgaridad y falta de personalidad. Qué bien colocaban y se veían los planos generales en el cine clásico, más épica en ellos que en todo el cine actual. Los anteriores Ben-Hur como ejemplo.

Messala, como buen veleta, hoy te quiere mucho, pero mañana que te den, chucho… Así que, una vez integrado en el mundo romano de buena carne y buenas mozas, no dudará en entregar a su familia al sacrificio de la cruz y las galeras por sentirse traicionado. Sus cambios son bruscos, mal elaborados, su actitud y repentina frialdad con su familia, chirrían, por ejemplo en su encuentro con Esther (Nazanin Boniadi). Y es que Ben-Hur digital es una peli de "prontos". Te quiero mucho, pero de pronto te crucifico y torturo con saña. Y de pronto te perdono felizmente.




La presencia de Cristo, que en la de Wyler, por ejemplo, era tremendamente poderosa ya que se omitía su rostro, lo que conseguía que su influjo lo sobrevolara todo, aquí, en honor a la poca sutileza de Bekmambetov, tendrá el rostro de Rodrigo Santoro, que cumple con solvencia, haciéndolo aparecer sin ton ni son en escenas inconexas para que no se nos olvide el carácter espiritual de la obra… Lo que en Wyler era naturalidad aquí es un pegote.

No busquen a Quinto Arrio, la personalidad que adopta Judá tras caer en desgracia, no aparece…

La escena de la batalla acuática es la peor en comparación con los dos referentes cinematográficos anteriormente citados. Planificada desde el punto de vista subjetivo de los esclavos en el interior de la galera, intentando una fisicidad y claustrofobia que no se logra en ningún momento, perdida en efectos pretendidamente espectaculares y una vigorosa dirección de tics modernetes (esos zooms) que son insufribles. La intención es buena, aunque ni siquiera es rigurosa, ya que esa planificación se transgrede ocasionalmente, pero el resultado es vulgar.




A todo esto aparece Morgan Freeman con rastas y pensé que se iba a poner a cantar Hip-Hip. Es más majo que las pesetas, y ayuda a Ben-Hur dejándole entrenar y correr con sus blancos caballos, a los que sólo les faltan las alas para llamarse Pegaso.

El bueno de Jack Huston queda aplastado por el recuerdo del gran Charlton Heston, que lograba un personaje realmente complejo, que no es en absoluto simpático de inicio, y donde su progresión dramática es ejemplar. Aquí tenemos un protagonista infantilizado, simplificado, sin profundidad alguna, plano.

Aún hoy me pregunto cómo hicieron la carrera de cuadrigas en la película de Wyler (también en la de Niblo, que es excelente). Ahí es donde esta nueva versión debía dar el do de pecho, mientras los cinéfilos temblábamos con razón… Participantes estereotipados, mucha gente volando y atropellada, caballos galopando por las gradas, coches saliendo despedidos, Judá haciendo surf en la arena, flashes a lo “Oliver y Benji”, el ridículo añadido del rastafari Morgan Freeman dando instrucciones a su corredor, como si pudiera oírle y atenderle… Un desfase poco creíble, como ya suponíamos todos que sería.




Una vez todo se resuelve, Judá se preocupará más por su blanco caballo que por su moribundo hermano, porque al final descubrimos que esta Ben-Hur digital, no es otra cosa que la versión gañán de “El conde de Montecristo” mezclada con “El hombre que susurraba a los caballos” (Robert Redford, 1998). Porque Judá ama mucho a la gente, pero más a los caballos, en esta versión digital y animalista del clásico. De hecho, se hace raro que no hable algún caballo, como en Disney. Es lo que no perdono a esta Ben-Hur digital. Podría haberse redimido...

La parte final es de traca, como si Charlton Heston y William Wyler hubieran tenido un mal viaje con setas alucinógenas. Un final atropellado, en el que parece que se acababa el presupuesto y había que ir finalizando. Así, lo que un segundo antes era odio obsesivo se convierte en perdón, abrazos y besos fraternales. La conversión de Judá, que es espiritual, se entiende larga y costosa, pero aquí aparece repentina, a último hora, in extremis. Es imposible no reírse con esas últimas escenas.




Lo que en la película de Wyler es una odisea aquí se reduce a un ligero contratiempo. Desde luego es más corta que la de Wyler, pero se hace eternamente larga. Esto es raro, porque ahora las películas son siempre más largas, pero si le quitas cosas, por ejemplo la coherencia, se puede lograr reducir metraje. Wyler modernizó el excelente mudo Ben-Hur de Fred Niblo. Ahora se ha digitalizado y vulgarizado la de Wyler.

Escandalosamente adelgazada y simplificada, carente de la profundidad y densidad filosófica y teológica de sus referentes. Ni hablar de sutileza o enjundia emocional…

Casi un desastre, sino llega a ser porque la historia que cuenta es apasionante, se haga como se haga… Incluso de esta forma cochambrosa.


2 comentarios:

  1. no terminé de verla.........y me molesta que se hagan remake que jamas se tendrian ni que plantear en hacerlos

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