Kafkiano
ESE día, cuando Gregoria despertó, se comprobó convertida en una rodaja de mortadela con aceituna. Desde luego, hay que joderse –pensó ella–, con la de cosas que tengo que hacer hoy, ¿quién será el gilipollas (¿o dijo “incauto”?) que está detrás de todo esto? (“A mí que me registren”, irrumpió el narrador, y a continuación se lavó las manos).
En ese preciso momento su perrito Bruno entró en la habitación, lo que suponía el comienzo de una nueva (y quizá definitiva) transformación.
©Ángel Carrasco Sotos
Jajaja, esta me ha encantado, ¡sí señor!
ResponderEliminarBreve y surreal. Y no solo mortadela, no, ¡de la de aceitunas! ¿se puede ser más cutre?
Yo hubiese cambiado Manuel por Gregoria, estableciendo un obvio paralelismo.
Me ha convencido. Sea.
EliminarJoder, que no lo decía con ánimo de influirle... pero gracias por la consideración.
ResponderEliminarEs que me convenció (al oído: además, esto es menos trascendente de lo que pensamos).
EliminarHola, Ángel.
ResponderEliminarEs genial, tan breve y con tan mala leche que me ha encantado.
¡Pobre Gregoria! Mortadela con aceitunas, ¿puede fabricarse un embutido más cutre que ese?
Eres buenísimo, la verdad, y con ese puntito canalla.
Un abrazo muy grande.
PD: Estaba deseando leerlo porque tu humildad me picó aún más la curiosidad.
Fíjate que es cutre, pero siempre me gustó (con y sin). Gracias por esas palabras, Tow (sé que no las merezco; y no es humildad).
EliminarAbrazón.