Cosas en los bolsillos
EL guardia celador se dirige al detenido desde detrás de un pequeño mostrador.
Él, aún tembloroso, mete sus manos en sendos bolsillos laterales del pantalón y va extrayendo sus objetos personales. Primero es un encendedor que acomoda en el fondo de la cesta, luego, de uno y otro bolsillo, el detenido usa ambas manos y, casi de manera alternada, va haciendo salir: un paquete de tabaco de Celtas casi vacío, una pequeña caja para las lentillas, un peine blanco con la marca impresa de un hotel, su teléfono móvil, un pañuelo de tela muy arrugado, un par de canicas de colores, un yoyó, una pequeña caja con bombas fétidas, un boletín de notas, un balonazo en la cara, las risas ladinas de unos niños malos, una operación de apendicitis, la foto de Manuela, los amores perdidos, una carta, algunos de sus sueños, un lápiz diminuto con la punta roma, la pipa de su abuelo, algunos besos sin usar, un puñado de clips, una tesis doctoral inacabada, un buen puñado de nervios, un pintalabios robado, una venganza servida muy fría, la alianza (la extrae del dedo), el reloj (se lo quita de la muñeca), un cortaúñas (del bolsillo de la camisa)... y la navaja.
El guardia celador observa los bolsillos vacíos que el detenido se ha visto obligado a sacar por fuera del pantalón.
–Ahora quítese la ropa y deposítela en esta canasta. Toda la ropa.
El detenido, que ya se ve condenado, lo hace de manera despaciosa, sin prisa pues ya el tiempo no importa.
–¿Y dónde voy yo ahora así?
–Si se refiere a su cuerpo, me lo deposita en este ataúd y ya puede marcharse.
Lo hace. Se marcha.
ÁCS
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