ZEPPELIN ROCK: Crítica de LAS UVAS DE LA IRA (John Ford, 1940): Reseña

martes, 21 de enero de 2020

Crítica de LAS UVAS DE LA IRA (John Ford, 1940): Reseña


por Möbius el Crononauta



A nadie se le escapa que a John Ford no le benefició su amistad con John Wayne de cara a la posteridad. Su patriotismo, sus épicos western, sus odas a América y su amistad con el Duque le acabaron granjeando una imagen de adalid de la derecha americana entre gran parte de las audiencias pasadas y contemporáneas. Y desde luego es innegable que tras la Segunda Guerra Mundial la deriva de Ford hacia la derecha se hizo cada vez más pronunciada con los años. El porqué de ese cambio sería demasiado complejo para analizar aquí, aunque sin duda influyó no sólo su amistad con Wayne, sino el contemplar la América que había conocido, amado e inmortalizado en la leyenda hacerse añicos con el nuevo cine de los 50, las convulsiones sociales de los 60, Vietnam y demás. Pero en el caso que nos ocupa, lo importante es retrotraernos unas décadas atrás en la compleja (y muchas veces contradictoria) vida de Ford, y recordar que el quizás haya sido el director norteamericano más importante de la historia no fue siempre un militante de la derecha estadounidense más arcaica.



La década de los 30 significó para Ford el comienzo de una difícil pero fructífera relación con el productor Daryl F. Zanuck, para quien el director rodó alguno de sus mejores films, verdaderas obras maestras del cine. Especialmente, los años 1939 y 1940 contemplaron uno de los momentos álgidos de la carrera de Ford, que se destapó con cintas increíbles. Rodar Las uvas de la ira fue la culminación de un proceso durante el cual el director se había implicado en actividades y reivindicaciones sindicales y había fundado junto a otros grandes nombres del cine un comité en ayuda de la República española durante la Guerra Civil, a pesar de que su fe católica quizás le debiera haber llevado a apoyar al otro bando. E incluso se dejó ver, junto a Frank Capra, en una huelga sindical que puso a los dos, tras las guerra, en el punto de mira del Comité de Actividades Antinorteamericanas. Sin embargo el Comité acabaría pasando de puntillas ante el caso de Ford debido a su prestigio y peso en la industria, y sobretodo, a su historial de colaboraciones con el Almirantazgo y sus contactos militares. Capra correría muy distinta suerte.




Aunque desde nuestra perspectiva tal vez no pueda parecerlo, dirigir Las uvas de la ira en 1940 era un movimiento arriesgado. El riesgo era muy calculado, pero había riesgo al fin y al cabo. La novela de John Steinbeck había levantado muchas asperezas, y había sido rechazada en muchos estados de la Unión por la tenebrosa imagen que ofrecía de la América de la Depresión. Y aun así, como comprobó el productor Zanuck cuando recogió los informes de los agentes que había enviado para investigar la realidad de los campamentos de jornaleros y braceros, la obra de Steinbeck se antojaba dulce en comparación con la cruda realidad.

Por supuesto de cara a la gran pantalla la trama se dulcificó aun más, a pesar de que Zanuck estaba empeñado en ser tan fiel a la novela como le fuera posible. Tras pasar por el filtro de la censura y mil batallas con el guionista Nunnally Johnson, el producto resultante fue no sólo brillante, sino leal a la novela, de tal modo que el mismo Steinbeck alabó la película tras su estreno. El escritor afirmó también que nunca habría soñado con un mejor intérprete para dar voz a las palabras de su inmortal Tom Joad que aquel actor larguirucho que pugnaba por hacerse con un hueco en la galaxia de estrellas de Hollywood.




Las uvas de la ira significaría entre otras cosas el encumbramiento de Henry Fonda. El actor había pugnado por labrarse una carrera hacia la cima tratando de mantener al mismo tiempo su independencia de los grandes estudios, siguiendo los intentos de estrellas consagradas como Bette Davis. La carrera de Fonda iba en buen camino cuando Ford le eligió para interpretar a un joven Abraham Lincoln, lo que le valió ganarse el aura especial de los actores que dan vida con éxito al legendario presidente. Y con Tom Joad Fonda sabía que su momento había llegado: tenía ante sí el papel de toda una vida. Zanuck también lo sabía, y tras el cebo del jugoso papel protagonista le puso el anzuelo de un contrato de siete años con la 20th Century Fox. Fue así como Fonda renunció a su independencia con tal de interpretar a Tom Joad, la voz de una nación empobrecida.

Conmovedora, dura, y llena de dramatismo, Las uvas de la ira tal vez fuera un tamizado retrato de las realidades de la pobreza durante la Depresión y el despiadado trato que se daba a muchos inmigrantes empobrecidos del Medio Oeste que llegaban a California buscando un paraíso que no existía, pero con todo tanto Zanuck como Ford hacían pocas concesiones a la usual comercialidad hollywoodiense, cediendo tan sólo ante las imposiciones del Código Hays, imposiciones que afectaron especialmente a todo lo concerniente a lo religioso, las madres y los niños.




Desde Ford hasta Fonda, pasando por la fotografía de Gregg Toland o el estupendo trabajo de secundarios como Jane Darwell o John Carradine, el nivel al que rayan todos es muy alto, y no es de extrañar que tanto por su calidad como por su temática, Las uvas de la ira fuera uno de los primeros films en ser guardados para la eternidad en la famosa biblioteca que hay en cierto Congreso.

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