Microchiste sin guarnición
UN hombre entra en un restaurante de carretera para comer. Se sienta a una mesa, el camarero le trae la carta, pero este le dice que quiere menú del día (por favor, gracias). De primero elige una fabada asturiana; de segundo, un escalope, y de postre, flan de huevo "con-nata-si-es-posible" (y sí es posible). Pero se presenta un "problema" (llamémoslo así), que no viene del flan, como tampoco de las alubias (aunque estén un poco saladas, un asquito), sino del escalope (con patatas). Llegado el momento (ese momento crucial) del servicio del segundo plato, el camarero se le acerca con un chuletón de Ávila cuyas dimensiones rebasan en algunas partes el plato en el que viene transportado. ¡Que aproveche! (silencio y ojos de estupefacción). Lo mira así nuestro protagonista, primero con desconcierto y al momento con un apetito voraz. No dice nada, no protesta, no reclama su derecho al escalope. Toma cuchillo y tenedor y comienza a intervenir (quirúrgicamente) al apetitoso pedazo de carne que, como comprueba de inmediato, está a su gusto, en ese punto exacto de un poquito sangriento sin que parezca que está uno devorándose a un buey vivo.