ZEPPELIN ROCK: METAL CHURCH - Blessing in Desguise (1989): CRÍTICA Review

sábado, 1 de octubre de 2022

METAL CHURCH - Blessing in Desguise (1989): CRÍTICA Review

 

por Rockología (@RockologiaTwit)
del blog Rockologia


La pregunta clave, a mi entender, es: ¿Puede un álbum imprescindible pasar desapercibido, caer en el olvido de cualquier lista "best of" de su género, perderse en las estanterías cogiendo polvo? Sucede muchas veces y todos tenemos vinilos que adoramos, que defendemos a muerte, que consideramos necesarios en su estilo, pero que el mundanal mundo ignora. Y eso mismo me sucede con Metal Church y su Blessing in disguise. Un disco (casi) perfecto de principio a fin, un álbum que combina como pocos el heavy metal y el thrash de los ochenta.



La banda había sido formada por el guitarrista Kurdt Vanderhoof en 1980; Metal Church era el apodo de su apartamento en San Francisco. No fue hasta 1984 cuando editaron su debut con Elektra Records y dos años después un fantástico The Dark. Con la atención del género y cierto éxito underground, Vanderhoof decide dejar su propia banda al mismo tiempo que el cantante David Wayne abandona la formación. Dos ausencias más que significativas que no hicieron decaer a la banda. El propio Vanderhoof mantiene la colaboración con sus excolegas: compone la mayoría de los cortes de Blessing in disguise, toca algunas guitarras y se convierte, de algún modo, en músico de sesión para Metal Church. Su labor guitarrera oficial la suple John Marshall, técnico de guitarras de Metallica. Para las voces se ficha Mike Howe, conocido del propio Vanderhoof. El resto de la banda permanece en el tajo: Craig Wells a las guitarras y segundo compositor, Duke Erickson al bajo y Kirk Arrington a la batería. Con esta original reunión se ponen a las órdenes de Terry Date, el mismo que se haría amo del metal de principios de los noventa con su labor para Pantera, Overkill y Soundgarden, entre otros.

El sonido deriva de las bases más thrash hacia un heavy metal americano con elaboradas melodías, riffs brutales, aunque con ese poso de la Bay Arena adornándolo todo. Suenan en ocasiones en la liga de Queensryche o Crimson Glory más que en la de Metallica o Exodus, como intentando dar su salto mortal a la primera línea comercial. Pero, obviamente, no lo consiguieron. El disco alcanzó el puesto 75 de ventas unos meses después de su edición y la banda giró con WASP, Fair Warning, Saxon o Metallica durante aquel año; ambos hechos fueron un éxito para unos tipos que venían de los callejones del metal, pero no lo suficiente para que se renovara su contrato con Elektra.



El álbum posee varios momentos cumbre. La inicial Fake healer tiene un poderoso y original riff con una mordaz crítica al sistema sanitario de las aseguradoras, a los falsos curanderos que lo único que quieren es tu número de cuenta; intenso, vibrante. Los nueve minutos de Anthem to the estranged resultan hipnóticos: esa introducción acústica que da espíritu al tema y se repite de manera puntual, va engordando con la plegaria del hombre que lo ha perdido todo después de estar en la cumbre y que repite como un mantra «all alone again». Howe canta con maestría y pasa de voces desgarradas a otras más melodiosas sin inmutarse. Del lado más duro suena Spell can’t be broken, fantástica, contundente batería y ese juego de guitarras, de lo mejor del álbum, con un pasaje central más suave para romper de nuevo cerrando el tema. Otra de mis favoritas ahonda en el contraste sonoro entre pasajes suaves y tralla metalera desenredando una gran línea melódica: Badlands, el hombre perdido en el páramo emocional («will these lonely nights ever end?/will I live to see my journey’s end?») con un espíritu incombustible y renegando de su destino.

Rest in pieces está dedicada al hundimiento del Titanic, con cierto dramatismo calculado en la voz de Howe y apoyado por la intensidad de la música (¿alguien conoce alguna otra canción dedicada al famoso crucero?). También de temática original es Of unsound mind, basada en «El corazón delator» de Edgar Allan Poe, única letra de John Marshall; brutal riff, batería con el doble bombo a toda tralla y un puntito speed. En esa misma línea, con más cambios, Cannot tell a lie recuerda de dónde vienen estos tíos, criticando el engaño del poder «hail to govermment/ hail to liberty/hail to God above/hail to me/no more war, all the peace/I am the solution to what this nation needs». El corazón más heavy metal, sin embargo, late en The powers that be, casi un rollo NWOBHM, con una melodía muy trabajada, y en la instrumental It’s a secret, magnífica composición, compleja, acelerada.

En definitiva, un discazo, vaya, que deberías escuchar si no lo has hecho aún y aunque no tengas ni idea de quienes son estos tipos. Y si ya los conoces, dale al play un rato.

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