ZEPPELIN ROCK: TERENCE TRENT D'ARBY - Neither Fish Nor Flesh (1989): CRÍTICA Review

martes, 7 de marzo de 2023

TERENCE TRENT D'ARBY - Neither Fish Nor Flesh (1989): CRÍTICA Review

 

The Hunter


Desconozco el número de los seguidores de Terence Trent D'Arby que quedan ahí fuera, pero algunos lo hemos seguido hasta el final, como moscas al azúcar ha ido uno, al néctar sonoro que se desliza por los surcos de sus tres primeros discos, por ejemplo. Y es que sin ánimo de parecer sentencioso, me parece que estamos ante la última gran estrella negra, o para ser más correcto, ante la última estrella negra con talento.



Si Prince venía a ser como un nuevo eslabón en una cadena que le unía a colosos como James Brown y Sly Stone, el cantante neoyorquino se emparentaba con figuras de la talla de Smokey Robinson o Marvin Gaye -aunque las influencias de ambos, por descontado, no solo se encontraban en la música negra-. Cantante poseedor de una subestimada voz tan versátil como expresiva, dotado multiinstrumentista, compositor, productor y arreglista; TTD iniciaba su carrera en 1987 con uno de los álbumes debut más espectaculares de los últimos 25 años, Introducing The Hardline According To, carta de presentación de un artista carismático y magnético, de una confianza en sí mismo tal que le haría rozar la arrogancia al afirmar que su disco era mejor que el Sgt. Pepper (algo que no desmentiremos). Ventas millonarias y números 1 a ambos lados del Atlántico le encumbrarían como uno de los nombres del momento por lo que para su segundo disco la tentación de entregar un Introducing... Part II era muy grande, y he aquí que frente a su anterior obra, que podía pasar por una colección de singles, lo que teníamos era un álbum concebido para que funcionase como una unidad. 



Con producción del propio Terence -que le confería un sonido mucho más atemporal, Neither Fish Nor Flesh (1989) es un trabajo sin duda menos comercial -al que la crítica recibiría con el cuchillo entre los dientes- y que descolocaría al público que había caído rendido ante el anterior. Arriesgado, personal -y pasional-, el nuevo disco del genio nacido en Manhattan burbujeaba como una olla hirviendo; sus canciones -atmosféricas y profundas- tenían un punto sino experimental, al menos, inclasificable, en las que había cabida para percusiones africanas, arreglos de cuerda de corte oriental, excéntricos coros, guitarras rockeras o vientos y pianos de inspiración jazz. Como reza la portada: "una banda sonora de amor, fe, esperanza y destrucción" por parte de un artista que respondía de su música únicamente ante él. Valía la pena recordarlo.

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