ZEPPELIN ROCK: E. M. Cioran: Tribulaciones de un meteco y El hastío de los conquistadores

domingo, 18 de junio de 2017

E. M. Cioran: Tribulaciones de un meteco y El hastío de los conquistadores


Con la voluntad de que le hinquéis el diente a este libro fundamental, Breviario de podredumbre, os seguimos ofreciendo algunos recortes al hilo de su lectura.


De Tribulaciones de un meteco

Me he forjado innumerables ídolos, he levantado por doquiera demasiados altares, me arrodillé ante multitud de dioses. Hoy, cansado de adorar, he despilfarrado la dosis de delirio que me tocó en suerte. No tenemos recursos más que para los absolutos de nuestra raza, pues un alma, como un país, no se expande más que en el interior de sus fronteras: pago por haberlas franqueado, por haberme hecho de lo Indefinido una patria y de divinidades extranjeras un culto, por haberme prosternado ante siglos que excluyeron mis antepasados. De dónde vengo, no sabría decirlo: en los templos, permanezco sin creencia; en las ciudades, sin ardor; junto a mis semejantes, sin curiosidad; sobre la tierra, sin certidumbres. Dadme un deseo preciso y derribaré un mundo. Libradme de esta vergüenza de los actos que me hace interpretar cada mañana la comedia de la resurrección y cada tarde la del entierro; en el intervalo, nada más que este suplicio en el sudario del hastío... Sueño con querer y todo lo que quiero me parece sin valor. Como un vándalo roído por la melancolía, me dirijo sin fin, yo sin yo, hacia ya no sé qué rincones... para descubrir un dios abandonado, un dios que fuese él mismo ateo, y dormirme a la sombra de sus últimas dudas y de sus últimos milagros.


De El hastío de los conquistadores

La humanidad no ha adorado más que a los que la hicieron perecer. Los reinos o los ciudadanos que se extinguieron apaciblemente no figuran en la historia, ni tampoco el príncipe sensato, en todo tiempo despreciado por sus súbditos; la multitud gusta de lo novelesco incluso a sus expensas, pues el escándalo de las costumbres constituye la trama de la curiosidad humana y la corriente subterránea de todo suceso. La mujer infiel y el cornudo proveen a la comedia y a la tragedia, sin excluir la epopeya, de la casi totalidad de los temas. Como la honestidad no tiene ni biografía ni encanto, desde la Ilíada hasta el sainete solo el brillo del deshonor ha divertido e intrigado. Es, pues, muy natural que la humanidad se haya ofrecido como pasto a los conquistadores, que quiera hacerse pisotear, que una nación sin tiranos nos haga hablar de ella, que la suma de iniquidades que un pueblo comete sea el único índice de su presencia y vitalidad. Una nación que ya no viola está en plena decadencia; es por su número de violaciones por el que revela sus instintos, su porvenir. Investigad a partir de qué guerra ha dejado de practicar, en gran escala, ese tipo de crimen: encontraréis el primer símbolo de su declive; a partir de qué momento el amor se ha convertido para ella en un ceremonial y la cama en una condición del espasmo, e identificaréis el comienzo de sus deficiencias y el fin de su herencia bárbara.

ZR

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