Narciso
ME di cuenta un día de que ese que me miraba desde el espejo albergaba un deseo de amor por mí. Procuraba esconderse, disimulando como mejor sabía sus miradas furtivas y sus imposibles lágrimas. Yo lo espiaba desde la penumbra o de reojo mientras me afeitaba o peinaba. Los días fueron pasando y, poco a poco, terminé yo también atrapado en esa red tendida, y así se lo hice ver en plena libertad ya de miradas. Todo terminó con un frío beso, pero, evidentemente, no hubo nada más.
©Ángel Carrasco Sotos
Nunca me ha pasado. Cuando me miro en el espejo acostumbro a sentir cierto repelús jajaja
ResponderEliminarA mí en cambio... jajaja (ya en serio, creo que en eso andamos parejos).
ResponderEliminarHola, Ángel.
ResponderEliminarSólo un tío bueno (que lo sabe y se recrea en serlo) puede hacerle un cuento a Narciso probablemente basado o inspirado en una experiencia propia con su espejo. ¡Jó, qué suerte!
Besotes.
Me parece que en este caso hay poco de autobiografía. Sería un milagro (o un síntoma de locura) que eso pudiese ocurrir en mi caso.
EliminarBessssos.