La felicidad era esto mismamente
“ADIÓS, mundo cruel”, dijo, asqueado, antes de quedarse dormido para siempre con la premeditación a la que le había empujado una vida incompleta. Al principio daba muchas vueltas en la cama, se proyectó pesadillas que hubiesen hecho despertar a un muerto, pero, poco a poco, estas se fueron alternando con sueños neutros o algo plácidos primero... y placenteros y plenos definitivamente en lo sucesivo. La locura, el arrebato, el frenesí y el júbilo llegaron el día (es un decir) en que por fin Ana quedó rendida en sus brazos y la poseyó con desenfreno compartido, y este sueño se convirtió, por fin, en algo permanente. Sin duda, pensó en sueños, había tomado la decisión adecuada. Encontró la felicidad y sí que supo qué hacer con ella, desde luego.
ÁCS
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