
La trama –si es que se le puede llamar así- de The pigkeeper’s daughter cuenta la historia de Moonbeam, la pelirroja hija del amo de una granja de cerdos que ya tiene edad de comprometerse, pero prefiere jugar con su cerdito Lord Hamilton y dejar que este le husmee la entrepierna. Jasper, el machito del lugar, quiere beneficiarse a la joven Patty, pero acaba retozando con Moonbeam mientras la aun virgen Patty espía a su hermana a escondidas y se toca (ya me entendéis). No tarda en aparecer en escena un vendedor a domicilio al que le da igual hacérselo con un tipo al que se encuentra desnudo por la carretera en una postura comprometida –el chulito del principio-, con una autoestopista que resulta ser una prostituta o con la mujer del criador de cerdos, a la que se folla en el sofá de la sala de estar después de intentarle vender todo tipo de cremas y lociones. En fin, amiguitos, que eso es esta película sin sentido y de calidad ínfima. No contento con ello, Buckalew aún nos regalará el polvo entre Jasper y –por fin- la joven Patty y una escena final en una bañera en medio del patio en la que el vendedor logra hacer que Moonbeam se olvide de Lord Hamilton por un rato. El final –que no os contaré- no será demasiado provechoso que digamos para el tipo de las ventas a domicilio. Total, piltrafillas, que cuando al principio os he dicho que disfruté de la visión de The pigkeeper’s daughter lo hacía desde una vertiente freak y abusando del lenguaje, porque uno solo puede verle algún aliciente a la película si la aborda como homenaje póstumo a Novak o como estudio de la cinematografía para pajilleros de los 70. No obstante, ya sabéis que en este blog no le hacemos ascos a casi nada por lo que, bueno, vosotros decidís.
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