ZEPPELIN ROCK: Crítica de la película "El lobo de Wall Street" de Martin Scorsese (2013)

sábado, 1 de febrero de 2014

Crítica de la película "El lobo de Wall Street" de Martin Scorsese (2013)



por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC




71 años tiene el señor Martin Scorsese, pero viendo su última joya cualquiera diría que está dirigida por un jovenzuelo que viene a comerse el mundo, repleto de energía, vigor y una fuerza arrebatadora que puede con todo.


Scorsese apuesta por una estructura de alzamiento y caída, típica en su cine, especialmente en sus acercamientos a retratos generales de mundos delictivos, con el estilo impresionista y nervioso característico de su director. Mismo estilo, estructura y planteamiento que en Uno de los nuestros (1990) o Casino (1995). Frescos sobre la mafia, la corrupción en los casinos u otra mafia más sofisticada y elegante, la de los brokers de Wall Street. Mundos paralelos, fascinantes, casi de fantasía, en contraste a la sosa vida cotidiana y rutinaria de la gente normal.




La narración, como en las películas citadas, se vertebra en la voz over, la de Leonardo Di Caprio, que interpreta magistralmente a Jordan Belfort. Un uso de la voz over metalingüística, realmente rica, que juega con el tiempo, el pasado y el futuro, a veces consciente de todo y otras inconsciente, multitud de recursos que agilizan la narración, donde podemos ver cómo un discurso en over pasa a ser recitado por el propio Di Caprio mirando directamente a cámara. Un recurso que es la base de la narración en una película que no es narrativa, sino sensitiva. Una voz over que enmascara y juega con el punto de vista, donde Di Caprio se nos aparece como un demiurgo poco fiable, porque el verdadero está detrás. Hay dos puntos de vista paralelos que corren al mismo tiempo y se complementan el uno al otro, es por ello que la supuesta redundancia en la voz over no es tal en sentido estricto, es una obra de orfebrería desde el guión, como ocurría en Uno de los nuestros y Casino. Es el director el que maneja, en realidad, los hilos, el que deja pistas del verdadero punto de vista, hay un demiurgo detrás del demiurgo aparente. Scorsese.

Todo este juego metalingüístico no busca otra cosa que seguir ese tema siempre presente en el cine de Scorsese, los límites de la realidad y la confrontación de ésta con la ficción, el vacío de contenido que tiene dicha realidad. Ese uso de la voz over, como ocurría en Casino o Uno de los nuestros, guiándonos por el mundo que se nos quiere mostrar liga las películas de forma evidente con el documental, el género ”realista” por excelencia, manteniendo los códigos de la ficción, porque hay que recordar que el documental es un género que Martin Scorsese también frecuenta de forma habitual y con devoción, en breve llegarán varios dirigidos por él de hecho. Realidad y ficción, una vez más.




Es entendible que a algunos les moleste la voz over, el exceso de metraje, que lo consideren redundante y no entiendan la subordinación de la narración a la anécdota, pero es ahí donde está la clave del asunto. Además las voces over de Scorsese son de obligado estudio en escuelas de cine, trabajos que requieren un análisis pormenorizado, que juegan con máximas sagradas estirando los fundamentos del lenguaje cinematográfico. Placeres que nos dedica uno de los directores más cinéfilos, además del más influyente, sin ningún género de duda, del cine moderno.

Scorsese pretende fusionar fondo y forma, por tanto dota a su estilo de todo exceso. Vibrante, frenético, alocado, desfasado, como retrato de la personalidad del personaje, dejando pistas sobre este hecho, contradiciendo ocasionalmente lo que comenta el protagonista en over. Por ello la última media hora es clave, ese estilo desfasado, idílico en la mente de Di Caprio, se hace más duro y sobrio, como su estado mental.




Hay varios momentos donde Scorsese contradice a su protagonista (en la escena del avión, la de los Lemmon 714…), donde lo presenta como un narrador no del todo fiable, que mitifica todo en su estado alterado constante de consciencia. Scorsese aparece ocasionalmente por detrás diciendo, “fascínanos con tu relato de excesos, diviértenos… pero ten claro que no todo es como lo pintas”.

La película podría contarse en el tiempo de un corto o un mediometraje a nivel narrativo, el grueso, el 80 por ciento de la película, son anécdotas, porque las anécdotas son la esencia de la vida de Di Caprio, la que nos cuenta, la que lo definen, la que transmiten una forma de vida y ver la cosas, siempre positiva y jovial, siempre excesiva y atractiva. Por eso Scorsese siempre huirá de los elementos de thriller, suspense o drama que pudiera contener el relato, banalizándolo como hace su protagonista con todo. Es imprescindible entender esto para comprender lo que pretende Scorsese. Lo importante son las anécdotas, no la narración que salpica dichas anécdotas desde la voz over para que la historia avance lo suficiente. Es por ello que se entretiene 10 o 15 minutos en la historia de los Lemmon 714 y en cambio interrumpe a su protagonista cuando va a dar explicaciones más técnicas sobre sus tropelías económicas ilegales.




Di Caprio y Scorsese nos retratan una forma de vida, lúdica siempre ante cualquier circunstancia, ideal, fantástica, atractiva, adictiva… con el problema de que no es legal.

La película es como su personaje, convincente, carismático, desfasado, excesivo, contradictorio, atractivo, hedonista, lujosa, lujuriosa, incluso esperpéntica en ocasiones, alocada, inconsciente, brillante…

La cinta se dividiría en tres, el alzamiento desde lo más bajo, en la inocencia; el éxito, con sus excesos, que es el núcleo duro de la película, y la caída. Esta última parte es la clave y lo que da sentido a todo, a ese entramado estilístico mencionado que usa Scorsese para fusionar forma y fondo, haciendo que su última parte sea más oscura, sobria, consciente, dura…. El ejemplo paradigmático lo tenemos en cómo nos cuenta Di Caprio una discusión con su mujer una mañana cualquiera, que termina con un gag realmente hilarante, con vaginas y osos espías incluidos, y cómo se retrata la discusión final de la pareja, con el intento del protagonista de llevarse a su hija, agrediendo brutalmente a su propia esposa. Scorsese adapta y cambia el tono retratando la realidad del momento desde la percepción del protagonista, que ya no consume ni se emborracha.




Dios también tendrá su presencia, será sólo en un momento, pero clave en el cambio de opinión de Di Caprio y su actitud, la “señal divina” en el rescate acuático de los italianos.

Dentro de las estiradas escenas anecdóticas, de fiesta, siempre se avanzará en la narración lo justo para incluir un nuevo elemento, un ejemplo lo tenemos en la secuencia donde Di Caprio conoce a la rubia y se menciona al amigo de Jonah Hill.

También es habitual que se terminen escenas con elementos en apariencia surrealistas, como el mencionado rescate acuático, la masturbación de Hill en una fiesta... Escenas que en ocasiones parece ver sólo el personaje de Di Caprio, como sucede realmente más de una vez.

Así el retrato que se hace en El lobo de Wall Street del personaje y su mundo es igual al que se hace en “Uno de los nuestros” del de Ray Liotta o en Casino con Robert De Niro, hombres que viven en un mundo de fantasía, apartados de la realidad, forjándose en una realidad idílica que se crean, que se manejan mejor en sus negocios que en la vida cotidiana, como Toro Salvaje (1980), y que definen a la perfección la “voluntad de poder” nietzscheana. Universos deseables, atractivos, ganadores, suntuosos, excesivos, horteras, con acceso a todos los vicios y todo lo que se desee, sin valores ni rasgo o guía moral alguna… Por eso resulta gracioso oír críticas sobre la moralidad de la cinta cuando Scorsese, actuando de oculto y juguetón demiurgo detrás de Di Caprio, no juzga, simplemente expone un fresco que habla por sí mismo, tan esperpéntico como atractivo, tan censurable como deseable. Resulta gracioso porque muchos de los que critican esa faceta de El lobo de Wall Street aplauden con las orejas a “Uno de los nuestros” como una de las mejores cintas sobre la mafia o a “Casino”… cuando es exactamente, y sin matices, el mismo planteamiento… no hay más que recordar la última frase de la cinta protagonizada por Ray Liotta, el alter ego mafioso de este Di Caprio.

Escenas memorables como la ya legendaria, quizá la escena del año, de Di Caprio, los Lemmon 714, Popeye y su coche, donde siempre se da un poco más, cuando parece que el humor no puede dar más de sí aparece un nuevo giro, o el plano del policía en el metro tras haber detenido a Di Caprio, son ejemplos de talento absoluto.




El montaje de Thelma Schoomanker es una virguería, como de costumbre, y la música y uso de la banda sonora ejemplares. Las interpretaciones son francamente excepcionales Hill, McConaughey… pero si alguien sobresale es Leonardo Di Caprio, que por fin ha tenido una merecida nominación. Oscarizables sin ningún lugar a dudas. El Tour de Force de Di Caprio, arriesgando al máximo en su interpretación, es excelso. Rememora las actuaciones más atrevidas de sus inicios en ocasiones, mucho más maduro.

Tenemos el habitual viaje crístico de los protagonistas scorsesianos, aunque el sentimiento de culpa aquí brilla por su ausencia, sólo un ligero remordimiento en la parte final de la cinta por parte del protagonista, aunque la idea es la misma. Un viaje, en suma, hacia una pureza desde una mirada pervertida. Bien es cierto que la señal divina que hace cambiar a Di Caprio se relacionaría con ese sentimiento de culpa y redención que siempre suele estar presente en el cine del director neoyorquino. Aquí la redención es resignada y asumida, como la del protagonista de Toro salvaje. La mirada psicópata o alucinada de los protagonistas scorsesianos que aparece de forma habitual en su cine tiene aquí un ejemplo más, como he comentado, con un Di Caprio que nos muestra un mundo feliz bañado en drogas y alcohol.

La escisión de realidad y ficción, del contraste del mundo real con otro fantástico, está plenamente vigente en esta cinta, el mundo fantástico del lujo y excesos en el que vive Di Caprio con el real del que huye, en el que vive el policía (Kyle Chandler). Un personaje que se adapta mal a la vida cotidiana, sólo se maneja adecuadamente en ese mundo creado por y para él.

La dirección como siempre es un portento, repleta de grandes movimientos de cámara y grandilocuentes travellings, menos marcados que en otras obras, que retratan a la perfección el frenesí del personaje y su entorno, pero que cuando la película necesita pausa y sobriedad pasa al plano-contraplano riguroso y perfectamente estricto manejando el lenguaje cinematográfico de forma precisa en esa búsqueda mencionada de fusionar fondo y forma. Ejemplo de esta sobriedad la tendremos en todas las conversaciones, a dúo especialmente, y sentados, por ejemplo de Di Caprio con su padre, con el agente de policía, con su detective…

También recurrirá a cámaras lentas para retratar el estado de Jordan, todos los recursos subordinados a esa idea.

Una obra mayúscula que desde luego no es para todos los gustos, con momentos hilarantes e inolvidables, excelsas interpretaciones y excesos de todo tipo. La obra más descarada y sexualmente atrevida del habitualmente discreto Scorsese.

©Mr. Sambo

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