Por Esteban Martínez (@EMartineC)

Hay que darles a los de Michael Poulsen el que esta vez han logrado entregar un trabajo diverso, intentando combinar sus clásicas canciones rocanroleras y melódicas estilo 'Temple of Ikur', 'Shotgun blues' o 'The devil rages on' con otras juguetonas tipo 'Wait a minute my girl', así como incorporar pasadas más "heavy" que huelen al Metallica con descaro, como 'The sacred stones', que es una especie de 'Harvester of sorrow' + 'Sad but true' (aunque se agradece la aceleración que regalan tras el 4:53), o 'Say no more' (el riff + redoble en la partida es idéntico al de 'Eye of the beholder'). Paradójicamente, cuando Volbeat tributan a sus referentes norteamericanos es donde mejor suenan (¡era que no!), pero en lo personal me quedo esperando el disco pesado y duro que Michael Poulsen prometió en declaraciones previas al lanzamiento. ¿Dónde está el desate? ¿El filo? ¿La rabia? Es que simplemente no está. Volbeat es una banda impostada, una fachada, una constante máscara. Para prueba, cosas como 'Heaven's descent' o 'Becoming', que abren con mucha energía pero tardan veinte segundos para caer en el estrofa/coro típico, que no es otra cosa que la banda persiguiendo por enésima vez "su disco negro".
Lo han intentado de todas maneras, Servant of the mind es mejor que cualquiera de sus antecesores, pero insisto, no por méritos propios sino porque la vara estaba muy abajo. De todas formas han entregado un disco entretenido que a sus fans seguro caerá bien pero donde el énfasis sigue puesto en el gancho, en el pop, pero el rock brilla por su ausencia. Estaría bueno que Volbeat se sinceraran de una vez por todas, probaran el eliminar las guitarras y metiesen teclados a su sonido, algo tipo The killers, seguro sonarían más coherentes. Michael Poulsen no lo haría mal en plan Brandon Flowers.
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