ZEPPELIN ROCK: La invitación - Relato

domingo, 20 de agosto de 2017

La invitación - Relato


por Yolvi Efraín Cauro Méndez



Consigue abrir los ojos y ponerse en pie. Al principio tiene la sensación de que los párpados son de metal. Está junto a la ventana de su habitación. Mira a través de ella. Una inmensa esquina se divisa a lo lejos. No hay tráfico. Oye un rumor de voces más allá de la puerta. Gira el torso desnudo. Allí están. No recuerda haber invitado a nadie, pero la fiesta parece estar en su mejor momento. La gente fuma y bebe en medio del murmurio silencioso de la bruma. La bruma de los pasillos. Hay botellas vacías sobre las baldosas del apartamento. Cajas de preservativos. Las colillas apagadas y los restos de las botellas que quedan se disputan entre ellos.


No les mira directamente a los ojos; percibe que es capaz de adivinar lo que cada uno está pensando en ese momento. Son comentarios banales, que casi nunca tienen que ver con su vida. Alguno, más osado, susurra escenas olvidadas.

La gente de la fiesta se divide en dos clases: los que van de un lado para otro, como si patinaran, invadiendo el espacio personal, haciendo muecas lujuriosas, riéndose a carcajadas, y aquellos otros que permanecen cerca de los muebles y los electrodomésticos, camuflándose en ellos, imitando sus formas. Los primeros son casi todos hombres. Las mujeres prefieren, sin embargo, quedarse cerca de los enseres, taciturnas, estáticas.

Va a la cocina por otro trago. La sed es como un aguijón clavado en la parte seca de la garganta. Encuentra a dos mujeres desconocidas. Están hablando. No puede oírlas, pero conoce sus pensamientos. Una es enormemente atractiva. No hay contacto ocular. Abre la nevera. Hay una última botella de cerveza entre la mugre. Las dos mujeres vuelven los rostros ante su presencia. Una de ellas se aproxima al fregadero y se acopla perfectamente a él; la otra, prefiere ocultarse en el microondas. Los juegos forman parte del cortejo. Buscar. Buscarse. Siempre fue así con las mujeres. Siempre tuvo que dar los primeros pasos. Presentarse: ‘Hola, soy yo. Soy un pobre tímido. Soy un estúpido que siempre se presenta a las mujeres. Soy el que mira raro. Quiero eso’.

Necesita bañarse. El agua diluye la sensación de irrealidad. Cae sobre las sienes como una corriente eléctrica dulce y complaciente que se distribuye por la piel como una manta. Se enjabona. Las manos se agrandan, la espuma lo envuelve todo. La mujer del microondas surge de la pared transparente, como una cortina de agua, como un chorro de aire caliente. Avanza su rostro húmedo y lo pega a sus fosas nasales. Una rodilla sedosa resbala por la entrepierna y se detiene ahí con la intemporalidad del éxtasis. La convulsión del deseo desciende por la nuca y se apodera del torrente sanguíneo. Toma a la mujer entre sus brazos y siente que sus cuerpos se fusionan ¿Cuántas personas forman parte del acto amoroso? ¿Cuántas sobreviven a su latigazo efímero? Rueda por el suelo y contra su frío colorido la pelvis se agita. Desciende, se eleva, vuelve a caer. La espalda se arquea. Las sacudidas son cada vez más violentas. La mujer abre la boca, agranda los ojos, muda su rostro, gime, se desvanece. Por un momento se ve en ella, siente que es ella misma. Deambula por la casa, exhausto. Apura la cerveza. Entre la multitud, encuentra un hueco frente al televisor y lo enciende. Programas de videncia, tarot y santería. Los invitados ríen. Pasan frente al televisor con sus cigarrillos encendidos, extrayendo de sus pulmones esos hilos de humo que van tejiendo una especie de tela de araña por todo el apartamento.

Suena el timbre. Es el hermano mayor, que viene para recuperar el coche que ayer se llevó la grúa. Mejor bajar a la calle. Que no vea el desastre del apartamento. Vienen las explicaciones sobre cuánto marcaba el alcoholímetro en el momento de ser detenido en el control. Las cuentas sobre el pago de la fianza para retirar el coche y dónde preferiría que lo dejara aparcado durante los diez meses de retirada de carné de conducir. “Yo me ocupo de moverlo”, había dicho. “Ahora no puedes manejar un auto” había contestado con gesto adusto el hermano mayor. “Tienes que ir al médico”.

Vuelve a la soledad del apartamento. Busca a la mujer del microondas. Aún queda gente cerca de sus muebles de referencia. Se diría que custodian los objetos, indiferentes a su presencia. Los que pululan se han marchado. Una paloma agita las alas junto al televisor. Las botellas de licor están vacías. Hay más de veinte. No queda dinero para seguir bebiendo ¿Hay ratones debajo del sofá? Piensa que es muy probable que lo esté imaginando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario