
Piltrafillas, aunque al parecer Penn ya fue preguntado por ello en Cannes y lo negó, la verdad es que se hace evidente la influencia –en este caso parece que poco casual- de la figura de Ozzy Osbourne en la creación de multitud de aspectos del personaje de Cheyenne –lo que incluye la voz en algunos momentos-, aunque en cuanto a imagen se asemeje mucho más a Steve Stevens. Los heavies sabréis de quien os hablo. Y aunque el desarrollo de la película es lento, también os diré que el guion es interesante, la fotografía es muy bonita y las interpretaciones de Hewson, McDormand, Fouere y el resto del reparto son creíbles. Sin embargo, es precisamente el papel de Penn –a priori el más agradecido de la cinta, supuesta carne de Oscar- el que chirría un poco al haberme recordado en todo momento al mad man, haciéndome ser consciente de que –mientras aquel se comporta tal y como es ante las cámaras- aquí Penn estaba interpretando. Eso es un lastre a la hora de identificarse con el personaje y creerse la película, al menos en su primera parte. No obstante, si os quedáis con el vacío, la culpabilidad y la tristeza del personaje –y también su fino humor-, os olvidáis a quien se parece y disfrutáis de la actuación de Penn y la belleza de la historia en general –llena de imágenes preciosas-, sin duda os daréis cuenta de que estáis ante una cinta de lo más recomendable. Y es que, como ya he dicho en otras ocasiones, no sólo de acción, sangre y sexo viven los piltrafillas.
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