Terror fundado
ERAN las siete y el despertador sonó como de costumbre. J. J. Millás se enfundó las chancletas y, medio dormido, dando su primer bostezo, entró en el cuarto de baño, pulsó el interruptor, acercó su cara al espejo y descubrió que no había nadie al otro lado. El corazón le dio un vuelco, pues, como era evidente, no estaba soñando.
Aturdido, nervioso, tembloroso, con la brocha del afeitado en su mano derecha, regresó al dormitorio... para comprobar que, en la penumbra, sobre la cama y tapada hasta la cintura, su mujer seguía durmiendo, de lado como siempre, y algo, alguien, ¿él?, ¿otro?, un bulto en cualquier caso, estaba acurrucado a su espalda, muy rígido eso sí, como inmóvil o inerte. No supo qué hacer. La brocha resbaló muellemente de su mano. La realidad había superado a su ficción.
©Ángel Carrasco Sotos
Brillante perspectiva.
ResponderEliminarEn corto marcaste al personaje con su propia tinta.
Pleno de magia.
Se agradecen sus palabras, caballero. Es el tópico del cazador cazado. Millás atrapado en la tela de araña de uno de sus articuentos. Viviéndolo en sus carnes (o en sus no carnes).
EliminarHola, Ángel.
ResponderEliminar¡Qué bueno! Como para no aterrorizarse. Confío en que estas cosas no nos pasen nunca porque no sabría qué hacer.
Me ha gustado mucho tu cuento, muuuuucho.
Un abrazo muy grande y que el verano te sea leve.