ZEPPELIN ROCK: Decisión inapropiada - Microrrelatos: Cosas en los bolsillos (129)

domingo, 24 de abril de 2016

Decisión inapropiada - Microrrelatos: Cosas en los bolsillos (129)



Decisión inapropiada

LE atormentaba la idea comprobada de que, desde hacía ya algún tiempo, su vida se estaba convirtiendo en una rutina. La decisión fue tajante. Renunció a la plaza de funcionario por la que había luchado durante los años en que debería (entendía él ahora) haber disfrutado de la vida, de la juventud huida e irrecuperable (no hay nada más bello...). ¿Pero por qué no seguir siendo joven?, se dijo. ¿Había algo “real” que lo impidiese? Se decidió entonces a dilapidar sus ahorros de solterón cuentaguijas acumulados en sus últimos 25 años al servicio del Estado. Era el momento de ponerse la pilas, y ligar, y recorrer el mundo; disfrutar de una nueva y desenfrenada, si era preciso, juventud, pegar un braguetazo de última hora y reírse de este mundo traidor.

Hizo las maletas y emprendió el vuelo para reconquistar la vida y reescribir su biografía. No tardó mucho en descubrir que todo en la naturaleza, en el orden de las cosas, en las leyes que regían la historia de la que él formaba parte, también era rutina, repetición, inercia cíclica. También que las mujeres le seguían rehuyendo igual aquí que en Cuba o China por algún motivo que él atribuía a su nariz chata, a su calva prominente y a esos ojos tiernos siempre llorosos por el costado del lagrimal. En fin, que todo seguía igual que antes o peor, y más cuando ahora ya no tenía dinero ni un puesto fijo y la despreciada rutina (ejercida ahora como doncel parado entrado en años) se sobrellevaba, por ello, incluso de una manera mísera. Lo que descubrió, para decirlo claramente, es que, hablando en plata y sin pelos en la lengua, había hecho el gilipollas (quizá porque él ya era gilipollas de por sí). Con su calva prominente y su nariz chata, amarrado al duro vidrio de una botella de cerveza, ve la tele la mayor parte del día con sus ojos llorosos, tiernos, como de cordero degollado, goteando por el lagrimal; come poco y de lata, se asea lo justo y recuerda el día en que zarpó hacia los mares del sur con la cartera repleta de billetes y la esperanza insana de desvirgar a todo bicho viviente. "Pobre hombre", se dice él mismo, pleno de melancolía y perdido ya el juicio, como si pensara en alguien que pasa por la calle (son las 12 ahora y hace un sol espléndido, por cierto, ¿gustáis de un helado de fresa?).

ÁCS

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