
Decía el viejo tango eso de "que veinte años no es nada...". Sin embargo, para algunos ha sido una vida completa. Y es que cuánta diferencia se percibe entre aquellos Architects que debutaban mediante Nightmares (2006) y estos que ya va por su álbum número once. Parecen otra banda incluso. De esas búsquedas marcadas por el djent y el progresivo poco queda; eran tiempos donde los ingleses pintaban como una banda en la que creer, y porque no decirlo: una de aquellas que podrían a futuro sostener al género. De algo hay que vivir, sin embargo, y es de suponer que tras sus primeros tres discos alguien les habrá recomendado abrazar un metalcore de manual como propuesta, por lo que a partir de la pasada por The here and now (2012) + Daybreaker (2013) todo cambió. Todo también se volvió (cada vez) menos interesante. Primero mediante una sucesión de discos marcados por un metal de tintes dramáticos pero monótonos hasta decir basta (Lost forever // lost together + All our gods have abandoned us) seguidos de otros que se cargaron hacia elementos más melosos (Holy hell + For those that wish to exist + The classic symptoms of a broken spirit). Y bueno, en lo que respecta a este nuevo disco hay que darles el que han intentado diversificar un tanto la experiencia, sin embargo, todo sigue sintiéndose muy pero muy pre fabricado, con intenciones comerciales demasiado evidentes y que perjudican claramente el nivel del resultado.
De ahí que el disco cuente con las típicas idas y vueltas del género (el tándem estrofas agresivas + coros melódicos) que esta vez han complementado con una que otra cosita que se sale un poco de dicho manual pero esto siempre se manera muy tímida, casi como si estuviesen probando que podría funcionar comercialmente como para ir por ahí en un siguiente trabajo.
Abrirán, por ejemplo, con 'Elegy' + 'Whiplash', dos que apuntan a un sonido agresivo en donde Sam Carter juega con gritos y guturales (algo que dudo sea capaz de reproducir en vivo, digámoslo) para luego matizar con coros ultra melosos, algo que también desarrollarán en la olvidable 'Blackhole'. Esto a diferencia de 'Everything ends' que es pop limpio a secas y por lo mismo suena incluso refrescante al lado de esa impostación de los primeros temas. Por supuesto que el manual indica que luego deben cambiar el tono por lo que meten una ágil y acelerada 'Brain dead', y así, en adelante el álbum irá oscilando entre canciones que insisten sobre tonos adolescentes en 'Landmines' y momentos algo más contagiosos en 'Judgement day', aunque claro, nada que demasiado recordable ni tampoco capaz de sostener al disco a lo largo de los eternos cuarenta minutos que dura.
Le ha pasado a muchos. Cuando durante tanto tiempo dejas de componer en serio y te limitas únicamente a fórmulas, te pierdes, y en el caso de estos ingleses el camino se extravió hace demasiado. Y quienes apunten al fallecimiento de Tom Searle en 2016 como elemento clave en el declive de Architects estaría bueno dejaran de mentirse, que el guitarrista fue participe y protagonista también del giro de la banda. Eso escrito está.
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