
Amiguitos, si esperáis encontrar gore o acción en Caníbal, no la vais a encontrar. Desde el primer segundo, aun en los créditos, sonido, fotografía y las interpretaciones de Antonio De la Torre y Olimpia Melinte contribuyen a dotar de un desarrollo oriental -en la acepción más cinematográficamente pausada del término- a las casi dos horas de metraje, convirtiendo a Caníbal en lo que a algunos como yo nos ha parecido una preciosa película llena de poesía y a otros –como mi esposa- lo que vendría a ser, llanamente, una puta mierda. Lo que para mí han sido miradas, gestos y una atmósfera reposada en la que –pese al desviado comportamiento de Carlos- se respira amor, para mi señora ha sido ausencia de diálogos, lentitud y un ejercicio de estilo exasperante. Vamos, una pérdida de tiempo. En fin, amiguitos, que tendréis que escoger a quién hacéis caso, pero, en mi opinión, estamos ante una película que con el tiempo se convertirá en objeto de culto, porque –si bien es cierto que no es de fácil digestión para el espectador típico, aunque ya se sabe que no está hecha la miel para la boca del asno-, es toda una obra de arte.
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