ZEPPELIN ROCK: Rosendo - Vergüenza torera (2013): Reseña del disco. Crítica

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Rosendo - Vergüenza torera (2013): Reseña del disco. Crítica



por Addison de Witt (@Addisondewitt70)




Rosendo, mi Rosendo, nuestro Rosendo



Es posible que Rosendo no haya vuelto a cuadrar un disco tan redondo, rotundo, definitivo y demoledor como aquel con el que dio comienzo la fugaz pero estratosférica carrera de los míticos Leño. Es posible que la juventud que daba brillo a sus ojos y rabia a sus greñas y le convertía en un hombre, joven, muy joven, pero hombre que estaba en pleno proceso de fragua, encofrado ya el hormigón de excelsa calidad; en aquel momento se encontraba en la decisiva fase de consolidación, de creación y afianzamiento de unos sólidos, fuertes y seguros cimientos.

Así como la breada derivada de la salida, precipitada y veloz, decidida y convencida, furiosa huida de la dictadura injusta a la que Jose Carlos Molina sometía a sus compañeros de Ñu entre los que se encontraba un jovencísimo Rosendo, que insinuando ya esa personalidad digna e invencible, esclava de la honestidad y trabajadora a destajo de la verdad y la decencia, sumisa ante el brillo embriagador del sentido del honor, socio y amigo inquebrantable de la dignidad, decidió dejar al flautista al mando de sus Ñu y buscarse el la vida en otros proyectos en los que sus leños tuviesen la oportunidad de gritar su verdad, de dejar escapar su veneno, de exigir su derecho a la vida, a la dignidad y a la libertad y hacerlo desde un entorno de rock and roll, de rock and roll de locuacidad tabernaria y sinceridad callejera, de ímpetu juvenil y espíritu futbolinero, siempre aguerrido al honor, obsesionado en la tarea de evitar la humillación de pasar por debajo del futbolín si te dejan en cero, no creo que a Rosendo le haya dejado nadie en cero, no lo creo…



Estas circunstancias es posible que formaran el caldo de cultivo que hirviendo al fuego esperanzador de las primeras llamas de la hoguera de la democracia incipiente e inevitable dieran como resultado aquel Leño, uno de los discos más indómitos y determinantes de la historia del rock español, y no solo español…

En él, su joven líder, Rosendo, ya entonces mi Rosendo, como es ahora nuestro Rosendo, dejaba claros los principios musicales y personales, esos que darían y aún hoy dan forma a su expresión musical, expresión llena de melodías directas y entregadas a la pasión, guitarras que lejos de su autocontemplación aúllan en pos de la expresión sucia pero desinfectada de su verdad desnuda e irrevocable, rítmicos latidos de feroz convencimiento sobre que el camino que se sigue es el correcto, es el bueno, es el camino que el corazón impone.

Ya en esa arrasadora juventud madura y adulta nos sorprende ese lenguaje claro y rudo, pero barriobajeramente poético, un decir que escupe a las aceras más transitadas la saliva, ardiente cual ácido sulfúrico, que contiene la sincera y desesperada realidad de una clase, la mejor de todas, la infinita clase humana, la que quiere vivir acorde a la digna sucesión de felices acontecimientos que hagan de sus vidas un paseo salpicado de acontecimientos que permitan de este tránsito por el mundo, un existir que nos premie con dormir bien cada noche, pasear nuestros huesos con la cabeza oteando el horizonte desde lo más alto de nuestro justificadamente erecto esqueleto, impuesta, rígida y altiva la testa, pero desprovista de orgullo y soberbia, descansando sobre nuestros cansados pero felices hombros.



Y ese es Rosendo, y se nota en su voz cavernosa pero bondadosa, en sus adjetivos duros pero comprensivos, en su actitud que despide luminarias de paisanaje, de compadreo bien entendido de, en esta ocasión sí, sincero y glorioso campechanismo.

Todo esto estaba en aquel sublime Leño que vio la luz y al mismo tiempo iluminó, en aquel 1978 que ahora tan lejano parece.

Ahora bien, si puede ser cierto que Rosendo, mi Rosendo, nuestro Rosendo no ha vuelto a cuajar un disco tan descomunal, no es menos cierto ni menos meritorio, que el de Carabanchel no sabe, casi cuarenta años después de sus primeras rasgadas a su stratocaster, lo que es hacer un disco flojo, decepcionante, malo.

Siempre vuelve, cíclico, constante, habitual como trabajador de digna clase obrera que es, con un trabajo nuevo, repleto de esas mismas premisas que comentamos que hicieron de aquel Leño su “Declaración de intenciones” en aquel 1978, año que en el corazón de Rosendo, no está tan lejano, es casi ayer, con menos brillo en la mirada debido a la comprensible pérdida del mismo, cansado y desgastado de ver tanta fealdad, con menos furia en las greñas tras tantas horas luchando contra la fuerza de la gravedad volando y exhibiendo su libertad en tantos escenarios de ardiente temperatura de artificial neon, pero ayer; resumiendo, que nada ha cambiado para el gran Rosendo, para ese Dios de tasca y Señor de compra en la panadería del barrio mientras la vida sonríe orgullosa de conocer a los héroes de barrio, como él, que son los de verdad, los que realmente reciben el cariño de la gente, el amor de los vecinos, la admiración de los que les conocemos desde el otro lado del cable que conduce su obra hasta el ampli que nos la muestra, los que le admiramos desde el gentío que bota ante él en cualquiera de sus sudorosos pero siempre emotivos bolos.



Por eso Rosendo nunca falla, porque no arriesga, no engaña ni quiere ser otra cosa que lo que es, y nosotros no queremos de él nada que no sea Rosendo, el de siempre, aquel hombre joven, muy joven, pero hombre de 1978.

Y llega 213, y aparece el nuevo disco de Rosendo, y ¿qué esperabais?...¿glamour?, ¿sonidos llenos de colorido plástico artificial y sedoso, cual pastelito excesivamente dulce e industrialmente venenoso?, no ¡qué va!, si además ya lo sabéis…”Él podría cantarle a los colores de sus ojos y podría llevarnos a un mundo extraño de ilusión…”.



El nuevo disco de Rosendo es otra recopilación de historias de todo lo que hemos hablado, sigue reclamando justicia y lealtad para con el ser humano, se la reclama a los poderosos y entre nosotros...Sigue empleando un idioma directo, fuerte y a la cara, sigue con esa valiente y agresiva expresión en segunda persona del singular, sigue dirigiéndose directamente a su interlocutor, su pronombre es el “tú”, nada de ambigüedades, nada de dobles sentidos, nada de digo pero no digo, acuso pero no me lo podréis demostrar, expreso porque creo, no porque es el momento oportuno, hablo con mi gente...y lo hago a ritmo de rock and roll, del rock and roll de Rosendo, del sonido de siempre, de ese que hace temblar los tímpanos, encantados en el fondo de recibir esos rotundos y determinados riff de stratocaster, que hace latir el corazón, bailón ante la imposición rítmica de esas sencillas y machaconas reclamas de sus bajos y baterías, latidos del corazón de un artista honesto, y la voz, que llena el ser del oyente, oscura, alimentada de grises y desprovista de colorines, pero de tono entrañable, cercano y accesible, la voz poética de un tipo que es, en el fondo, uno de los más íntimos y líricos poetas del rock, de los más valientes y realistas, de los más luchadores y tocahuevos, así se nos muestra, como siempre, repitiéndonos lo de siempre, porque todo sigue igual, eso es lo malo, que todo sigue igual, pero no importa, Rosendo no se rinde y nosotros tampoco.

El disco…¡Ah, sí!!!, se titula Vergüenza Torera y es tan bueno como todos, no tanto como aquel Leño de 1978, pero tan bueno como la veintena (o yo qué sé ya cuántos) siguiente, lo mejor, que lo escuchéis, no os lo perdáis, sé que no lo haréis, no hay tema malo, todos tienen la esencia de Rosendo, Mi Rosendo, Nuestro Rosendo...y con esto, está todo dicho.



[Por aquí anda también la crítica del disco de nuestra compañera Tatiana Ramone].

©Addison de Witt

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