ZEPPELIN ROCK: Crítica de VUELO A MARTE (Lesley Selander, 1951): Reseña

martes, 17 de marzo de 2020

Crítica de VUELO A MARTE (Lesley Selander, 1951): Reseña


por Möbius el Crononauta



A decir verdad, la tripulación del Apolo XIII era una panda de mariquitas cobardes. Tenemos un problema, tenemos un problema... deberían haber tomado ejemplo del jefe de la expedición de Vuelo a Marte, con su poco científica actitud y su atómica frase "cuando escalamos la cima del Everest nadie se pregunto como regresaríamos". Sí, aquellos sí que eran astronautas, decididos, valientes, inverosímiles, y dispuestos a despegar en un cohete sin pensar en nada más. Si la NASA en vez de tanto piloto y tanto científico hubiera llevado a más periodistas, vaqueros tejanos y chicas sexys, seguro que los hombres ya estaríamos pisando Marte y construyendo campos de golf por doquier.




La verdad es que cuando las cosas empezaron a moverse en Hollywood con el éxito de la ciencia ficción hubieron buenas películas como El enigma de otro mundo o Ultimátum a la Tierra, pero también producciones de serie B rodadas en una semana como Vuelo a Marte, de calidad dudosa, pero igualmente entretenida. Basta con decir que para ahorrarse los cuartos se utilizaron trajes y platós sobrantes de Con destino a la Luna y Cohete K-1. De todas formas, ¿quién necesita grandes presupuestos cuando tiene frases como la del Everest?




Vuelo a Marte seguía la premisa de los dos films citados. La típica tripulación espacial (un periodista, un par de científicos entrados en años, un mecánico, operador o no sé qué era, y la guapa hija de uno de los abueletes) se mete en un cohete para ir a Marte a la mayor gloria de los Estados Unidos. Tras un despegue exprés, como quien sale de excursión y a ver que pasa, y tras poner en acción un dispositivo que mantiene la cabina horizontal y demás cosas raras, el periodista se pone a lanzar tubos (?) hacia la Tierra con sus crónicas y sus cosas de periodista, a pesar de que se comunican con la Tierra por radio.




Todo muy científico (es un decir), y con la hija, muy independiente ella y casi con el graduado de ciencias aplicadas después de ayudar muchos años a su padre, apretando botones aquí y allá, y vamos, que patatín patatán llegan a Marte, donde con sus cazadoras y escafandras de pilotos aéreos salen a explorar, encontrándose con unas chimeneas gigantes. En esto salen unos marcianos, vestidos de astronauta (una inversión curiosa, ciertamente), que les llevan al interior de Marte donde se han montado una civilización del cagarse gracias a un mineral muy valioso que usan como combustible. ¿Expulsaron para obtenerlo a algún bicho azul? No lo sabemos, pero la independencia de la chica científica se volatiliza en cuanto una sexy marciana (vestida con el uniforme nacional marciano para las féminas, una minifalda corta, corta; no eran tontos estos marcianos) le enseña que allí nadie cocina y la comida sale preparada de la pared. Además, la chica se pone celosa en cuanto la marciana comienza a engatusar a uno de los tripulantes, de quien ha estado enamorada durante años, mientras el periodista intenta entrarle sin éxito.




Pero, ¡ah, amigos!, tanta hospitalidad tiene truco, en plan Perrault, y los marcianos (o la mitad de ellos), tienen aviesas intenciones, que ponen en práctica tras una votación a velocidad luz que es simplemente indescriptible. Deberían aprender en las Naciones Unidas cómo se hacen las cosas. No desvelaré el plan oculto de los marcianos, porque algo hay que dejar para que veáis esta maravilla del humor de serie B, pero sí os contaré como acaba el idilio marciano-terrestre: la sexy marciana de largas piernas se queda con el terrícola, mientras que la despechada supuesta mujer independiente se lanza a los brazos del periodista burlón, demostrando que esto del puterío choni y el tócame-roque ya era de lo más normal allá en los 50. Y luego vamos de modernos.




Vuelo a Marte, amigos, ciencia ficción sin medios, sin colorantes ni conservantes, y sin pies ni cabeza, pero eso sí, también sin ínfulas. Y a buen encendedor, pocas caladas bastan.



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