por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC
Notable y original propuesta desde lo formal que ha recibido, justamente, el beneplácito de la crítica, proponiendo interesantes ideas conceptuales y metalingüísticas aprovechando esa misma propuesta formal, beneficiadas por unas interpretaciones magníficas y una intensidad dramática poderosa.
“Birdman” fusiona cine y teatro mientras usa el metalingüismo como columna vertebral, recurriendo a la ilusión de un plano secuencia eterno para desarrollarlo todo. Un plano secuencia que es puro cine pero que simula la concepción teatral de actuación sin cortes ni montaje. Y es que el plano secuencia está de moda, como ya vimos el año pasado con Alfonso Cuarón y su excepcional “Gravity” (2013). Se asume, en esa apuesta del plano secuencia, las servidumbres de fluidez que tendrá su desarrollo en algunos momentos.
La película de Alejandro González Iñárritu es puro metacine, se habla de cine y la dramaturgia en todo momento, referencias constantes a actores, directores, autores teatrales, obras literarias… que inciden en la concepción general del film.
Una antigua estrella de Hollywood, famoso por un papel de superhéroe, decide reivindicarse en los escenarios de Broadway con un montaje sobre un texto de Raymond Carver, un viaje catártico y redentor a todos los niveles.
Michael Keaton, que está esplendoroso y me alegraría que se llevara un merecido Oscar este año, se desdobla en un alter ego tentador, una especie de Pepito Grillo mefistofélico que le llama a la comodidad del éxito pasado, su papel de superhéroe. Un subconsciente ante el que debe luchar, su batalla interior.
Esta idea metalingüística, de metacine, que tiene la película, tiene en el manejo de la elipsis uno de sus aspectos más interesantes. Hemos visto como “Boyhood” (Richard Linklater, 2014) elegía lo habitualmente elíptico cinematográficamente para desarrollar su narración. “Birdman” también reflexiona y usa la elipsis de forma virtuosa, ya que nunca es una elipsis espacial, siempre es temporal y sin cortes, salvo en una sola ocasión. Las escenas de transición en “Birdman”, o más bien los momentos de transición, se escenifican con paseos, generalmente por los pasillos y las bambalinas. Iñárritu retrata el escenario como si fuera un corazón, la esencia vital para ese grupo de personajes, de tal forma que los pasillos y los camerinos son las venas y arterias que llevan a ese centro neurálgico.
Lo que sí habrá serán cambios de acto, también con elipsis temporales donde vemos el transcurrir del tiempo acelerado para pasar a una nueva escena, siempre sin corte.
El retrato y la definición de personajes es excelente, además de la del sufrido Keaton, tenemos al egocéntrico talentoso, el actor de prestigio que interpreta Edward Norton, que personifica lo que aspira a ser el propio Keaton. La actriz novata en Broadway que interpreta Naomi Watts o la hija del actor obsesivo que encarna prodigiosamente Emma Stone. Todos están magníficos, quizá Watts algo por debajo, pero nada reseñable. Hay una intensidad y evolución dramática muy conseguida.
El fresco de todo ello retrata el sufrimiento creativo, el tormento interior de la encarnación e interpretación dramática, el proceso de interiorización para convertirse en otra persona, el miedo e inseguridad del actor… Aspectos bien mostrados aunque en ocasiones se quedan en la superficie de lo ya tratado en muchas ocasiones. De hecho, “Birdman” es un fresco de todo lo que rodea a la dramaturgia, al teatro, sus aspectos internos y externos, la prensa, la crítica, lo que se cuece en los camerinos, los ensayos, los tormentos y conflictos, las envidias y los celos, las inseguridades y los miedos…
Los espejos, habitualmente en los camerinos, serán un elemento del decorado imprescindible y que sirven a Iñárritu para desarrollar ese metalingüismo que elimina las barreras entre la actuación y la vida, que nos lleva a interpretar en nuestra vida real (Keaton contándole la falsa historia de su padre a Norton), y a llevar la vida real a la actuación en el escenario para hacerla auténtica…
El propio personaje de Michel Keaton, que fue un superhéroe en los 90, Batman con Tim Burton, es puro metalingüismo, un actor que no logró que aquel papel supusiera un viaje al estrellato.
Como en la soberbia “Whiplash” (Damien Chazelle, 2014), la mejor cinta de las nominadas de este año, la banda sonora tendrá en la percusión su base, que aquí, en “Birdman”, resalta el tumulto interior de los personajes, especialmente el interpretado por Michael Keaton. Una batería tocada por Antonio Sánchez.
El humor es otro de los ingredientes destacados de la película, especialmente con las referencias cinéfilas constantes. Los diálogos son francamente magníficos, es un placer oír diálogos de nivel, algo que cuesta últimamente.
Pueden extraerse buenas interpretaciones generales, como esa idea de la necesidad social de fingir, de interpretar, de actuar para lograr una relevancia al nivel que sea, personal, profesional, artístico, buscando ser quienes no somos, cuando posiblemente se lograría por nosotros mismos…
Una historia sobre egos, redenciones e inseguridades, miedos y superaciones, que va de seres alados, de Ícaro y de Fénix, por poner un par de ejemplos. Citar referencias a “Toro Salvaje” (Martin Scorsese, 1980), “Noche de estreno” (John Cassavetes, 1977), “Doble vida” (George Cukor, 1947)…
Su mayor defecto es que no logra la profundidad que pretende desde los tópicos o clichés que usa en demasía. La estrella que quiere ser valorado como actor, reivindicarse, Keaton con esa obra; las críticas a la crítica como una dedicación que expía su frustración artística; el sufrimiento creativo del actor; el conflicto entre prestigio y popularidad; el egocentrismo artístico; el actor petulante de prestigio… Muchos clichés a los que se debía haber sacado más ya que reiteran ideas muchas veces vistas sin exponer nada nuevo más allá de su propuesta visual. Demasiados tópicos con brocha gorda. Es posible que en este sentido la cinta peque de cierta prepotencia y pretenciosidad.
El final parece haber dejado a muchos perplejos, no puedo explicarlo aquí para no destripar nada, un final “abierto” que en realidad no es más que una alegoría, metáfora, simbolismo… para definir una idea. Nada especialmente extraño.
Parece que estamos en un año de películas experimentales entre las nominadas, a falta de una mayor calidad general, es un año flojillo, así tenemos la encantadora “El gran hotel Budapest” (Wes Anderson, 2014), “Boyhood” y esta que nos ocupa.
Sin ser algo sublime, “Birdman” alcanza con solvencia el notable por sus muchas virtudes a todos los niveles, así que déjense llevar por esta atrevida e interesante propuesta, quizá algo sobrevalorada, pero satisfactoria.
©Jorge García
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