ZEPPELIN ROCK: Historia no ficticia de la ciencia ficción en el cine - Recorrido por las películas clave

jueves, 15 de octubre de 2015

Historia no ficticia de la ciencia ficción en el cine - Recorrido por las películas clave


por Möbius el Crononauta



Un monolito, un potente rayo destruyendo la Casa Blanca, una espada láser, un cohete en el ojo de una Luna antropomórfica, naves en llamas más allá de Orión, un cyborg asesino venido del futuro, una máquina del tiempo, sociedades distópicas, muchas veces terribles; un alienígena de potentes mandíbulas, vainas autoreplicantes, replicantes a secas, turistas marcianos con aviesas intenciones, insectos y mujeres gigantes, pilotos de cazas espaciales, y, por supuesto, platillos volantes… si no todas, muchas, o al menos algunas de estas imágenes le serán familiares, aunque no sepan a qué película pertenecen, y permanezcan tal vez en algún brumoso rincón de su memoria. Pero si alguna parte de esta no demasiado somera lista le ha resultado familiar, usted, querido lector, ha contemplado, aunque sólo sea una vez en su vida, imágenes o escenas de una película de ciencia ficción, un género denostado y, con todo, tradicionalmente de los más populares de la historia del cine.




Tal vez por esa misma razón a la ciencia ficción se la haya considerado en quizás demasiadas ocasiones como un género menor, pero a lo largo de toda su historia ha cumplido con uno de los principales mandamientos de la industria del cine (entretener) y en más ocasiones de las que creemos nos ha dado verdaderos clásicos del cine, que nos han hecho reflexionar sobre temas morales o existenciales como pocas cintas de otros géneros lo han logrado. Sí, la ciencia ficción es un venerable género que ya hace mucho que alcanzó la mayoría de edad en el cine, y por ello no debemos avergonzarnos al disfrutar con historias de pequeños seres verdes o inventos imposibles. Porque, si bien no sabemos si nuestro vecino oculta en su interior a una especie de lagarto, muchos inventos imposibles acaban siendo posibles y, al fin y al cabo, la ciencia ficción, amigo, vino al cine para quedarse.




Ciencia ficción y cine han caminado de la mano desde los primeros tiempos del cinematógrafo. En cuanto comenzaron a vislumbrarse las posibilidades del nuevo invento de los Lumière en Europa y de Edison en Estados Unidos, los precursores del cine comenzaron a usar el cinematógrafo como un nuevo medio de narración, todavía en pañales, experimentando técnicas y tramas. Contemplar a un regador mojado por su propia manguera podía estar muy bien, pero los guiones propios podían no caer en gracia al público, una vez que éste, pasado ya el primer momento de fascinación por el nuevo invento, demandaba buenas historias, o, al menos, historias entretenidas. Fue así como aquellos pioneros vieron en la literatura una fuente de inspiración, un paraíso de historias y cuentos. Adaptar algún conocido clásico literario para la gran pantalla contaba con la ventaja de no sólo no tener que pergeñar nuevas historias, sino que uno podía casi asegurarse el favor de la audiencia. Además, fabricando versiones filmadas de novelas u obras de teatro era ciertamente más prestigioso que filmar a regadores regados. Fue en aquel mismo momento iniciático para la narración fílmica cuando surgió el eterno debate entre entretenimiento (y ganancias) y la calidad, el arte. Pero ésa es otra cuestión. Lo cierto es que desde el mismo momento en que los primeros directores de cine comenzaron a adaptar obras literarias, la ciencia ficción entró en el saco, pues el género formaba parte de la literatura desde hacía mucho tiempo.




Establecer exactamente de cuantos años hablamos al hablar de ese tiempo es algo que los críticos y los entendidos llevan analizando, estudiando y debatiendo desde hace, también, mucho tiempo. E incluso, en ese difícil proceso, se especula con la cuestión de si la ciencia ficción es un género por sí mismo, o un subgénero, un vástago del género fantástico. De momento digamos que la ciencia ficción es, efectivamente, un género en sí mismo. Pero, ¿qué es la ciencia ficción? ¿Cuándo se escribió el primer relato de ciencia ficción?

La ciencia ficción, como su propio nombre indica, es un relato de ficción que incluye, de algún modo, uno o varios elementos relacionados con la ciencia y la tecnología. Puede narrar historias que desafíen las leyes conocidas de la naturaleza en un grado muy amplio; la historia en cuestión puede plantear como verdades ciertos axiomas o situaciones que un científico pudiera considerar como posibles en un futuro más o menos cercano o quizás lejano, o, por el contrario, narrar unos hechos que directamente contradigan toda verdad científica. Desde una máquina del tiempo, a pequeñas criaturas del espacio exterior, o monstruos de naturaleza o creación tecnológica, la ciencia ficción utiliza y ha utilizado muchas ideas e instrumentos, pautas, leyes físicas, supuestos, especulaciones, características, partes de otros géneros, y muchas otros elementos, casi interminablemente, de tal modo que delimitar los parámetros de acción de dichos relatos es imposible. La ciencia ficción, por definición, cuenta con unos recursos casi ilimitados para alterar las reglas de nuestro mundo, sean las físicas, o las narrativas. Por ende, la ciencia ficción cuenta con una gran multitud de subgéneros. Algunos de los más importantes se irán viendo aquí poco a poco.




Así pues, ¿Cuándo comenzó la ciencia ficción como género? Es una pregunta cuya respuesta dependerá de a quien se la formule. También dependerá de lo que se considere como ciencia ficción, una etiqueta cuya definición y estudio a niveles casi micrométrico puede, y de hecho tiene, una línea más fina que la que separa a las partículas atómicas. Algunos, para hablar de los orígenes de la ciencia ficción, se remontarán a la mitología antigua, a relatos de Luciano de Samosata o Platón, y su famoso relato sobre la Atlántida. Si le pregunta usted a algún hindú descreído tal vez le cite el Ramayana como obra de ciencia ficción; si inquiere a un medievalista tal vez le hable del Beowulf, o si le pregunta al director de la Royal Shakespeare Company tal vez le cite La tempestad, una obra que, por cierto, sí inspiró uno de los grandes clásicos del género. Otros tal vez aludan a la obra de Cyrano de Bergerac (el personaje real, no el de la nariz), y quizás un científico le hable del Somnium de Johannes Kepler.

Lo cierto es que todos estos ejemplos, y muchos otros que pudieran traerse a colación, tienen partes en común con la ciencia ficción: la temática, la trama, algún personaje… tal vez nos hablen de un viaje interplanetario o de algún tipo de máquina voladora, pero, ¿basta eso para etiquetarlos como ciencia ficción? De nuevo, una pregunta con muchas respuestas.




En muchas ocasiones lo que separa a la ciencia ficción del género fantástico es el uso de la tecnología, y de una tecnología bastante precisa, o, mejor dicho, de una tecnología contemporánea. Es decir, el hecho de que el dios Apolo viajara en un carro por los cielos podría considerarse como ciencia ficción, pero, aunque tan sólo sea por la cantidad de relatos, más que por otra cosa, los viajes interplanetarios han devenido en una pauta: los vehículos espaciales autopropulsados, por lo general con aspecto metálico, y que usan, en algún momento, o para cierto propósito, sino siempre, una corriente eléctrica. Es decir, la ciencia del término ciencia ficción suele ser bastante cercana, y la tecnología que se utiliza suele pertenecer a la era industrial. Como en todo lo que afecta a este los humanos, en esto también hay excepciones. Pero lo cierto es que la ciencia ficción, tal como la conocemos, pertenece a la era industrial. Es decir, básicamente nació en el siglo XIX.

Podría haber comenzado, por ejemplo, con un invento, y un científico. Un invento que modifique el entorno o a seres de un modo que la ciencia y tecnología contemporáneas al autor no pudieran modificar. De hecho, de un modo que todavía hoy sigue siendo imposible de reproducir. Se trata, de hecho, de prácticamente el nivel tecnológico y evolutivo máximo al que pueda aspirar el ser humano: sustituir a Dios. Sí, la ciencia ficción bien podría haber comenzado con el relato de un científico que devuelve a la vida a un cadáver, o a un cuerpo hecho de cadáveres. Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, bien podría haber sido el primer relato de ciencia ficción. De hecho, muchos autores así lo consideran. De hecho inauguró un subgénero que comparten tanto el género de terror como el de la ciencia ficción: el género de científicos locos. Edgar Allan Poe, padre de tantas cosas, también podría tener su parte de culpa en la creación del género con su relato La incomparable aventura de Hans Pfaal. De hecho a lo largo del XIX fueron muchos los pequeños autores que con sus relatos contribuyeron a ir añadiendo granitos de arena al nuevo género. De Francia parecía ser el centro de la ciencia ficción con autores como Victor Hugo o C.I. Defontenay. No es de extrañar, pues, que de Francia surgiera el que para muchos es el primer gran autor de ciencia ficción, y quien, todavía hoy, para muchos todavía es el maestro del subgénero de la anticipación: Julio Verne.




No creo que Julio Verne necesite presentación a estas alturas. Fue todo un best-seller en su época, y obras suyas como Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil lugar de viaje submarino o De la Tierra a la Luna, han devenido en obras esenciales del género de aventuras, y en verdaderas pioneras de la ciencia ficción. De hecho, su última obra publicada (¡nada menos que en 1994!), París en el siglo XX, un relato olvidado en un cajón y que le resultó demasiado sombrío y poco comercial al editor de Verne, hace gala de la prodigiosa intuición (y también, aunque no suela decirse, las investigaciones y conocimientos del autor sobre los últimos avances científicos de su época) de Verne, y es desde luego un relato de anticipación (uno de los subgéneros por excelencia de la ciencia ficción) en toda regla.

Como suele suceder con cualquier cosa que se venda bien, el formidable éxito comercial de las obras de Verne multiplicaron las contribuciones a la ciencia ficción, aunque no necesariamente los motivos de los autores eran puramente crematísticos, pero sí lo eran, claro está, los de los editores. Tras la fecha de 1870 el centro mundial de la ciencia ficción comenzó a desplazarse de París a Londres. Fueron varios los autores británicos (como por ejemplo Olaf Stapledon) los que comenzaron a tomar el relevo con relatos y pequeñas novelas sobre mundos futuros, viajes a otros planetas y demás. Pero por encima de todos ellos destaca, obviamente, la obra de Herbert George Wells.




H.G. Wells creó verdaderos clásicos de la ciencia ficción, y su influencia en el género fue inmensa. Por lo general su obra no bebía tanto del género de aventuras como lo hacía la obra de Verne, y, aunque aventuras y ciencia ficción han ido siempre de la mano (he ahí otro nuevo subgénero, la “ópera espacial” o space opera), el determinismo que la tecnología más revolucionaria tenía en la historia de Wells remarcaba lo “científico” de sus historias, sin duda un elemento también en común con Verne, pero que, tal vez por esa ausencia o, quizás, moderación de los rasgos de la aventura decimonónica, parezca tener en la obra de Wells un peso más importante. Wells fijó para siempre en nuestro imaginario los viajes en el tiempo en La máquina del tiempo; buceó en el subgénero del “científico loco” en El hombre invisible, y, en cierto modo, casi predijo la ciencia genética con La isla del Doctor Moreau. Y, aunque no era la primera vez que en un relato literario o cuento algún ser de otro planeta o del espacio exterior visitaba nuestro mundo, Wells metió el miedo a las invasiones extraterrestres en el cuerpo del mundo con su obra inmortal La guerra de los mundos. También cultivó el género de la anticipación con obras como Cuando el durmiente despierta o Shapes of Things To Come. Ciertamente, muchos niños y adolescentes de finales del siglo XIX, futuros escritores de ciencia ficción, tuvieron en Verne, y quizás en mayor medida a Wells, dos espejos en los que mirarse, y de los que aprender. Así pues, para cuando el cine fue inventado, las semillas de la ciencia ficción ya estaban sembradas. Los directores de cine no tenían sino que ver a la planta crecer, y recoger sus frutos.




Si bien en la literatura puede haber mucha controversia sobre el inicio de la ciencia ficción como género, en el cine el comienzo del mismo parece ser mucho más diáfano. Si bien entre 1895 y 1900 pudieran filmarse cortos de unos pocos minutos que pudieran tener elementos de la ciencia ficción, los críticos suelen coincidir en apuntar a Viaje a la Luna, del francés Georges Méliès, como el primer film de ciencia ficción de la historia. La película narra el viaje que varios astrónomos realizan a la Luna en una cápsula espacial lanzada por un gigantesco cañón, y todas las maravillas que allí encuentran, lo que permitió a Méliès diseñar espectaculares escenarios teatrales, y, como en gran parte de su obra, poco a poco ir proporcionando al cine algunas de las primeras palabras del lenguaje cinematográfico. Viaje a la Luna tuvo un gran éxito tanto en Europa como en Estados Unidos, donde los técnicos de la compañía de Edison distribuyeron copias ilegales del film en lo que quizás sea el primer caso de piratería a gran escala de la historia del cine. Pero ésa, de nuevo, es otra historia. Méliès continuó haciendo cine (y ciencia ficción, como en Le voyage à travers l'impossible) hasta que se arruinó, pero para entonces ya había hecho historia.




El cine continuó aproximándose al género en los primeros años del siglo XX. Por ejemplo, con las primeras adaptaciones de una obra en cierto modo también precursora, El extraño caso del Doctor Jeckyll y Mister Hyde, o con el primer Frankenstein de 1910, o tres años después con A Message from Mars, adaptación de la obra teatral del mismo título. De cara a la década de los 20 el género comenzó a animarse de veras. Se citan obras como el perdido serial The Mystery Mind (no parece que fuera puramente ciencia ficción), Terror Island (¿Houdini haciendo ciencia ficción? ¡Por qué no! ¡Houdini era ciencia ficción en sí mismo!) o Algol, un film alemán en que un ser de otro planeta viene a la Tierra para dar a uno de los nuestros grandes poderes.




Pero sin duda el gran acontecimiento de 1920 en cuanto a ciencia ficción (aunque esto bien pudiera entrecomillarse) y cine se refiere fue El golem, la revisión cinematográfica germana del mito medieval del autómata que cobra vida, una especie de Frankenstein judío. En los siguientes años se produjeron películas con algún que otro elemento fantástico y, aunque fuera lejanamente, relacionado con la ciencia (personas que se mantienen jóvenes antinaturalmente, personas con extraños poderes, inventos locos, etc.), y se adaptó algún otro clásico literario como El mundo perdido o se ahondó en los inquietantes personajes con poderes, como por ejemplo El doctor Mabuse, de Fritz Lang. De hecho iba a ser el mismo Lang quien iba a otorgarle a la ciencia ficción cinematográfica un salto cualitativo enorme, oscureciendo esfuerzos similares como el del soviético Yakov Protazanov y su Aelita.




Metropolis, la oscura visión del futuro según Fritz Lang, se convirtió no sólo en uno de los títulos imprescindibles del cine mudo, sino también en el que quizás sea el primer gran clásico (o el segundo, si no queremos olvidar a Méliès) de la ciencia ficción, y desde luego la primera gran superproducción; de hecho lo fue tanto que la UFA casi fue a la quiebra. 1926, el año del estreno de Metropolis, estaba destinado sin duda a ser un año esencial en la historia de la ciencia ficción. Ese mismo año Hugo Gernsback fundaba la revista ‘Amazing Stories’, precursora en muchos sentidos, y que se convirtió en una columna del género, y en responsable de la era dorada (para la literatura) de ciencia ficción que estaba a punto de sobrevenir. El último film mudo de ciencia ficción de renombre fue High Treason, una película británica ambientada en una sociedad futura envuelta en una guerra entre grandes civilizaciones. Como muchos otros films de la época de transición del mudo al sonoro, High Treason contó también con una versión hablada.




La década de los 30 se inició con otra visión de la sociedad futura, en formato musical, titulado Just Imagine, o 1980 (Una fantasía del porvenir), protagonizada por una joven Maureen O’Sullivan. Un año después llegaría el Frankenstein de la Universal, seguida de cerca por la historia sobre un mono gigante, hasta que en 1936 Gran Bretaña producía La vida futura, sin duda el film de ciencia ficción por excelencia de los años 30, que se basó en una obra de H.G. Wells, contando además con la colaboración del propio Wells como guionista.

Mientras la gran contribución británica tenía lugar al otro lado del Charco, en los Estados Unidos, los seriales, películas divididas en capítulos que habían tenido un gran éxito durante el cine mudo, comenzaron a languidecer, aunque ello no impidió el gran éxito de dos seriales de ciencia ficción. El primero fue el quintaesencial Flash Gordon, que adaptaba las aventuras del mítico personaje de comic que se veía envuelto en exóticas aventuras espaciales mientras trataba de proteger a la Tierra del malvado Ming, oriundo de, por supuesto, el planeta Mongo.




El otro gran serial, estrenado en 1939, fue Buck Rogers, protagonizado por un piloto que despierta en el siglo XXV, y quien por tanto deviene en piloto espacial, dispuesto a defender la Tierra de diversas invasiones alienígenas y otros peligros. Nacido como personaje de dos relatos cortos (que llegaron a ser publicados por ‘Amazing Stories’) y renacido como un comic, el piloto ganó enseguida una gran fama en casi todo el mundo, especialmente en los Estados Unidos. Tanto Flash Gordon como Buck Rogers comenzaron a mostrar la evolución del género, influido cada vez más por la cultura ‘pulp’ de comics y revistas (‘Astounding Stories’, otro pilar del sci-fi) que, a pesar de ser consideradas en la mayoría de casos como mero divertimento para jóvenes, albergaban ya relatos de futuros autores clásicos de ciencia ficción como Jack Williamson. Entre otras cosas, Flash Gordon y Buck Rogers definieron para el cine el concepto de space opera, un subgénero muy importante para el cine de ciencia ficción, tanto en los años 50 como en la mente de un tal George Lucas.




La Segunda Guerra Mundial cambió muchas cosas, y el panorama de la ciencia ficción, tanto escrita como filmada, no fue menos. Durante los 40 y primeros 50 nuevos y jóvenes autores de ciencia ficción destinados a ser clásicos comenzaron a publicar sus relatos (Asimov, Bradbury, Beaumont, K. Dick), reflejando en muchos casos los cambios que estaban teniendo lugar por doquier, y que iban a conformar una nueva sociedad, un nuevo cambio histórico, una nueva realidad. Con el final de la guerra llegó el comienzo de la Guerra Fría, y con ella, la Era Dorada de la ciencia ficción en el cine.

En 1950 el destino del futuro cine de ciencia ficción se jugó en una extraña batalla entre dos películas que, aunque con premisas similares, eran bastante diferentes entre sí. Todo comenzó con la producción de George Pal Con destino a la Luna, una producción más que importante sobre un viaje en cohete espacial a la Luna, y que había de ser rodado lo más fielmente posible a la realidad de entonces. El rodaje y futuro estreno del film fueron ampliamente publicitados, y el público comenzó a esperar con expectación la llegada de la película. Pero el rodaje se fue complicando, y en el ínterin un avispado productor llamado Robert Lippert, junto al co-productor y guionista Kurt Neumann, se sacaron de la manga tras un rodaje rápido y barato otro film de viajes espaciales, Cohete K-1, que lograron terminar y estrenar antes de que Con destino a la Luna llegara a los cines. Con esa poco caballeresca acción Cohete K-1 se convirtió en el primer film de la Era Dorada del cine de ciencia ficción, y, a pesar de su más bien poco realismo, y un sombrío aviso del peligro nuclear, se convirtió en todo un éxito de público. Cuando por fin la más positiva y ciertamente mejor hecha Con destino a la Luna llegó a los cines, el efecto sorpresa se había disipado. Cohete K-1 le ganó la mano, estableciendo las pautas para el resto de títulos que habían de venir. La aventura espacial y la paranoia ganaron al realismo científico por un cuerpo.




La ciencia ficción se convirtió de la noche a la mañana en el género de moda. Pronto todo Hollywood se dispuso a rodar sus propias películas de ciencia ficción. Había que aprovechar el filón mientras estuviera caliente. Durante esa década se produjeron decenas de películas de ciencia ficción muy diferentes entre sí, tanto en calidad como en la historia que contaban. Invasiones espaciales, científicos locos, seres mutados por la radiación, viajes interplanetarios… se crearon desde clásicos del cine de todos los tiempos como Ultimátum a la Tierra a producciones baratas y desquiciadas como Robot Monster, pero tanto unas como otras calaron hondo en un público deseoso de novedades y de disfrutaras de las amenazas de seres extraños, que, aunque no vinieran del planeta rojo, tenían en su trasfondo el color carmesí del comunismo. El auge del cine de ciencia ficción pronto coincidió con el auge de la sociedad de consumo y la cultura juvenil. La imagen de la joven pareja norteamericana que disfruta desde su coche en un drive-in el visionado de una película barata de ciencia ficción se ha convertido en todo un icono de la era Eisenhower.




Al éxito de Cohete K-1 le siguieron, como hemos dicho, decenas de títulos, no siempre memorables, aunque en casi todos los casos entrañables. Junto a la mencionada Ultimátum a la Tierra cabe destacar El enigma de otro mundo de Christian Nyby (Howard Hawks nunca se atribuyó el mérito de la dirección), Invasores de Marte, Planeta Prohibido, El increíble hombre menguante, La humanidad en peligro o La invasión de los ladrones de cuerpos, para muchos la mayor metáfora sobre la amenaza soviética surgida de la Era Dorada del cine de ciencia ficción.

Con el cambio de década la Edad de Oro para el cine de ciencia ficción llegó a su fin. La fantasía tecnológica continuó con gran éxito y popularidad en la televisión (léase, por ejemplo, Star Trek), pero el público pareció cansarse de bajos presupuestos, tramas repetitivas, alienígenas cutres e historias cada vez más inverosímiles. Cuando Hitchcock se sacó de la manga esa maravilla titulada Psicosis, el gusto del público siguió al giro cinematográfico del director británico, y la ciencia ficción cinematográfica quedó, de momento, prácticamente finiquitada. Ya por entonces la realidad del espacio estaba convirtiéndose en algo más próximo, interesante y real que las marcianadas de Hollywood.




Ultimátum a la Tierra bien puede ser considerado hoy en día como un clásico, pero desde los tiempos de Metropolis el ciudadano medio consideraba a la ciencia ficción como un vacío entretenimiento para niños y adolescentes. Para que el cine de ciencia ficción pudiera por fin comprarse una cerveza hubo que esperar hasta 1968, cuando a un director de cine que consideraba el cine de ciencia ficción como pura basura le dio por demostrar al mundo cómo debía ser un film de ciencia ficción serio. Por supuesto, el director era Stanley Kubrick, y junto al escritor Arthur C. Clarke cambió el panorama de la ciencia ficción para siempre.

2001: Una odisea del espacio se convirtió por méritos propios en uno de los clásicos definitivos del género, tanto por su calidad cinematográfica y visual como por su trama, profunda y enigmática, de múltiples significados y explicaciones, conformando un film extraordinario que ha sido, es y será objeto de estudio por la crítica especializada y por cualquiera con un mínimo espíritu crítico.

2001: Una odisea del espacio era el fruto no sólo de la visión de un genio, sino seguramente también al consecuencia lógica de un presente que ya parecía ir, si no por delante, al menos sí de la mano del género. Aunque el fin de la Edad de Oro de la ciencia ficción en Hollywood tuvo muchas causas, no se podía ignorar lo obvio. Y es que con el lanzamiento del Sputnik al espacio por parte de la Unión Soviética y la consiguiente paranoia norteamericana, que dio alas a la carrera espacial, el hombre había comenzado a dar sus primeros pasos en el espacio, y la realidad parecía haberse tornado más excitante que la ficción. Todo ese proceso tuvo su culmen en la meticulosidad de Kubrick y en las fascinantes imágenes de 2001, que si bien hoy en día han sido superadas tanto por la técnica como por la propia carrera espacial, siguen siendo tan sugestivas como en el día de su estreno. Y si hablo de imágenes superadas, me refiero al tipo de superación que pueda haber conseguido la tecnología moderna con una funcional silla de fábrica, comparada con una artesanía en madera de estilo Luis XIV.




La historia finalmente ha rebatido la fecha y varias otras cosas, pero muchas otras de lo que podíamos ver en el film se cumplió apenas un año después, y otras llevan camino de cumplirse algún día. Kubrick y su 2001 se convirtieron en el referente en el cual el cine de ciencia ficción debía mirarse, y en la base de los efectos especiales que iban a dominar la escena en la década siguiente.

Tras 2001, y la popularidad de Star Trek, llegó el momento de las distopías, las predicciones del futuro y el Apocalipsis de la humanidad en el cine de ciencia ficción. El mismo Kubrick nos mostraba de nuevo un posible futuro adaptando La naranja mecánica, y desde el otro lado del Telón de Acero no tardaba en llegar lo que muchos han considerado fue la respuesta soviética a 2001, la recia, compleja y estupenda Solaris de Andrei Tarkovsky. En realidad no fue tal respuesta, pero también es cierto que ambas tienen algunos puntos en común, y ambas nos acercan a historias de ciencia ficción con un severo trasfondo de filosofía, religión o simples dudas humanas que las convierten en algo más que meros films de entretenimiento.




Lo cierto es que el impacto de 2001 abrió una segunda etapa de popularidad para la ciencia ficción en el cine, y aunque no se la ha tildado de Edad Dorada, tuvo desde luego muchos títulos, por supuesto no todos memorables, pero en muchas ocasiones sí entretenidos. Por regla general lo que caracterizó a gran parte de los films de ciencia ficción de la época fue un grado bastante importante de pesimismo y en los peligros que entrañaban tanto las armas atómicas como el mismo ser humano, todo en medio de un creciente escepticismo social y una anarquía económica con la Guerra de Vietnam como trasfondo.

La estatua enterrada en la memorable escena final de El planeta de los simios es un magnífico ejemplo de dicha actitud; a pesar de ser un film comercial y de entretenimiento, el cierre final era de marcado carácter pesimista, anunciando, de nuevo, como en los años 50, los peligros que amenazaban al futuro de la humanidad.




Por tanto el cine de ciencia ficción en los primeros 70 se convirtió en un grupúsculo de historias oscuras que nos hablaban del futuro incierto que nos aguardaba. La humanidad corría riesgo de ser amenazada por diversas causas: las máquinas (Colossus: el proyecto prohibido, Engendro mecánico o Almas de metal), extraños virus del espacio exterior (La amenaza de Andrómeda) o con un más que posible origen humano (El último hombre vivo, un remake 70s de la adaptación del relato de culto Soy leyenda de Richard Matheson). También se incidía en el viejo axioma del hombre como lobo para el hombre, en cintas de futuros alternativos poco halagüeños como Rollerball o Cuando el destino nos alcance, destacando especialmente La fuga de Logan, un vistazo pop a una terrible sociedad futura donde la eugenesia es ley y práctica aceptada.




El subgénero apocalíptico tuvo, pues, un gran auge durante los 70, especialmente el que nos llevaba, como en el viejo relato de H.G. Wells, a una repentina prehistorización de nuestra sociedad, idea que tendría su gran referente a final de la década con el estreno de Mad Max, Salvajes de la autopista, aunque hubo sus precursoras en títulos como A Boy and His Dog, Callejón infernal o Nueva York, Año 2012.




Por supuesto una de las tramas más clásicas del género, el de la amenaza alienígena, continuó siendo un referente durante los 70. Ahí tenemos por ejemplo títulos como Beware! The Blob o La invasión de los ultracuerpos, dos remakes de clásicos de los 50 con distinta fortuna en sus adaptaciones; La invasión de los ultracuerpos fue, probablemente, la película de invasión alienígena de los 70 por excelencia. Aunque fue a finales de la década cuando Ridley Scott saltó a la palestra internacional y al Olimpo de la ciencia ficción con la considera por muchos mejor película con monstruo alienígena de la historia, Alien, el octavo pasajero.




No cabe olvidar que el mundo llevaba siendo amenazado por alienígenas y mutaciones desde los 50 gracias a Japón, donde el popular género del kaiju o kaiju eiga (esto es, el cine de monstruos gigantes) seguía vigente y en buena forma, con el sempiterno Godzilla al frente. Por otra parte, cabría citar aquí los intentos en el género de otros países ajenos a Hollywood, como por ejemplo Gran Bretaña (La tierra olvidada por el tiempo, El hombre que cayó a la Tierra) o incluso la misma España, cuyo cine había abordado en momentos puntuales la ciencia ficción prácticamente desde el comienzo de la industria cinematográfica española. En la década de los 70 la ciencia ficción habló un poco de español en cine y televisión gracias principalmente a adaptaciones de clásicos (La isla misteriosa, Viaje al centro de la Tierra), guiones propios (El hombre perseguido por un Ovni) o films donde todo valía (Pánico en el Transiberiano).

La popularidad de la ciencia ficción durante los 70 provocó que muchos géneros se tiñeran con una capa de distinto grosor, según el caso, de ciencia ficción, tratando de ganarse espectadores adeptos al género de lo fantástico y lo imposible. Así, podíamos encontrar aventuras y conspiraciones en El día de los delfines, teorías conspiranoicas en Capricornio Uno, dramas sociales y alienación en The Stepford Wives, comedias (Dark Star) y hasta un western en Atmósfera Cero (Peter Hyams, 1981). Al igual que sucedió en los 50, cada película exitosa traía consigo imitaciones de calidad dudosa, y hubo muchos que trataron de sacarle partido al género. Sin embargo el género estaba a punto de vivir una, por decirlo así, Segunda Revolución Industrial, tras el puñetazo en la mesa de Kubrick, de la mano de dos directores amigos que formaban parte de una nueva clase de directores con estudios universitarios.




El año fue 1977, y tras aquel verano la ciencia ficción no volvió a ser la misma. Un desconocido llamado George Lucas logró sacar adelante un curioso proyecto que consistía en un cuento espacial en el cual volcó todas sus inquietudes de fantasía juvenil y recuerdos de niño fascinado ante la pequeña pantalla. Con La guerra de las galaxias Lucas retomaba la space opera y la llevaba más allá de Orión, modernizando los seriales de Flash Gordon y estableciendo la imagen en el espejo en que las posteriores aventuras espaciales debían mirarse. El éxito fue abrumador y Lucas no sólo se convirtió en un gurú hollywoodiense sino que fue el padre de la gran saga norteamericana de la ciencia ficción filmada junto a Star Trek, que volvió a revivir, esta vez en pantalla grande, gracias al éxito cosechado por Star Wars.




El otro gran film de ciencia ficción de aquel año fue Encuentros en la Tercera Fase, dirigida por el Rey Midas hollywoodiense Steven Spielberg. Además de lograr otra muesca en su particular bastón de éxitos de taquilla Spielberg concibió lo que sería una más o menos realista visita de los alienígenas a la Tierra, estableciendo en su película unas pautas que de uno u otro modo han seguido todos los films con visitas alienígenas de por medio, desde la serie V hasta Independence Day.




Sin duda alguna La guerra de las galaxias y Encuentros en la Tercera Fase estaban destinadas a sentar base e influenciar a muchos y buenos futuros cineastas. La década de 1970 se cerraba con la prueba palpable del buen momento que había pasado la ciencia ficción a nivel popular con Moonraker, el film en el que James Bond salía al espacio exterior.

La década de los 80 significó por lo general una continuación de las premisas del género establecidas en la década anterior, ya fuera con la continuación de las sagas de Alien, Star Wars, Star Trek o Mad Max hasta nuevos remakes (La Mosca, Flash Gordon, La cosa), y nuevas incursiones en ideas establecidas por anteriores films de ciencia ficción, desde Galaxina o 1997: Rescate en Nueva York hasta Depredador o Están vivos. También se retomaron viejos conceptos como el del viaje en el tiempo (Regreso al futuro, El final de la cuenta atrás) o la naturaleza del hombre contrapuesta a la máquina (Robocop).

Fue en este último concepto en el que un joven James Cameron dio que hablar con su Terminator, que en medio de paradojas espaciotemporales tomaba el concepto del exterminador incansable de Almas de metal para contraponerlo al de una heroína madre del futuro salvador de la humanidad en lo que constituía una curiosa trama filosófico-religiosa. A finales de la década Cameron logró otro tanto con Abyss, una versión del contacto con un ente alienígena que esta vez tenía lugar bajo el agua, lo que permitió de paso un por entonces sonado avance en las técnicas infográficas aplicadas a los efectos especiales.

Abyss constituye un ejemplo de los films que trataron de ofrecer una aproximación más original al género, de los que formarían parte la curiosa Tron, cuya trama se basaba en la incipiente industria de los videojuegos, al igual que Videodrome lo había hecho con los videocasetes.




A comienzos de la década Spielberg dio, de nuevo, mucho que hablar con E.T. el extraterrestre, que contaba la visita de un alienígena que en este caso no suponía una amenaza, más bien al contrario: la criatura era amenazada por nuestra raza. En la misma línea se encontraba el film posterior Starman.

Los futuros cercanos poco halagüeños continuaron teniendo su lugar en el cine de ciencia ficción de los 80, de la mano de cintas tan dispares como 1984, Brazil o Perseguido. Y se continuaron adaptando clásicos de la literatura de ciencia ficción, entre los que destacaron dos películas cuyas adaptaciones corrieron distinta suerte. Una falló, aunque ello no es óbice para que no haya contado desde entonces con una creciente legión de fans: Dune. La otra se convirtió en la que fue la mejor película de la década y una de las mejores del género.




Ridley Scott volvía a hacerse un hueco en la lista de clásicos de la ciencia ficción con Blade Runner, una formidable y ciclópea adaptación de un clásico de Philip K. Dick. A pesar de unos por entonces muy cacareados cambios forzados en el acabado final, Blade Runner es considerada por muchos como el film por excelencia del género. Los menos la consideran sobrevalorada, pero lo que es cierto es que el título siempre aparece en todas las listas, y junto a una trama compleja y con muchas significaciones y una estética neogótica que todavía influye a cineastas y gente de a pie, Blade Runner ostenta con orgullo el título de clásico del sci-fi.

Los 90, en cuanto a la ciencia ficción y el cine se refiere, significaron una continuación de los temas y tópicos anteriores y una diversificación de los mismos, con una notable mezcla de géneros y un número notablemente menor de grandes clásicos, a la par que los efectos especiales por ordenador abrían nuevas oportunidades para dar salida a nuevas y más complicadas historias a la vez que se abarataban costes.

La década comenzaba con uno de los grandes títulos de la década, Desafío total, una adaptación bastante libre de un relato de, una vez más, Philip K. Dick. Terminator 2: El día del juicio final significó un gran salto en la tecnología de los efectos especiales por ordenador, enterrando definitivamente el método tradicional que habían perfeccionado Kubrick o George Lucas. Los 90 vieron el establecimiento de una tendencia nacida en los 80, y que afectó a diversos géneros, especialmente a los más taquilleros. Las secuelas y sagas comenzaron a ser más habituales, los nuevos efectos permitieron que abundaran las diversas propuestas y los remakes de antiguos clásicos comenzaron a ser también algo a la orden del día; todo esto por lo general con un claro objetivo comercial que no siempre tenía en cuenta la necesidad de esas nuevas revisiones o simples producciones. Aun así, hubieron filmes que destacaron de algún modo, ya fuera por un novedoso uso de los efectos por ordenador o su simple espectacularidad (El cortador de césped, Independence Day) o por singulares u originales aproximaciones a los diversos subgéneros de la ciencia ficción ya establecidos en décadas anteriores, entre los que podríamos citar películas como Stargate, 12 monos, Gattaca o Expediente X: enfréntate al futuro, cuya importancia radicaba en el gran impacto que había tenido la serie de televisión en la que se basaba. Mars Attacks!, de Tim Burton, constituyó un divertido guiño a las películas de la Época Dorada de los 50, mientras que The Matrix se convirtió en la gran sensación de la década, junto a la rediviva saga de Star Wars.




Con el nuevo siglo las tendencias de los 90 se fueron agravando, no siempre para mejor, pero la degeneración, al menos en calidad u originalidad, de la ciencia ficción es concomitante al declive del resto de géneros del cine. Sus causas, posibles respuestas o soluciones queden para otro lugar o escrito. Lo cierto es que la ciencia ficción vive y ya sea con mejores o peores películas su futuro parece asegurado, aunque la mezcla de géneros o intertextualidad es cada vez más habitual, al igual que los títulos que no sólo no aportan nada sino que además entretienen poco. Aun así, la ciencia ficción es uno de los géneros que más se ha beneficiado de la revolución informática de los efectos especiales, ayudando a que el género siga vigente en mayor o menor grado.

Qué cabe esperar de la ciencia ficción en el cine es una pregunta que muchos nos habremos planteado, y cuya respuesta por supuesto sólo la deparará el futuro. Lo que parece claro es que la tecnología seguirá avanzando, y por tanto también los efectos cinematográficos, lo que resta es averiguar si ese avance se verá acompañado por las historias. Sea como fuere, la ciencia ficción está ahí esperando al posible espectador que guste de un mero entretenimiento compuesto de naves espaciales o seres de mundos extraños, pero también, aunque sea de vez en cuando, espera al espectador que gusta no sólo del entretenimiento y de la proeza visual, sino que además disfruta planteándose dudas y reflexionando sobre nuestra propia naturaleza como seres humanos y sobre cómo nos identifica como personas nuestras relaciones con máquinas, viajes espaciales, el espacio-tiempo y, quién sabe, algún que otro alienígena.

En definitiva la ciencia ficción cuenta, como cualquier género cinematográfico, con títulos que contentarían a cualquier fan medio del buen cine, aunque éste no sea un apasionado del género en cuestión. El error ha sido, y será siempre, relegar a la ciencia ficción como un género menor, cuando cuenta, como género cinematográfico, con verdaderos clásicos de la historia del cine. La ciencia ficción es, además, un género que, dadas sus particulares características y temas, cuenta con un potencial extraordinario que no todos los géneros tienen. Sólo resta que surja alguien que sepa explotar todas esas y, presumiblemente, maravillosas posibilidades.

Möbius el Crononauta

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