ZEPPELIN ROCK: Crítica de "Sing Street" (John Carney, 2016): Film review

domingo, 13 de noviembre de 2016

Crítica de "Sing Street" (John Carney, 2016): Film review


por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC



La música redentora. La música, que escuchada detenidamente, salva y cambia vidas. La música como lenguaje universal.

Aquí os traigo, a esta página que tanto honra a las bellas artes, otra cinta donde la música es pieza esencial de la mano, de nuevo, de John Carney.

Como suele ser costumbre en Carney, nos adentramos en una etapa de transición, de crisis, de pausa, de dudas, en plena adolescencia en esta ocasión, porque para el director son las que definen la vida, en las que se vive de verdad, donde se madura, se crece y se evoluciona, donde más se siente.




Un momento en la vida de unos chicos donde todo es inestable, con cambios de colegio, proyectos inciertos, padres a punto de la separación y una pasión redentora. Esos momentos de transición, que tanto gustan a su director, vuelven a tener escenarios simbólicos, como ese metro y las miradas que incluyen confidencias secretas y sentimientos cazados por invisibles hilos desde los ojos, o esa escalera donde los hermanos observan a su madre y reflexionan sobre las decepciones vitales suplidas por patéticos y entrañables subterfugios y remedos que al menos alivian y permiten seguir.

Un chico, Conor, que junto a sus amigos, busca su lugar y su yo, como se representa en sus sucesivos cambios de look y creciente personalidad.




Carney rueda con el aparente descuido de otras veces, con esas cámaras inestables, pero de una manera muy medida y pensada que nunca molesta e incomoda, que dota de frescura al conjunto, la gran virtud del director. La frescura y la naturalidad.

Los diálogos, ágiles, frescos y divertidos, son clave en este estilo desenfadado y en apariencia ligero que tiene la película, donde todo fluye con una naturalidad extraordinaria, como la vida misma.




Como si de un James Joyce melómano se tratara, el también dublinés Carney hace un fresco de la Irlanda de los 80, tan entrañable y fascinante como depresiva y asfixiante, mientras sigue a sus personajes al ritmo del Pop ochentero, al que homenajea encendidamente. Una Irlanda que desea emigrar, incluso sin medios, ir al oasis londinense, huir de la depresión y la evasión alcohólica que los ata allí, y donde la música es el vehículo y el mecanismo de expresión y rebeldía.

Todo ello es así, pero no hay dogmatismo en la narración de Carney. Eso sólo es el contexto, lo demás es la pura vida, donde se forma una banda y se aprenden los acordes de guitarra para ligar y tener sexo, para conquistar a la chica de los sueños… lo demás, ya vendrá.




Las relaciones familiares retratadas en la película son desastrosas, consecuencia de esa asfixia, de la depresión y el alcohol (la chica, el protagonista y la separación de sus padres, el amigo fan de los conejos…).

Todos los personajes están cuidadísimos y, como suele ser habitual en Carney, de casi todos se saca su lado bueno, aunque en esta ocasión sí existen roles negativos, como ese cura dictatorial que intenta amargar la existencia del protagonista, aunque provocando el efecto contrario. Entre todos destacaré al multiinstrumentista Eamon (Mark McKenna), la mano derecha del protagonista, que lo ayuda a componer y toca la mayoría de instrumentos, siempre dispuesto a acometer las ideas que se le ocurran a Conor (Ferdia Walsh-Peelo).




Y es que la representación y el retrato de la adolescencia, la fascinación, íntimamente ligada al desengaño, la pasión vital que se desboca, las emociones que brincan sin freno, están magníficamente tratados por Carney. Es difícil no sentir ganas de formar tu banda para caminar con pose chulesca tras conseguirlo, que bien justificado estaría…

Como en las mejores obras de Carney tenemos varias escenas que justifican por sí solas el visionado de la película. Entrañables, emotivas, frescas, naturales. Pura vida. Esos besos y escenas románticas, tan sencillas y auténticas que rinden al espectador; la escena de la escalera donde el hermano mayor mira a su madre y reflexiona sobre ella; la escena con los tres hermanos evadiéndose de ese entorno familiar que amenaza caer bailando y escuchando música; la soberbia escena dramática donde Brendan (Jack Reynor) se desnuda ante Conor levantando la alfombra que oculta toda la mierda de su pasado, sus frustraciones, lo que pudo ser, su talento olvidado y perdido, el germen de la familia y su amor por su hermano…




Carney tiene un reconocible estilo en lo conceptual, que se apoya también en cierta medida en lo estilístico (esa cámara inestable, los diálogos rápidos y frescos, lo cotidiano y natural), dejando escenas que hacen palpable el hecho de estar en una de sus películas, como esas recreaciones mentales o proyecciones futuras expuestas sin corte o idealizadas. Tenemos aquí varios ejemplos: ese travelling que nos lleva del ensayo a dúo y acústico a la grabación casera con todo el grupo sin que medie corte alguno. O ese ensayo en el colegio donde Conor espera que su chica entre por la puerta imaginando el vídeo soñado.

La película está dedicada “a los hermanos”, y es que he querido dejar para el final sin mencionarlo a uno de los mejores personajes secundarios (y quizá protagónicos) que han aparecido últimamente por nuestras pantallas. Ese hermano mayor, guía y mentor del protagonista, que interpreta Jack Reynor.




La pura escenificación de lo que debe ser un hermano mayor, frustrado por lo que fue, por lo que pudo ser, por su talento nunca valorado, cercenado por el entorno, que pone todo su empeño en lanzar a su hermano pequeño hacia aquello que él no pudo o no se atrevió a acometer. Su relación es tan auténtica y entrañable como la propia película en general.

Con él tenemos las mejores ideas de la película. Su manera de desentrañar musicalmente los sentimientos de su hermano pequeño para que los saque a través de su talento, en un diálogo romántico encriptado musical, pero perfectamente comprensible para la chica porque la música es lenguaje universal, es maravilloso.




Carney abandona a sus personajes en la esperanza, en el viaje hacia la incertidumbre ilusionada, un viaje que merece la pena acometer cuando la mediocre rutina nos ahoga. Una mirada atrás y otra al futuro, la pena y la alegría, casi siempre de la mano, escenificados en esos últimos planos donde el hermano mayor brinca de alegría.

A-ha, Depeche Mode, Sex Pistols, Village People, Michael Jackson y “Thriller”, Genesis, The Cure, Spandau Ballet, Duran Duran, Joe Jackson, Phil Collins, The Police, Phil Lynott, The Clash, The Jam, el New Romantic de los 80… son algunos de los artistas que se mencionan o a los que podemos oír en la película… Y además “Regreso al futuro” (Robert Zemeckis, 1985).

Vayan corriendo, esta sí merece la pena y va recomendada.

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