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“Edad de hierro: profesionalización, giras y choque con la masificación. Parte II” |
Cartografías regionales
Focos por ciudad, bandas-escuela, productores locales y polos de ensayo
Entre 1986 y 1995 el heavy en castellano se asienta en una red de nodos urbanos con personalidad propia. Madrid manda en volumen y proyección, con barrios obreros (Vallecas, Carabanchel, San Blas) actuando como cantera social y simbólica: ahí cristalizan letras, estética y público, y se consolidan templos como la Sala Canciller—verdadera “universidad popular” del género—donde alternan históricos nacionales y visitas internacionales antes de su cierre en 1994/95. La figura de Canciller como polo de escena y economía nocturna es hoy memoria compartida del heavy capitalino.
A nivel técnico, muchos LPs de bandas madrileñas (o asociadas) se registran en Estudios Mediterráneo (Ibiza) con el ingeniero Dennis Herman—una decisión logística que homogeneiza estándares de sonido: Dejarse la piel de Obús (1986) y Toca madera de Panzer (1985) son casos-escuela. El salto a los estudios M-20 y Red Led en los 90 refuerza esa profesionalización.
En Vallecas, la narrativa “de barrio” convierte a Obús en banda-escuela para centenares de grupos: identidad obrera, coros coreables y riffs directos que otros replicarán en locales de ensayo y peñas.
Barcelona y su área metropolitana se distingue por el vigor del thrash/speed y la permeabilidad con el punk/hardcore. Legion fija un estándar técnico con Mind Training (1990), grabado y producido por Cesc Santandreu en KSZ Studios (BCN), y Fuck Off rueda Another Sacrifice en Mediterráneo (Ibiza) tras sus primeras referencias de la escena catalana—dos bandas-escuela del thrash peninsular. Como infraestructura, Zeleste vertebra la circulación de giras internacionales (de ahí la filmación de Under Siege de Sepultura en 1991), mientras sellos DIY como BCore impulsan el puente con el hardcore local que nutrirá cruces estilísticos a inicios de los 90.
En Euskadi/Navarra, la densidad de locales autogestionados (gaztetxes) y el ecosistema de sellos Soñua/Oihuka/GOR (el itinerario de Marino Goñi) hacen del territorio un laboratorio autosuficiente: maquetas, edición y directo conviven en circuito propio. Su Ta Gar (Éibar) encarna la cristalización heavy/épica en euskera, grabando en Estudios IZ (Donostia) con Kaki Arkarazo; en paralelo, el crossover de Soziedad Alkoholika (Vitoria) capitaliza la convivencia thrash-hardcore en la primera mitad de los 90. La capilaridad de los gaztetxes como polos de ensayo y performance es clave para explicar la productividad comarcal.
Galicia (Ourense/A Coruña/Vigo) teje su mito alrededor de Los Suaves—otra banda-escuela—cuyo salto a multinacional (Malas noticias, 1993) y posterior Santa Compaña (1994, grabado en Red Led, Madrid) demuestran la madurez de su maquinaria de directo y estudio, y su irradiación sobre el Noroeste.
En el Levante, València aporta tradición hard/heavy con Zarpa (Mislata) y un circuito de salas como Garage/Arena y Gasolinera que, aun ecléctico, dio soporte estable a giras y directos locales en los 80-90. La grabación en vivo de Zarpa (Sala Garage, 1987) fija ese mapa de circulación.
Andalucía y el litoral sureste consolidan escenas incipientes que eclosionan a mediados de los 90: Azrael (Granada, 1991) ejemplifica el power/speed primerizo andaluz—otra referencia para promociones venideras—mientras proliferan locales y promotores de ámbito provincial.
Bandas-escuela (matriz de aprendizajes)
- Barón Rojo (Madrid): profesionalización de giras, gerencia y prensa; referencia de repertorios largos y logística de gran formato.
- Obús (Vallecas, Madrid): directo de alto octanaje, lírica de barrio y hooks coreables; “modelo Vallecas”.
- Ángeles del Infierno (Lasarte/Donostia): estandarización de producción en Mediterráneo y proyección a Latinoamérica.
- Los Suaves (Ourense): cancionero emocional con salto a multinacional y giras largas como escuela del Noroeste.
- Legion / Fuck Off (Barcelona): escuela de thrash técnico y stagecraft veloz para la hornada catalana.
- Su Ta Gar / S.A. (Éibar/Vitoria): moldes vascos para metal en euskera y para el cruce thrash-hardcore.
Productores, estudios y polos de ensayo (selección)
- Estudios Mediterráneo (Ibiza) – “sonido grande” ochentero para heavy nacional (Obús, Panzer; con Dennis Herman).
- KSZ (Barcelona) – Cesc Santandreu fija el listón del thrash patrio (Legion).
- IZ (Donostia) – Kaki Arkarazo dinamiza la grabación de metal/rock vasco (Su Ta Gar).
- M-20 / Red Led (Madrid) – salto noventero de calidad y mezcla (Barón en M-20; Los Suaves en Red Led).
- Ritmo & Compás (Madrid) – red de locales de ensayo y sala que estructura la “economía del día a día” de las bandas.
- Gaztetxes (Euskadi/Navarra) – polos de ensayo y socialización (autogestión, fanzines, logística local).
Resultado: un mapa policéntrico donde cada ciudad aporta una “competencia” (sonido de estudio, velocidad, repertorio épico, cruce punk/hardcore, gestión del directo). Sobre esa base, las bandas-escuela y los productores locales institucionalizan prácticas (riders, backline, prensa, logística de furgoneta) que, sin perder acento local, elevan el estándar profesional del heavy en castellano en la “edad de hierro” (1986-1995).
El Canciller y otras catedrales (salas míticas y su economía)
Sala Canciller (Madrid) — “la Canci”, enclavada en c/ Alcalde López Casero, 15 (El Carmen), se convirtió en sinónimo de heavy madrileño. Tras un cierre administrativo de 18 meses por orden municipal, el TSJ de Madrid ordenó su reapertura en febrero de 1995; la prensa la definía ya entonces como “templo del rock duro” de la capital. A lo largo de la década combinaría bolos nacionales e internacionales y, tras su ciclo clásico, derivó en otros usos del inmueble años después. Más allá de la mitología, su trayectoria muestra la fragilidad regulatoria y financiera de las salas noventeras.
La Riviera (Madrid) — sala polivalente a orillas del Manzanares, con aforo en torno a 2.500 (según RTVE y fichas públicas), funcionó como “bisagra” entre circuitos de sala media y pabellón: conciertos demasiado grandes para clubs, demasiado pequeños para estadios. Su tamaño y dotación técnica la convirtieron en plaza recurrente para el hard & heavy.
Zeleste (Barcelona) — trasladada en 1986 a la nave de c/ Almogàvers (Poblenou), llegó a anunciar capacidades cercanas a las 3.000 personas y programó conciertos de alto octanaje; ahí se filmó el vídeo oficial de Sepultura, Under Siege (Live in Barcelona), grabado el 31/05/1991, que dejó constancia de la potencia del público y de la solvencia técnica local. Tras el cierre por deudas en 2000, reabrió como Razzmatazz con nuevos propietarios.
Economía de sala: ¿de qué vivían?
Ingresos: alquiler a promotores (o producción propia), taquilla (cuando la sala coproducía), barra, alquiler puntual de espacios (rodajes, showcases) y afluencia inducida por cartelería/brand; el prestigio de “catedral” permitía primas de programación y mejor rotación en calendario.
Costes: personal técnico y de sala, alquiler/propiedad, mantenimiento, licencias y SGAE (licencia de conciertos y hoja-programa para reparto de derechos), seguros (especialmente Responsabilidad Civil a mitad de los 90 en Madrid) y seguridad. La Comunidad de Madrid impuso por ley (1994–95) la obligatoriedad de seguros de RC y contra incendios en locales de espectáculo; la prensa advertía enseguida de infraseguro en pólizas de algunas salas, empujando al alza coberturas y costes fijos.
Idea-fuerza: estas “catedrales” sostuvieron el salto de escala del heavy en castellano (1986–95): aforo medio-grande, visibilidad, crítica especializada y una economía mixta (alquiler + barra + coproducción) cada vez más profesionalizada, aunque vulnerable a choques regulatorios y de aseguramiento.
Rutas de carretera y logística de los 80–90 (vehículos, backline, seguros)
Vehículos y rutas. La furgoneta fue el tótem de la gira: la Ford Transit (tercera gen. a partir de 1986) y sus equivalentes (Peugeot J5/Citroën C25, Mercedes T1) dominaron por disponibilidad y volumen, con configuraciones mixtas (filas de asientos + bodega) y remolque ocasional. La literatura de marca y prensa de motor subraya su popularización en España a finales de los 80 y 90, lo que encaja con la transición del circuito amateur al profesional.
Backline: nace el proveedor especializado. A comienzos de los 90 irrumpe en Madrid Call & Play (1992), que se presenta (y es percibida por el sector) como estándar de alquiler de instrumentos/backline capaz de “cumplir riders” internacionales; muy pronto cubrirá festivales y giras, profesionalizando la logística de equipo (stock homologado, técnicos de backline, logística de furgón/camión). Esta capa empresarial complementa a salas y promotores y acorta tiempos de montaje.
Seguros y cumplimiento. En paralelo a licencias y tasas, la década cierra con exigencias explícitas de pólizas de RC: en Madrid, desde 1994–95, la Ley de Prevención y Extinción de Incendios obliga a locales de espectáculo a aseguramiento de RC e incendios, con aforos y riesgos como referencia de cuantías; la prensa alertó de pólizas insuficientes y del encarecimiento asociado al riesgo. Para giras y festivales, el mercado asegurador describe coberturas de RC, accidentes y cancelación como triángulo básico (el capítulo de cancelación se generalizará más en la década siguiente).
Derechos de autor y papeleo. El promotor (o la sala) tramita la licencia de conciertos con SGAE y recoge la hoja-programa (setlist) para reparto; son trámites estándar del directo profesional en España, ya codificados entonces y hoy plenamente digitalizados.
Idea-fuerza: del furgón al camión con backline subcontratado, del “vale por” a la póliza con RC y de la libreta al setlist: la logística española de 1986–95 se alinea con Europa y hace viable la “masividad relativa” del heavy en castellano.
Equipo tipo: del local al escenario grande (diagramas de señal y riders)
El rider técnico cristaliza como documento central: qué trae la banda y qué exige a sala/promotor (PA/FOH, monitores, microfonía, backline alternativo, stage plot, tiempos de prueba, hospitalidad). Es anexo contractual y se negocia con contra-rider si el recinto no llega a todo; su función es reducir incertidumbre y estandarizar la producción.
Diagrama de señal (esquema típico 5 piezas heavy/hard 80–90):
- Batería: Kick in/out, Snare top/bottom, Toms (3–4), Overheads L/R, Hi-hat (opcional).
- Bajo: DI + mic a pantalla (captura “click” + cuerpo).
- Guitarras (2): 1 mic por pantalla (SM57 e/ó equivalente), reamp opcional.
- Voz principal + 1–2 coros: micros dinámicos cardioides; comp y de-esser en FOH.
- FOH: mesa analógica de 24–32 canales (época), EQs gráficos L/R, comp/gates outboard, FX (reverbs/delays), split a monitores.
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Monitores: 4–6 wedges
(voz, batería, bajo, guitarras) con envíos dedicados; side-fills en
escenarios grandes.
Este flujo FOH/Monitores —con split analógico y procesado independiente— es el estándar que se consolida y que hoy sigue vigente en su lógica, aunque con mesas digitales.
Escenarios “tipo” por escala:
- Sala pequeña (200–500): PA de sala + 2–4 wedges; backline propio; prueba “rápida”; contra-rider habitual.
- Sala media (800–2.500): PA lineal o stacks; microfonía completa; 4–6 wedges + side-fills; backline de alquiler si gira.
- Pabellón/Explanada: PA dimensionado, delays si procede; monitores dedicados (side-fills potentes o in-ear incipientes en la 2ª mitad de los 90); backline full-spec y crew de backline/patch.
Marcas y “lenguaje” de rider (contexto histórico): a finales de los 80 y principios de los 90, los riders de heavy/hard en España empiezan a pedir equipos compatibles con el estándar internacional (amplis de guitarra “clásicos”, bajos con DI y pantalla, baterías de 5 piezas con herrajes robustos) que el alquiler profesional ya podía suministrar desde 1992. La clave no es la marca concreta, sino la homologación: que el proveedor local pueda cubrir modelos equivalentes y que la microfonía/PA cumpla canalaje y dinámica previstos.
Idea-fuerza: el rider opera como “contrato técnico” que convierte el salto del local al escenario grande en un problema de organización (no de fe): canalaje, monitoreo y backline conmutables, apoyados por proveedores capaces de cumplir especificaciones.
Discografía esencial (1986–1995)
Tres actos para comprender la “edad de hierro”:
Acto I fija el canon del heavy en castellano y su flanco hard/AOR: riffs memorables, estribillos coreables y producciones ya homologables a Europa.
Acto II pisa el acelerador: Madrid y Barcelona elevan el listón speed/thrash, mientras el norte abre el puente HC–metal y la vía euskaldun consolida identidad propia.
Acto III muestra la mutación noventera: irrumpen el groove/industrial, el proto-power/folk, el hard oscuro de autor y la nueva escuela heavy que prepara el cambio de década. Un recorrido por 1986–1995 que explica cómo el género se profesionaliza sin perder ADN local.
Acto I Clásico & AOR
Barón Rojo — Tierra de nadieBarón entra aquí en su «fase madura»: producción más pulida, riffs de contorno claro y un enfoque lírico que cruza crónica social, humor y épica cotidiana. El álbum funciona como prueba de estrés de la profesionalización madrileña: estudios solventes, arreglos vocales medidos, guitarras con ganancia justa para conservar inteligibilidad y una base que empuja sin saturar. «Tierra de nadie», «Pico de oro» o «Pobre Madrid» apuntalan el cancionero con estribillos coreables y puentes bien escalonados. En directo, las piezas de este disco se integraron como cimientos de repertorio “de catálogo” que legitimó al grupo ante prensa generalista y público masivo. Su legado: demostrar que el heavy en castellano podía sonar «grande» con estándares europeos sin diluir identidad ni mordiente.
Obús — Dejarse la pielSíntesis del «modelo Vallecas»: músculo, gancho y una ética de trabajo que convirtió el estribillo en consigna. El disco depura el sonido de la primera etapa del grupo con una mezcla más clara (guitarras afiladas, voz al frente, baterías compactas) sin perder la sensación de calle. El repertorio está orientado a escenario: estructuras con pre-coros que levantan la tónica y estribillos que entran a la primera, perfectos para salas medianas y plazas al aire libre. Más allá del single titular, el álbum sostiene el tono con medios tiempos bien fraseados y riffs memorables. Su importancia histórica radica en anclar el heavy capitalino como fenómeno social —barrios, peñas, clubs— a la vez que normaliza riders, prensa y logística de gira.
Ángeles del Infierno — 666 (etapa WEA)El álbum captura la ambición «mainstream-heavy» de la banda: producción de alto perfil, coros trabajados y el contraste buscado entre potencia y balada. La combinación de cortes rápidos con medios tiempos melódicos demostró que el castellano podía sostener baladas de gran alcance sin perder filo guitarrero. A nivel de sonido, bajos definidos, cajas presentes y guitarras de ataque clásico conviven con un trabajo vocal enfocado en la dicción y el desahogo aeróbico del estribillo. Comercialmente, marca el salto al gran público en listas y radio rock, y en lo escénico garantiza bloques de repertorio con picos de participación masiva. Su legado es doble: consolidar la identidad de Ángeles como emblema exportable y abrir espacio a un hard/metal melódico radiable.
Sangre Azul — Cuerpo a cuerpo
Referencia del hard/AOR ibérico: brillo en medios-altos, colchones de teclas que sostienen melodía y guitarras con «crunch» contenido que priorizan fraseo. La voz lidera con líneas cantables y dicción clara, reforzada por coros de respuesta y modulaciones en el pre-coro. «Cuerpo a cuerpo», «No eres nadie» o «Dueño y señor» evidencian composición con mirada FM sin renunciar a la energía rock. Suena a club grande, a coche y a radio: ésa fue su fuerza transversal. En términos de oficio, fijó un listón de producción homologable a Europa y enseñó a toda una escena cómo equilibrar músculo y elegancia. Su influencia llega a bandas que, ya en los noventa, integran arreglos vocales y pulcritud de mezcla como marca de calidad.
Júpiter — JúpiterHeavy melódico de escuela madrileña con vocación radial. El disco ordena el repertorio alrededor de riffs legibles y estribillos «cantables», cuidando puente y dinamismo; hay oficio en la economía de compases, en cómo respira la voz y en el espacio que se deja al solo para «contar» sin exhibicionismo. La mezcla favorece claridad: baterías articuladas, bajo que sostiene y teclas discretas al servicio de la melodía. «Suspenso en amor» quedó como santo y seña, pero el conjunto sostiene la escucha con coherencia tonal y narrativa urbana. Su papel histórico está en demostrar que el heavy melódico en castellano era viable en kiosco, radio y salas, y en aportar un molde replicable para centenares de grupos de segunda hornada.
Panzer — Adicción al poderUn golpe seco de heavy cañero con discurso social. Panzer da aquí una lección de concisión: canciones de tres-cuatro minutos que entran con un riff-gancho, despegan en un estribillo de consigna y cierran con un solo de narrativa clásica. La producción es frontal —guitarras arriba, voz con grano, batería de pegada directa—, ideal para trasladar el material al directo sin trucos de estudio. Como documento, el álbum certifica la madurez de la «lírica de barrio» en clave metálica y su capacidad de conectar con públicos mixtos. Su influencia: la de un manual de “single de combate” que muchas bandas posteriores replicaron —estructura, tempo, coros— al dar el salto del local de ensayo al circuito de salas.
Santa — TemplarioHard/metal melódico con identidad propia y un protagonismo vocal que reubica el centro de gravedad de la mezcla. La guitarra mantiene filo, pero se subordina a líneas melódicas largas que permiten lucir dicción y carácter; ese equilibrio articula piezas como «Templario» o «Morgana». En la producción se percibe el cuidado por el espacio: reverbs discretas, baterías “apretadas” y coros que elevan sin empastar. Históricamente, el álbum importa por normalizar una voz femenina de temperamento en la primera plana del heavy estatal, lejos del cliché decorativo. Escénicamente, su repertorio ofreció contrastes —medios tiempos, subidas épicas, finales abiertos— muy agradecidos para la dinámica del directo.
Ñu — FuegoEste álbum condensa la singularidad de Ñu: heavy de raíz urbana cruzado con imaginería medieval y timbres no canónicos (flauta, arreglos de aire folk). La producción endurece guitarras y batería frente a los primeros años, pero conserva esa aura de cuento oscuro que distingue su narrativa. La canción emblema opera como “puente” entre mundos: riff clásico, motivo modal que evoca lo arcaico y un estribillo que resuelve hacia la luz. El legado del disco y de esta fase es haber legitimado —con lenguaje propio— el terreno sobre el que, ya en los 90, brotarán lecturas power/folk a la española.
Zarpa — Herederos de un ImperioUn clásico «made in València»: riffs motóricos, voz áspera bien proyectada y solos que respiran melodía sobre músculo. El disco, grabado con medios contenidos, demuestra que el heavy de oficio podía cristalizar fuera del eje Madrid-Barcelona sin perder pegada ni personalidad. La escritura es directa —estrofa-puente-estribillo—, con modulaciones calculadas para subir energía. El corte titular es estandarte, pero el conjunto mantiene coherencia y pulso. Su legado es doble: sostiene el circuito levantino (salas, tiendas, peñas) y deja un molde de trabajo para bandas regionales que, ya en los noventa, encontrarán vías para profesionalizarse sin renunciar a acento local.
Viuda Negra — La voz de los BosquesEste disco sitúa a Viuda Negra como uno de los nombres a reivindicar del heavy melódico estatal: guitarras de contorno claro, líneas vocales que priorizan dicción y un sentido de la canción orientado a directo. «La voz de los bosques» funciona como declaración de principios: tema que se instala desde el riff y gana al público en el estribillo, con solo de fraseo clásico y final en alto. La producción, sin alardes, opta por transparencia, lo que favorece la traslación al escenario. Su importancia histórica está en documentar la solidez del tejido sub-central (salas regionals, prensa local, fanzines) y en ofrecer repertorio perdurable que resiste sin apoyos de gran sello.
Bella Bestia — Lista para matarEl álbum emblema del glam/hard ibérico: imagen, actitud y canciones de gancho inmediato. Guitarras con drive medio, coros en capas y una batería que prioriza el pulso bailable construyen un sonido pensado para radio rock y escenario. La pieza titular opera como tarjeta de visita, pero el LP se sostiene con medios tiempos «de mecheros» y cortes up-tempo de alto octanaje. La producción apela a brillo y claridad, cuidando la convivencia con las voces. Su legado trasciende fechas estrictas: marcó un estándar estético-escénico (vestuario, coreografía, interacción) ampliamente imitado y demostró que el castellano admitía el glam sin sonar mimético.
Tigres — CazadorHard/heavy barcelonés que reivindica la persistencia de una escuela clásica en la ciudad más allá del thrash. El álbum construye desde el riff —limpio, reconocible, con apoyos de bajo— y un trabajo vocal de color áspero pero afinado. «Cazador» es su síntesis: estrofa a cuchillo, puente con subida de tensión y estribillo redondo. La producción, ya en clave noventera, ofrece baterías compactas y guitarras que ocupan el espectro sin tapar la voz. En términos de escena, el disco mantiene vivo el circuito de salas catalán y evidencia continuidad estilística incluso mientras Barcelona alumbraba, en paralelo, propuestas más agresivas.
Acto II Acelerón (Speed/Thrash/HC)
Muro — Telón de aceroDebut largo que codifica el acelerón peninsular: tempos altos, palm-mutes secos, voz áspera inteligible y una base de batería que empuja sin perder pulso. El sonido es frontal, con guitarras arriba y caja «apretada», concebido para traducirse sin pérdidas al escenario. La canción titular se convirtió en bandera, pero el álbum funciona como conjunto gracias a su economía de motivos y su claridad estructural. Críticamente fue reconocido como puente entre el heavy clásico y la energía thrash, manteniendo español como lengua vehicular. Su legado es enorme: escuela de composición y ejecución para cientos de bandas que comprenderán, a partir de aquí, cómo «correr» sin sacrificar canción.
Legion — Mind TrainingThrash barcelonés de alta escuela que elevó el listón técnico local. La producción prioriza articulación rítmica: guitarras definidas, bombo claro, bajo legible y puertas de ruido medida en caja/toms para preservar agresión sin convertirlo todo en muro. El repertorio es preciso, con breaks milimétricos y solos de púa alternada que resuelven musicalmente. Aunque parte del material esté en inglés, su impacto sobre la escena en castellano fue directo: expectativa de sonido, de ejecución y de profesionalidad en estudio/escenario. El cover integrado en el tracklist funciona como guiño identitario y control de dinámica. A largo plazo, el álbum queda como manual de «cómo sonar grande» desde un estudio local.
Fuck Off — Another SacrificeUn estandarte del thrash catalán de primera hornada: velocidad, filo y una ferocidad que lo conectó con el underground europeo. La producción, austera pero efectiva, deja respirar al riff y coloca la voz ligeramente por encima para conservar inteligibilidad. A nivel compositivo, economía de motivos y puentes bien marcados, con estribillos de resolución inmediata. Su legado para el metal en castellano (aunque el disco sea en inglés) pasa por «abrir puertas»: giras compartidas, mejores condiciones técnicas en salas y validación externa de que en la Península se podía competir en intensidad y oficio.
Soziedad Alkoholika — Soziedad AlkoholikaDebut que fija el puente HC ↔ thrash en el norte peninsular: canciones cortas, riffs de alto octanaje, D-beat y letras combativas que entran a la primera. La mezcla busca compacidad y volumen percibido, con guitarras ásperas y una voz en primer plano que dispara consignas sin perder métrica. «S.H.A.K.T.A.L.E.» queda como ariete, pero el álbum sostiene un pulso implacable de principio a fin. Su impacto social y musical es profundo: normaliza el «pit» en carteles mixtos, articula un público intersección punk-metal y empodera una red de gaztetxes y salas que dará continuidad a la cantera.
Su Ta Gar — Jaiotze basatiaHeavy/thrash en euskera de gran musicalidad: melodía y agresión coexisten en un repertorio de estructuras trabajadas, modulaciones naturales y sentido épico. La producción apuesta por solidez: batería con cuerpo, guitarras con grano y voces al frente. La identidad lingüística no es «ornamento», sino eje expresivo que amplía el campo semántico del metal estatal. El álbum ancla una vía regional autosuficiente (sello, estudio, circuito) y demuestra que los códigos del género prosperan en lenguas distintas del castellano, enriqueciendo el mapa ibérico. Legado: escuela vasca de composición y de directo, con proyección estatal.
Anestesia — Gorrotoaren AhotsaCrossover con ADN vasco: tralla rítmica, alternancia HC/thrash y un discurso que dispara sin rodeos. La producción opta por densidad controlada (guitarras crujientes, bombo presente, voz con grano) que favorece la sensación de «bola de nieve» en la sala. El track titular concentra la ética del grupo: concisión, ataque y resolución. En términos de escena, el álbum cristaliza una cultura de autogestión (sellos independientes, salas propias, fanzines) que profesionaliza a su manera: mucha carretera, mucha proximidad con el público. Su influencia se percibe en la normalización del cruce HC/metal en media España.
Barricada — Por instintoRock duro de alto voltaje que engarza con la escena metalera por contundencia, tono y repertorio. La producción limpia la densidad de guitarras para conservar pegada sin barro; la voz arma un relato directo, con imágenes poderosas. «En blanco y negro» se volvió megaclásico, y el álbum opera como bisagra generacional: trae público del rock urbano al territorio de la distorsión más pesada. Su influencia en el metal en castellano es estratégica: prueba de que la lírica social y la contundencia instrumental pueden aspirar a masas sin diluir identidad.
Excalibur — Generación malditaHeavy de periferia con alma grande. El disco reposa en riffs reconocibles y un trabajo de voz que prioriza la dicción y el carácter sobre el virtuosismo. La mezcla es seca y eficaz, pensada para salas y para un público que quiere corear de inmediato. La canción titular se convirtió en emblema de una generación que reivindicó sus códigos desde fuera de las capitales, con la carretera como universidad. Su legado: el mapa se ensancha —Albacete (y muchas otras plazas) demuestran que pueden producir repertorio perdurable y sostener giras— y el canon estatal deja de ser exclusivamente metropolitano.
Tritón — TritónHeavy «clásico-épico» de construcción teatral, con intros que preparan la entrada, subidas de puente y estribillos en alto. El álbum combina cortes up-tempo con medios tiempos de tono narrativo, cuidando los solos para que cuenten «capítulos». La producción busca claridad y pegada, con guitarras que ocupan espectro sin tapar la voz. Su importancia en la década es la de sostener una tradición metalera «pura» en castellano justo cuando la escena empezaba a diversificarse hacia el thrash, el crossover y otras mutaciones. Un recordatorio de que la épica clásica seguía vigente y funcionando en directo.
Acto III Mutación 90s & Nueva Escuela
Ktulu — Orden genéticoBisagra hacia el groove/industrial en la Península. El álbum rebaja afinaciones, incorpora síncopas «máquina», da espacio a texturas y samples, y reconfigura la mezcla para que bombo y riff creen un bloque hipnótico. «Apocalipsis 25D» se convierte en puerta de entrada audiovisual y populariza el cruce con una estética urbana oscura. El impacto no es sólo estilístico: demuestra que el metal estatal puede dialogar con tendencias noventeras globales sin perder contundencia ni lengua. Legado: una vía abierta para bandas que, a mediados de los 90, buscarán peso y modernidad más allá del thrash canónico.
Mägo de Oz — Mägo de OzEl «primer manifiesto» del posterior power/folk madrileño. Es un álbum de búsqueda, donde el heavy de base convive con violín, teclas y guiños a otras tradiciones rock (blues, hard setentero), pero ya se intuye la vocación narrativa y el uso de imaginería fantástica que definirá su identidad. La producción enmarca baterías compactas y guitarras con crunch amable para dejar respirar a los timbres no canónicos. «El lago» se erige en emblema: melodía reconocible, tensión en puente y estribillo memorable. Su legado es preparar el terreno para el gran salto conceptual posterior y legitimar, en castellano, la fusión épica/folk que florecerá a final de década.
Los Suaves — Santa CompañaMadurez creativa y emocional. El álbum decanta el «hard oscuro de autor» con letras de filo poético y arreglos que crecen en capas hasta detonar en estribillos catárticos. «El afilador» simboliza esa alquimia entre melancolía y rugido, con guitarras que no sólo acompañan, sino que narran. La producción, ya de pleno noventa, ofrece espacio, reverbs medidas y una base rítmica robusta. En escena, el repertorio se convirtió en liturgia colectiva. Legado: consolida un modo gallego de entender el hard/metal en castellano —denso, lírico, emocional— que convivirá sin complejos con las corrientes más agresivas de la época.
Saratoga — SaratogaCarta de presentación de la Nueva Escuela heavy noventera: precisión instrumental, voz en registros altos y una producción que suena competitiva con estándares europeos del momento. «Grita» condensa la propuesta: riff con «hook», estrofa dinámica, puente ascendente y estribillo con resolución clara. La base rítmica actúa como plataforma atlética; las guitarras combinan alternada con melodía. A nivel de escena, el disco demuestra que el heavy «clásico» podía actualizarse sin perder idioma ni códigos, atrayendo a nuevas generaciones. Legado: un nuevo canon técnico-melódico en castellano que reconfiguró carteles y reabrió el debate sobre excelencia sonora.
Lujuria — Cuentos para mayores (con «Estrella del porno»)Heavy descarado y festivo que refresca la escena de mitad de década con sonido moderno (baterías más “gruesas”, guitarras nítidas) y una lírica provocadora a conciencia. El álbum equilibra cortes de alto octanaje con medios tiempos coreables, cuidando estribillos y coros para el directo. «Estrella del porno» opera como catarsis compartida; alrededor, el tracklist mantiene tono y pulso. Su legado está en abrir playa para una veta hedonista-rockera dentro del heavy en castellano, muy funcional en festivales y salas grandes, sin complejos y con plena consciencia de entretenimiento.
Leize — Devorando las callesUn clásico del hard/heavy norteño: riffs densos, atmósfera ligeramente sombría y letras de filo urbano. La producción prioriza cuerpo y claridad, con bajo presente y guitarras de grano medio. El legado del álbum es su resistencia al tiempo: ha seguido vivo en repertorios, reuniones y generaciones que encontraron en él una forma de honestidad rockera sin aditivos. Demostró que el castellano podía vehicular emociones oscuras con elegancia y pegada.
Shalom — ShalomHard/heavy gaditano de fines de los 80 con mirada melódica y foco en canción-gancho. La voz conduce con carisma, las guitarras trabajan en diálogo (riffs + líneas de respuesta) y los teclados aportan contorno AOR sin robar protagonismo. «Reina de la noche» es «single natural»: estrofa de avance, pre-coro que eleva y estribillo inmediato. La producción es nítida, pensada para traducirse bien tanto en radio rock como en sala. Legado: una pieza clave para entender la amplitud del espectro melódico de la época y la capacidad de la escena para generar temas radiales sin perder musculatura.
Sobredosis — Ángel NegroHeavy clásico con énfasis en la dualidad lírica —luz/sombra— y una construcción musical que favorece contrastes: riffs cortantes frente a melodías abiertas, cambios dinámicos bien señalados y solos de fraseo cantable. El tema titular actúa como manifiesto estético y concentra el vocabulario del álbum. La producción, propia de su tiempo, apuesta por claridad de voces y guitarras con un punto de aspereza que preserva carácter. Su legado está en mantener encendida la llama del heavy «puro» en castellano cuando el mapa se llenaba de mutaciones, y en ofrecer repertorio sólido que sostuvo carteles y giras en los primeros noventa.
Playlist esencial (1986–1995)
Orden pensado para fluir entre heavy clásico → hard/AOR → speed/thrash → cruces HC → proto-power/folk → mutación noventera.
Barón Rojo — “Tierra de nadie”Pieza-bisagra del Barón maduro: mantiene el filo del heavy clásico y lo empaqueta con una producción más pulida y contemporánea. La canción sintetiza la poética social del grupo (crónica urbana, alegoría sin panfleto) y ese estribillo de proyección coreable que funcionó en salas medianas y pabellones. Crítica y público la leen como “estándar de oficio”: guitarras con ataque definido, líneas vocales memorables y una base rítmica que empuja sin saturar. En directo, consolidó la idea de repertorio “de catálogo” que legitima una banda ante prensa generalista. Es, además, un punto de entrada ideal para entender la transición del Barón ochentero al Barón de los noventa.
Obús — “Complaciente o Cruel”Emblema del “modelo Vallecas”: músculo, estribillo, llamada y respuesta. El tema condensa la ética de trabajo de Obús y su manera de comunicar con la audiencia de barriada que llevó el heavy a la masividad relativa. Sonoramente, está afinado para el directo: estrofas apretadas, pre-coro que eleva tensión y un estribillo de golpe frontal. Críticamente se valora por su capacidad de mantener rudeza con producción más clara que en la primera mitad de la década. En el imaginario popular, “dejarse la piel” devino lema y contribuyó a fijar el vínculo entre el heavy en castellano y la identidad obrera capitalina.
Ángeles del Infierno — “Si tú no estás aquí”
Balada-hard de alto alcance que muestra la otra cara del metal hispano: sensibilidad melódica y potencia controlada. Fue puerta de entrada para públicos no estrictamente metaleros, sin renunciar a guitarras presentes y un solo con fraseo clásico. La recepción crítica la sitúa como ejemplo de balance entre radio y escenario; el éxito popular se midió en rotación y en su condición de “momento de mecheros” en los conciertos. Influye en el hard melódico estatal al demostrar que el castellano puede sostener baladas con pegada sin caer en clichés blandos. Una piedra angular del repertorio noventero de la banda.
Muro — “Telón de acero”
Bandera del speed/heavy madrileño y una de las síntesis más contundentes del acelerón ibérico. Riffing en semicorcheas, voz áspera inteligible y una batería que empuja sin perder pulso: receta que elevó el listón de intensidad local. Críticamente, “Telón de acero” se reconoce por establecer un puente entre el heavy clásico español y el empuje de la era thrash, sin abandonar el castellano. En la comunidad, operó como “canción-escuela”: bandas jóvenes copiaron su estructura, su tempo y su forma de ganar al público con estrofas rápidas y coros contundentes. En vivo, cataliza “mosh” sin perder el carácter coreable.
Sangre Azul — “Cuerpo a cuerpo”
El hard/AOR en castellano en su versión más exportable: baterías apretadas, teclas en colchón armónico y coros pulidos que caben en radio sin perder músculo. La crítica lo celebró como logro de producción “homologable” con la ola anglo (Bon Jovi/Whitesnake), demostrando que el castellano admite un estribillo de trazo fino. Para el público, fue un hit generacional: estética glam, hooks inmediatos y puentes que suben tónica con naturalidad. Su influencia permea en decenas de bandas que adoptaron el cuidado de arreglos vocales y la limpieza de mezcla como estándar para sonar grande sin salir del idioma.
Júpiter — “Suspenso en amor”
Heavy melódico de escuela madrileña, con riff directo y un estribillo diseñado para el “tarareo colectivo”. La prensa especializada lo encuadró como ejemplo de solidez en composición y de una voz situada en el plano justo para narrar sin forzar. Su popularidad se apoya en que resulta radiable sin perder tracción rockera: guitarras con crunch controlado, teclas de apoyo y un solo con fraseo clásico. Influye en la normalización del heavy “amable” para audiencias mixtas y en la consolidación de un repertorio que las salas medianas programaron con continuidad a finales de los ochenta.
Leize — “Acosándome”
Hard/heavy oscuro del norte con ese pulso urbano que los distingue: riff pesado, voz con grano y un bajo más presente de lo habitual. Recibió atención crítica por su coherencia lírica (crónica de angustia cotidiana) y por una construcción que crece hacia el estribillo sin perder tensión. Para el público, operó como himno “de piel”: muchos la asocian con la experiencia personal de conciertos de media sala y festivales emergentes. A nivel de influencia, ayuda a consolidar la idea de que el heavy en castellano puede transitar registros más sombríos sin caer en el tópico épico.
Santa — “Templario”
Hard/metal melódico con identidad de banda y presencia vocal protagonista. El tema equilibra épica moderada en la letra con un armazón instrumental de oficio: guitarras con líneas claras, batería firme y un solo de narrativa clásica. La crítica lo ha destacado por su rol de “cierre de una etapa” en la historia del grupo y por su peso en la normalización de voces femeninas con carácter dentro del heavy estatal. En público, “Templario” es coreado como relato, no sólo como estribillo, y muchas bandas lo citan como referencia de construcción de tema con arco melódico bien resuelto.
Ñu — “Cuentos de ayer y de hoy”
Síntesis de la veta medieval/folk-heavy que Ñu venía trabajando desde finales de los 70, aquí con pulso ochentero y guitarras más afiladas. La canción muestra que los códigos del heavy clásico pueden convivir con flautas y modulaciones de aire arcaico sin sonar decorativo. La recepción crítica la lee como continuidad y renovación a un tiempo; el público la consagró como fijo de repertorio. Influencia clara: legitima un campo de juego para el futuro power/épico y el folk-metal ibérico, al probar que el imaginario peninsular encaja en el lenguaje del metal sin traducciones forzadas.
Zarpa — “Herederos de un Imperio”
Heavy valenciano con empaque clásico y relato identitario en castellano. El tema destaca por su riff motórico, un puente que acelera la percepción de avance y un solo de escuela setentera pasado por la distorsión ochentera. La crítica lo ha respetado como referencia de perseverancia y oficio, y el público lo reconoce por su honestidad: nada de poses, guitarra y canción por delante. Su influencia radica en el sostén del circuito de Levante y en demostrar que fuera de Madrid/Barcelona también se fijaban estándares que luego nutrirían la escena de los 90.
Viuda Negra — “La voz de los Bosques”
Corte de heavy clásico con acento melódico, concebido para directo: estrofas que dan espacio a la voz y un estribillo de adhesión inmediata. La prensa de la época lo alineó con la corriente estatal que apostaba por canciones “redondas” antes que por alardes técnicos. Entre el público de salas, su pegada se notó en la facilidad para el “sing-along” y en la identidad visual del grupo, que reforzó la iconografía metálica sin clichés excesivos. Influye como referencia de cómo un tema bien construido puede sostener una carrera en circuitos regionales durante años.
Bella Bestia — “Lista para matar”
Glam/hard de manual con pátina ibérica, donde la imagen se integra al sonido sin restar contundencia. El riff de apertura y el estribillo pegadizo operan como tarjeta de visita; la crítica subrayó su capacidad para traducir la estética americana a códigos locales con solvencia. A nivel de éxito, funcionó en radio rock y en el boca-oreja de tiendas especializadas, consolidando a la banda como nombre imprescindible del AOR duro en castellano. Su influencia se rastrea en el cuidado por los coros y en la atención a la puesta en escena que adoptaron muchas bandas de transición 80–90.
Legion — “Unsensitive Skin”
Hito del thrash barcelonés: precisión rítmica, palm-mutes secos y una mezcla que prioriza articulación sobre densidad. La crítica lo ensalzó como salto técnico local, y la comunidad de músicos lo tomó como partitura de aprendizaje: estructura clara, tensión y liberación, control de tempo. Aunque parte del repertorio de Legion esté en inglés, su impacto sobre la escena en castellano es directo: profesionaliza la expectativa de sonido, de ejecución y de producción. En vivo, “Mind Training” funcionó como detonador de “pits” sin perder la inteligibilidad de las guitarras, rara avis en el circuito peninsular de la época.
Soziedad Alkoholika — “S.H.A.K.T.A.L.E.”
Crossover veloz que tensa el puente entre el hardcore y el thrash, con uña punk y pegada metálica. La crítica lo leyó como lenguaje propio, directo y sin concesiones, que conectó con generaciones que venían del punk y encontraron en S.A. una vía de entrada al metal. En público, el tema es un torbellino: estructura breve, riffs de alto octanaje y una voz que dispara consignas sin perder ritmo. La influencia es enorme en el norte peninsular y más allá: legitimó la mezcla HC/metal en castellano y normalizó la energía del “pit” en carteles compartidos.
Su Ta Gar — “Jaiotze basatia”
Heavy/thrash en euskera con épica y melodía, ejecutado con una musicalidad que trascendió lenguas. La crítica lo reconoció por su identidad lingüística y por la calidad de composición: modulaciones y dinámicas que se abren en el estribillo, guitarras con sentido melódico y una base firme. Para el público, fue la prueba de que el metal podía cantar la realidad y la imaginación propias de un territorio con voz propia. Su influencia se mide en la cantera vasca y en la normalización de escenas regionales que entraron a la conversación estatal desde sus códigos.
Ktulu — “Apocalipsis 25D”
Mutación de la escena hacia el groove/industrial sin renunciar al poso thrash. La crítica lo ubicó como brújula noventera: afinaciones más graves, síncopas, texturas mecánicas y un estribillo que engancha por repetición. El público lo abrazó tanto por la contundencia como por su presencia audiovisual, convirtiéndose en puerta de entrada para oyentes no metaleros. Influyó en la apertura estilística del metal estatal de mediados de los 90, demostrando que se podía dialogar con sonidos industriales y seguir siendo contundente en castellano.
Mägo de Oz — “El lago”
Capítulo temprano del proto-power/folk madrileño: heavy de base con violín y teclas que abren el espectro tímbrico. La crítica lo coloca como anuncio de lo que vendría después: estructuras con vocación narrativa, melodías reconocibles y un uso del castellano que explora imaginería fantástica sin romper con la calle. Para el público, la canción fue curiosidad hecha himno en los directos: una novedad que sonaba propia. A nivel de influencia, empuja a toda una escuela de grupos que verán en la fusión folk/épica un camino viable para los 90 tardíos.
Los Suaves — “El afilador”
Hard con poso lírico y melancolía gallega, de esos medios tiempos que crecen hasta el rugido. La crítica valoró su capacidad para emocionar sin edulcorar, apoyada en una voz reconocible y en guitarras que narran tanto como cantan. El público lo adoptó como himno intergeneracional: canción para cantar con el brazo en alto, sea en sala o en festival. Su influencia fue consolidar una manera “oscura y emotiva” de entender el hard en castellano que conviviría perfectamente con el metal más agresivo en los carteles noventeros.
Saratoga — “Grita”
Inicio de la Nueva Escuela noventera: heavy potente, voz en registro alto, base precisa y un estribillo-consigna. La crítica lo recibió como continuidad con actualización, y el público encontró una banda capaz de competir en sonido con los estándares europeos manteniendo letras en castellano que conectan de inmediato. Influyó en que nuevas generaciones vieran viable un heavy moderno, técnico y cantado en nuestra lengua, con tratamiento de guitarras y baterías ya propio de mediados de los 90.
Anestesia — “Gorrotoaren Ahotsa”
Corte euskaldun de thrash/HC con discurso frontal y arquitectura que no da respiro. La crítica subrayó su honestidad y su violencia controlada; el público lo convirtió en motor de “circle pits” y en bandera de una ética DIY que marcó el norte peninsular. Su influencia consiste en demostrar que la radicalidad estilística y la lengua local no son obstáculo para consolidar repertorios sólidos y girables en toda la Península, y que el cruce HC/metal es una vía ibérica con acento propio.
Tigres — “El Exterminador”
Heavy barcelonés de riff claro y estribillo adhesivo, con un trabajo de guitarra solista de sabor clásico. La crítica lo estimó por su eficacia sin florituras: canción directa que funciona en disco y en escenario. Para el público, Tigres fue sinónimo de la persistencia de una escuela catalana que no se reducía al thrash. Su influencia se ve en la constancia de un circuito de salas y bandas que sostuvieron la escena a comienzos de los noventa mientras llegaba la ola de mutaciones estilísticas.
Excalibur — “Generación maldita”
Estandarte de heavy castellano-manchego que salió de la periferia para colarse en el mapa estatal. El tema articula un relato generacional con un riff de contorno inconfundible y un estribillo que pide coro. La crítica lo reivindicó por su sinceridad y su valor documental de lo que era levantar un grupo lejos de las capitales. Su influencia pasa por haber demostrado que desde Albacete (y otras plazas no centrales) se podía escribir repertorio perdurable y hacer giras con impacto real en la comunidad metalera.
Shalom — “Shalom”
Hard/heavy gaditano de factura ochentera tardía con puesta melódica al frente. Es una canción muy “de sala”: diseñada para enganchar con un par de escuchas, gracias a un pre-coro que prepara el terreno y a un estribillo de repetición efectiva. La crítica la consideró un buen ejemplo de cómo bandas de segunda línea podían producir singles solventes; el público la ubicó como favorita de directo. Su influencia es discreta pero real: fijó un estándar de “tema-gancho” que muchas bandas emergentes trataron de replicar al pasar del local a los escenarios medianos.
Barricada — “En Blanco y Negro”
En el borde entre rock urbano y metal, su impacto cultural fue tan grande que arrastró oyentes hacia lo más duro del cartel. La crítica lo celebra por su letra de trazo social y por su arquitectura sonora de guitarras densas sin perder claridad. El público lo convirtió en un megaclásico, coreado tanto en auditorios como en explanadas. Influye en el metal en castellano al demostrar que la lírica directa y la contundencia instrumental pueden convivir con ambición de masas, y que los límites entre hard y metal son permeables sin pérdida de identidad.
Lujuria — “Estrella del Porno”
Heavy descarado de mediados de los 90 con lírica provocadora y un estribillo que se te queda. La crítica reconoció su papel en refrescar la escena tras el cambio de década: guitarras más nítidas, baterías con pegada moderna y una voz al frente que apuesta por el castellano sin tapujos. El público encontró aquí un tema-catarsis ideal para el directo. Su influencia fue abrir playa para el heavy-festivo noventero, con arreglos actualizados y códigos de escenario que conectarían con nuevas hornadas de bandas de provincias.
Sobredosis — “Ángel Negro”
Heavy clásico de fraseo claro, con ese equilibrio entre dureza y melodía que funciona en radio rock y en recinto cerrado. La crítica lo valoró como confirmación del oficio del grupo; el público lo adoptó por su estribillo “cantable” y por un solo que cuenta historia sin perder velocidad. Influye al sostener el puente entre la primera ola ochentera y la continuidad noventera, recordando que, al margen de mutaciones estilísticas, el castellano soporta narrativa directa en el metal con plena eficacia.
Tritón — “A tope de amor y lujo”
Tema de heavy con épica y un punto de teatralidad que se resolvía muy bien en escenario. La crítica lo citó como ejemplo de cómo integrar imaginario clásico del género (fuego, tentación, batalla) en castellano sin sonar imitativo. Para el público, fue un fijo en conciertos por su estructura —intro, subida, coro— que pedía participación. Su influencia se percibe en el repertorio de bandas que trabajaron el metal más “puro” en los 90, manteniendo iconografía y recursos tradicionales, pero con una mezcla más clara y compacta.
Sparto — “Traicionado”
Heavy zaragozano de carácter, con riff de apertura contundente y un estribillo que convierte resentimiento en consigna. La crítica local lo señaló como uno de los puntos altos de la banda; la comunidad lo mantuvo vivo en recopilatorios y directos de reunión. Su influencia es la de tantas canciones que, sin tener rotación nacional masiva, sostuvieron el tejido regional de los 80 tardíos y primeros 90 y demostraron que había metal sólido en castellano en todas las coordenadas del mapa.
Conclusión
Entre 1986 y 1995 el heavy en castellano vivió su pico de visibilidad pública y su canonización: se profesionalizaron giras y producciones, crecieron las promotoras y proveedores de backline, y las bandas aprendieron a trabajar con riders, prensa y logística “a la europea”. En paralelo, el ecosistema de salas se densificó (con hitos simbólicos como El Canciller en Madrid) y apareció el primer circuito de festivales: del desembarco del Monsters of Rock (1988, 1991–92) al arranque de Espárrago Rock (1989), que acostumbraron al público local a carteles internacionales y a una producción de gran formato.
La exposición mediática se amplió gracias a la TV generalista (programas en TVE como A tope, 1987–88, y Rockopop, 1988–92), que ofrecieron actuaciones y reportajes en horario accesible, y a la prensa especializada —con Heavy Rock/La Heavy como referencia— que consolidó un lenguaje y unos códigos estéticos propios. Esta ventana masiva legitimó un repertorio ya competitivo en directo y estudio.
En la industria discográfica se produjo la gran transición de formatos: el CD despegó justo cuando el LP se desplomaba (AFYVE registró en 1992 un fuerte aumento del compacto y una caída del vinilo respecto a 1991), y los anuales de SGAE documentan el giro de mercado 1993–95. El cambio condicionó catálogos y re-ediciones, a la vez que potenció tiendas y venta por catálogo (Madrid Rock, Discoplay) que alimentaron la circulación del género.
La profesionalización legal también avanzó: tras accidentes de la década anterior, las comunidades autónomas —con Madrid a la cabeza— comenzaron a exigir seguros de responsabilidad civil e incendios a salas y promotores (medidas anunciadas en 1994 y reforzadas a mediados de los 90), elevando estándares de seguridad y documentación (hojas-programa, licencias SGAE), lo que consolidó prácticas de producción más sólidas.
Finalmente, la canonización se fijó con discos y escenas locales (Madrid, Euskadi, Barcelona, Galicia, etc.), más la circulación de videotapes y registros en directo (p.ej., Under Siege (Live in Barcelona) de Sepultura, 1991, grabado en Zeleste), que situaron la península en el mapa audiovisual del metal y dejaron estándares técnicos de referencia.






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