ZEPPELIN ROCK: Mansión: Microrrelatos - Cosas en los bolsillos (133)

domingo, 29 de mayo de 2016

Mansión: Microrrelatos - Cosas en los bolsillos (133)


Mansión


ACTO I - ESCENA 4ª (fragmento)

(Pequeña sala de lectura del casino local. Todo anda en ella algo destartalado, ajado, desfachado, de una pátina antigua muy deslustrada. Es viernes, a eso de las once de la mañana. Sentados en dos butacones enfrentados, el Conde, que lee la prensa, y don Numerario, algo ocioso y pensativo).

NUMERARIO: Nos preguntábamos el otro día, don Braulio, cómo se mantenía usted tan delgado. No lo hemos conocido de otro modo, siempre así, como un espárrago.

CONDE: El truco está en hacerlo todos los días, no le quepa la menor duda, amigo Numerario, no hay más secreto que ese. Dieta sí, pero por medios naturales que no eviten el alimento que cada cuerpo necesita.

NUMERARIO: (Con una sonrisa de incredulidad). Perdone que me sonría, don Braulio, pero usted lleva viudo la friolera de veinte años si mi memoria no me falla.

CONDE: (Saliendo al paso de inmediato). El próximo 26 de marzo hará los años que mi santa esposa, doña Galatea, nos abandonó. Dios la tenga en la Gloria.

NUMERARIO: De todos es conocido que usted lleva desde entonces una vida recoleta, y no se le conoce relación sentimental alguna tras el fallecimiento de doña Galatea, una vida muy alejada, además, si no me lo desmiente usted, de la de los burdeles urbanitas, que poco puterío hay en el pueblo, en ese sentido, que uno sepa.

CONDE: (Solemne). Ya le confirmo que ni uno de esos malsanos lupanares he pisado en mi vida, ni antes ni después de la muerte de esa virtuosa mujer que Dios me dio por compañera.

NUMERARIO: Pues usted dirá, don Braulio, cómo se explica que lo haga todos los días. Y perdone que me meta donde no me llaman. Usted verá si desea o no aclararme este pormenor al que ha aludido abiertamente.

CONDE: ¿Cuántas veces, amigo Numerario Cifuentes, ha entrado usted a mi casa?

NUMERARIO: Pues ninguna, ahora que lo dice, ni creo recordar que nadie haya visitado esa excelsa mansión Plaff, que su bisabuelo compró, según todos conocen, como adinerado indiano a los condes de Redonda una vez huyeron en cierta guerra de antaño y no quisieron volver a pisar este pueblo nuestro.

CONDE: (Intercalando una aclaración en el discurso de don Numerario). Desde entonces nos llaman los Condes, que, como sabrá, es título que nunca ha ostentado ningún familiar de mi ascendencia. Pero de forma honrosa acepté siempre ese venerable apodo.

NUMERARIO: (Que continúa con su discurso, reflejo de los pensamientos que le van llegando a la mente). A no ser José, pienso ahora, el encargado de sus fincas desde hace ya tanto tiempo. Es el único que se me ocurre que pudiera haber pisado esa casa suya, pues nunca tuvo la mansión ninguna servidumbre y era la paciente y hacendosa doña Galatea la que se ocupaba de su limpieza interior como dedicación casi exclusiva, más allá de las otras tareas que comporta el ser ama de casa.

CONDE: A José, mi fiel encargado, lo atendí siempre en el patio de la casa, al que se accede desde el mismo portal. Nunca llegó a entrar a habitación alguna. Y, efectivamente, como usted bien dice, mi santa esposa trabajó con abnegación en la casa para evitar que entrase gente curiosa y anduviese pateando de aquí para allá por sus pasillos, que ya sabemos cómo se las gasta el servicio. Es algo que siempre pudo con ella.

NUMERARIO: Si no le importa, voy a servirnos una café, que la cosa promete y me da que va a dar para un buen rato de conversación.

CONDE: Sin duda, la explicación es sencilla, pero necesitará de cierta extensión narrativa. Le acepto ese café, Numerario, y no olvide tomarse esa pastilla para los nervios antes de escucharla.

[...]

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2 comentarios:

  1. KING PILTRAFILLA: (Con un copazo de brandy en su mano izquierda y arrastrando una silla sin recato para colocarla frente a los dos, equidistante, cual juez de línea en un fictício partido de tenis) Si no les importa, hablaban ustedes tan alto que no he podido evitar escucharlos. Don Braulio, prosiga, por favor.

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    1. Creo que ya no te oye, jaja. ¡Qué lástima (a la vez que fascinante) no saber ya nunca lo que nos iba a contar? ¿No te parece?

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