ZEPPELIN ROCK: HASTA PRONTO, OZZY: Un panegírico para quien nos hizo vibrar con sus canciones

miércoles, 23 de julio de 2025

HASTA PRONTO, OZZY: Un panegírico para quien nos hizo vibrar con sus canciones

 



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Ozzy Osbourne se apagó el 22 de julio de 2025, a los 76 años, tras esa última reverencia que todavía retumba en Birmingham como un trueno que se niega a morir. El “Príncipe de las Tinieblas” cerró los ojos, pero dejó encendida una constelación de riffs y alaridos que ya nadie podrá silenciar. Su adiós, apenas semanas después de aquel concierto de despedida del 5 de julio, nos obliga a mirarnos en el espejo de un género que él ayudó a forjar desde la fragua obrera de su ciudad natal.

Con Black Sabbath, Ozzy convirtió el ruido del acero y el humo de las fábricas en liturgia eléctrica. Aquellos acordes pesados, las letras sombrías y su voz quebrada abrieron una puerta a lo desconocido, una vía de escape para generaciones que necesitaban que alguien les dijera que el miedo también podía ser belleza. Nacido John Michael Osbourne, eligió ser Ozzy —un tótem, un grito— y, junto a Iommi, Butler y Ward, en 1969 encendió una hoguera que aún alumbra a millones. 

Cuando lo expulsaron del templo que él mismo había levantado, no se derrumbó: edificó otro. “Blizzard of Ozz” fue más que un debut; fue una resurrección. “Crazy Train” se volvió tren fantasma y locomotora de vida al mismo tiempo. Y Ozzfest, su festival, se convirtió en un santuario itinerante donde los herederos del metal encontraban altar y público. En solitario, Ozzy mostró que su magnetismo no dependía de una banda: era un imán hecho carne, capaz de convocar multitudes con un solo gesto de su micrófono cruzado.

Pero el hombre detrás del mito caminó por acantilados reales: adicciones feroces, despidos humillantes, caídas casi fatales, diagnósticos que hielan la sangre como el Parkinson. Sharon, compañera y guardiana, lo sostuvo cuando el cuerpo titubeó y la mente quiso apagarse. Su historia es la de un sobreviviente que siempre admitió sus sombras, que nunca escondió las cicatrices ni los temblores. 

La televisión mostró al monstruo y al padre, al bufón y al héroe doméstico. “The Osbournes” desnudó el caos cotidiano y humanizó al ogro: entre improperios y risas, vimos a un hombre que, pese a los excesos —sí, aquel murciélago convertido en mito—, podía reírse de sí mismo y hacernos partícipes de su fragilidad. Ozzy dejó claro que la oscuridad también abriga, que el humor puede ser salvavidas y que el rock no es solo pose, sino supervivencia. 

Hoy, mientras el telón cae y la última nota se disuelve en el aire, elegimos no quedarnos en el luto sino en la gratitud. Que cada vez que un riff nos erice la piel, recordemos que alguien abrió ese camino a mordiscos y carcajadas. Brindemos —con vino, con lágrimas, con silencio o con distorsión— por el hombre que convirtió el caos en comunión y el dolor en un canto compartido. Descansa, Ozzy: el eco de tu grito seguirá guiándonos por los pasillos más oscuros hasta que, al fin, aprendamos a amar nuestra propia sombra.


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