Amor doméstico
Cuando entró en la habitación la encontró tumbada en el sofá, con los ojos hundidos y turbios. Se acercó a ella y le acarició el pelo. “¡Déjame!”. “Vamos, no te enfades; se hizo tarde, sólo eso”. Ella permaneció impasible; luego se encendió un cigarro. La besó, y esta vez ella permaneció muda. La acunó con las palabras milagrosas que siempre funcionaban, la tomó en brazos, la llevó hasta la cama, la desnudó… y ella entró en el juego (otra vez). Cuando todo acabó, él la desinfló y la guardó cuidadosamente en el armario (un amasijo deforme de plástico amontonado y fofo). “Hasta mañana, amor mío”, le dijo con un gesto irónico antes de cerrar la puerta.
©Ángel Carrasco Sotos
Hola, Ángel.
ResponderEliminarJajajaja, ¡hombres!
Me encanta, tan solo te voy a hacer una observación -que nada tiene que ver con el texto sino con la foto- y es que destripa el micro. Vemos que se trata de lo que se trata antes de llegar al amasijo deforme y...
Tal vez, buscando otra imagen para ilustrarlo quedaría más potente.
A mí, los relatos que más me gustan son los perversos, aunque no te lo creas o aunque no lo parezca, pero sé (he visto y veo) que funcionan mejor los que tocan la patata. Como verás estoy en esto del marketing.
Un besazo, Ángel.
Odio los relatos "que funcionan". Ya me conoces: en esto soy muy elitista, jaja. Gracias, Tow, por tus comentarios y consejos.
EliminarBesos, chata.