Asesinatos Perfectos
Para Pedro
TODOS sus asesinatos habían sido de los llamados “perfectos”. Los había cometido con la complicidad inocente del tiempo, en calles, casas, hospitales, asilos, palacios, a campo abierto... Cualquier lugar era idóneo para realizar esa tropelía llena de exceso. Pero aquel día la sorprendieron in fraganti.
El pobre Samuel Ramón era uno de esos viejecitos entrañables que echan miguitas de pan a las palomas, que cautivan a los niños en los parques y comparten su sonrisa y amabilidad con los vecinos, porque de su hablar y de su andar pausado, de sus palabras siempre justas y afables, únicamente se desprendía una bondad inusual. Dormía Samuel su siesta dulce, cuando la joven Mónica le subía un vaso de leche caliente. La chica abrió la puerta y allí estaba Ella, envuelta en silencio, llevándoselo como quien en un impulso involuntario aspira el aire para respirar. Y así lo confesó a la Policía. Y eso precisamente fue lo que escribió en su bloc de notas el inspector Rebollo: “La misma Muerte lo asesinó. Vino a llevárselo sin más y se fugó como una babosa dejando un rastro impune de sombra o de ceniza”. El inspector Rebollo siempre fue un clásico.
©Ángel Carrasco Sotos
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ResponderEliminarSi lo piensas bien, nuestro adorable viejecito se fue durmiendo y no se enteró de nada.
Ahora bien, pobre Mónica como Ella se haya quedado con su cara y vuelva a visitarle, no le rindo las ganancias.
Rebollo, para ser inspector, es sensible hasta decir basta.
En fin, que te quedó bordado como siempre.
Un abrazo.