por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC
El amor como algo etéreo, vaporoso, porque se mantiene firme y constante incluso cuando la otra persona no está cerca, cuando no la ves ni la oyes, cuando no puedes tocarla, pero aún así la sientes. El amor alejado de grandilocuentes manifestaciones, que bulle hondamente, como una hoguera recién parida en nuestro interior, incluso cuando la otra persona no lo sabe o los entornos nos oprimen, censuran u observan con displicencia. El amor que existe y vive con más fuerza ajeno a todo eso, ajeno incluso a cualquier necesidad.
Esto lo tenían claro los clásicos, los grandes directores del melodrama, desde el elegante Max Ophüls al profundo Douglas Sirk, y ahora podemos sentirlo con esta excepcional obra maestra que es Carol de Todd Haynes.
Adaptando a la gran Patricia Highsmith, la magnífica escritora famosa por sus novelas negras y que era homosexual, Todd Haynes nos regala una dirección sutil y de enorme calidad con una narrativa que fluye como una densa brisa otoñal, meciéndonos y abrigándonos en esa sincera relación del gélido entorno de los convencionalismos. Una inteligencia y seguridad narrativa que no necesita de subrayados, sugiriendo brillantemente todo con miradas, gestos y una puesta en escena soberbia.
No hay nada gratuito en los recursos estilísticos de Haynes en el retrato de una relación mal vista, clandestina, secreta, casi prohibida. Es por ello que predominan los planos tras cristales, muchas veces empañados, con espejos, desenfocados, con elementos del decorado que sirven de marco o que ocultan a los personajes, con mucho aire a un lado del encuadre… escenificando el entorno opresivo en el que se mueven esas mujeres, que pretende asfixiarlas, someterlas, recluirlas…
Los planos tras cristales, a menudo de un coche, retratan ese deseo oculto, ese amor clandestino y el goce de esa relación en una burbuja ajena al hostil exterior. Vemos como Therese (una impecable Rooney Mara) mira a menudo desde los interiores al exterior, con anhelo, deseando salir y poder pregonar su amor, pero consciente de lo que ello acarrearía, ansiosa de libertad desde su obligada reclusión. Vemos a Carol escapando en su coche, como en una road movie, para liberarse, aunque sea momentáneamente, de su prisión de convenciones, de responsabilidades, aterrada por no poder contener sus gestos, maravillosamente retratados por Haynes con planos cortos de manos, carias tímidas y confidenciales, de miradas que son testamentos amorosos. Bocas, manos, pieles…
Therese y Carol son dos seres independientes y libres en un mundo de rígidas reglas, por eso el primer plano de la cinta será el de una alcantarilla de la que salimos en busca de aire fresco.
Hay dos discusiones de las chicas con sus parejas, ambas están mostradas de forma parecida, enmarcadas en las puertas, a distancia, donde desaparecen del encuadre, ocultadas por elementos del decorado. Una bajo la atenta mirada de Therese, otra con ella como protagonista, cruzando estancias en su pequeño apartamento, como en el laberinto imposible que es esa relación. Son las prisiones.
Hay un elemento que vincula a ambos personajes y además retrata esa vida y ese amor escindido que busca liberarse. Son los trenes. Oiremos el eco de uno en un viaje nostálgico en coche de Therese al inicio, que nos llevará a un flashback donde la compra de una maqueta de un tren, precisamente, unirá a la pareja.
Esa maqueta, que aparecerá en varias ocasiones, es el símbolo perfecto de su propia vida, un simulacro de vida, un ensueño, una vida coartada, falsa, especialmente la de Carol.
Al final de la película escucharemos otro tren, pero lo oiremos al aire libre…
Cate Blanchett nos deja otra majestuosa interpretación, una Jane Wyman moderna, un ama de casa encadenada a su glamour, sus lujos y su matrimonio, retratada entre espejos.
Su relación se desarrollará entre la libertad clandestina al aire libre en un viaje y la burbuja que las protege de ese entorno que es el coche.
Entre Carol y Therese se produce un contagio destinado a conquistar el equilibrio. Fijaos en el paulatino cambio de look en Therese, sus pequeñas modificaciones de peinado y de vestuario, que toman como modelo a esa distinguida mujer que la fascina. Carol, por su parte, ansía aquella juventud que tuvo y que ve en Therese, esa ingenuidad. Una mujer experimentada y hastiada. Al final la acomodada mujer madura se ve obligada a trabajar, mientras que Therese logra sus sueños profesionales mostrando la distinción mencionada. El punto de encuentro.
Ese excelso trabajo con el vestuario se lo debemos a Sandy Powell, justamente nominada por partida doble este año (“Cenicienta” y esta que nos ocupa), y ganadora de tres Oscar.
La intimidad de la pareja, tratada por Haynes con un respeto y sensibilidad exquisitos, también es mostrada con planos lejanos, para compartir con ellas, posteriormente, caricias y confidencias. Por eso abundan los elementos de distancia: los encuadres con aire a un lado, los encuadres lejanos, los cristales o decorados opresivos… elementos ya mencionados.
No acabo de entender como la mejor película de este año, junto a “Room” (Lenny Abrahamson, 2015), no está entre las 8 nominadas al Oscar, de igual manera que se me escapa como Todd Haynes ha quedado fuera de la lista de directores… Da la impresión de que la capacidad analítica en la Academia es nula, deben primar otros valores.
Disfruten de una obra maestra del melodrama, suave y sutil, menos desgarrada que algunos de su referentes clásicos, pero igual de conmovedora y repleta de calidad.
Jorge García
No hay comentarios:
Publicar un comentario