ZEPPELIN ROCK: IBARAKI - Rashomon (2022): CRÍTICA Review

lunes, 26 de septiembre de 2022

IBARAKI - Rashomon (2022): CRÍTICA Review

 

Por Esteban Martínez (@EMartineC)



Parece evidente que el paso hacia adelante que Trivium encontró en un álbum como In the court of the dragon (2021) no fue otra cosa que fruto de una constante búsqueda por parte de Matt Heafy, quien no conforme con lo logrado con su banda madre, decidió aprovechar el envión creativo, las buenas críticas y recibimiento para entregarse de lleno a un proyecto paralelo que venía creando desde 2010/11, Ibaraki, esta vez eso sí de la mano del gran Ihsahn, un tipo de enormes credenciales y que bien sabemos ha sabido durante la última década conocer de libertad y desarrollar sus inquietudes musicales sin ataduras. Dicho en simple, no podría ser otro sino el noruego quien ayudase a Heafy a expandir su universo, por lo que bajo su tutela se atrevió finalmente a desarrollar este Rashomon. La pregunta, sin embargo, es si basta solo con las ganas para encontrar algo realmente memorable. Y bueno, la respuesta evidente es que no, por lo que en este proyecto paralelo Matt Heafy triunfa al encontrar un álbum que gracias a su identidad logra que olvidemos durante una hora a Trivium, lo cual no es poco, pero falla, a mi entender, en la calidad global del conjunto.



Heafy ha optado por desarrollar su origen materno en la estética de este álbum, recordemos que el vocalista tiene madre japonesa y padre irlandés-estadounidense (nació en Japón pero al año se fue a vivir a EE.UU), mientras que en lo musical ha buscado entregar un álbum de matices, intercalando pasajes extremos y violentos con otros tranquilos y atmosféricos. Ahí, encuentra una serie de aspectos positivos, el disco suena cohesionado, toma elementos del black metal sin ser black metal, entrelaza distintas aristas del mundo del metal que por momentos funcionan a gran nivel. Digo momentos, sin embargo, porque no todo sonará tan inspirado en Rashomon, habiendo también canciones que suenan más bien a mixtura forzada. 



El disco abre, por ejemplo, con dos canciones muy similares en cuanto a intenciones: 'Kagutsuchi' + 'Ibaraki-Döji'. Ambas superan los siete minutos de duración desarrollando una dinámica agresiva y desatada para tras varios minutos hacer una brusca pausa y pasarse a la absoluta calma, con la única diferencia de que la segunda cuenta con un acompañamiento sinfónico constante (la mano de Ihsahn se nota), lo cual la ayuda a conectar emocionalmente de menor manera. 'Jigoku dayü' es otra que alternará tiempos y constará de tres segmentos, un relato limpio, otro violento y un cierre melódico a dos voces (con Heafy desgarrándose en el fondo), con dos minutos finales que rescatan al tema de la monotonía. El álbum abre entonces con veinticinco minutos que no están mal pero lucen predecibles, sobre todo las dos primeras. 

Ahora, a partir de entonces el trabajo encontrará sus mejores pasajes, siendo 'Tamashii no houkai' el más alto de todos, una donde la agresividad cuajará a la perfección con las intervenciones melódicas y las atmósferas fluirán de manera natural. De igual forma, 'Akumu' suena contundente y pesada, con participación además del polaco Nergal, 'Komorebi' intenta fluctuar por paisajes diversos y preparar el terreno para el que supone ser el tema más atrevido del álbum: los nueve minutos de 'Ronin', en colaboración en coros de Gerard Way (My chemical romance). Sin embargo, esta no es nada del otro mundo, con una primera mitad bastante repetitiva en el estrofa melódica + coro chillón, una segunda sección de corte más progresivo y un cierre melódico realmente apagado.

Con lo mejor del álbum ya claramente atrás y una extensión innecesaria (sesenta y un minutos), el asunto comienza a oler a relleno descarado con 'Susanoo no mikoto', que reitera la fórmula por enésima vez, y luego con la burlesquera 'Kaizoku', que no se entiende mucho que pinta acá, cerrando así un álbum que trae a colación una vez más la idea del "a veces menos es más". Quizás con solo cinco o seis canciones mejor trabajadas, más interesantes y ricas en texturas, los resultados para Rashomon habrían sido distintos. 


Tampoco el asunto es que esté mal, el disco funciona y como anécdota logra mostrar una faceta más agresiva de Matt Heafy. Sin embargo, no queda del todo claro al oírlo el que efectivamente haya encontrado las canciones que pretendía encontrar. 

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